Entro a mi casa, helada, oscura, solitaria. Parece un mausoleo... y de reojo lo veo de pie en el rincón. Cierro los ojos y llego de un salto al interruptor de la luz que está a sólo dos pasos mientras un escalofrío me recorre todo el cuerpo. No sirve ignorarlo, siempre está ahí, como el eco de alguna pesadilla. Y cada noche al regresar del trabajo doy el mismo salto hacia el interruptor.
Siempre el mismo horror.
Enciendo la luz y miro hacia el rincón empolvado junto a la ventana que da a la calle, ahora vacío salvo por las docenas de carteles que dicen "estás muerto, márchate" y las telas de araña que crecen sobre ellos desde el invierno pasado.
Ahora ya no lo veo, pero sigue perceptible en la penumbra, sólido cuando se entromete por el rabillo del ojo, una figura masculina, alta, ancha de hombros, vestida de negro, encorvada y con el rostro oculto, sus brazos colgando a los costados.
Si me concentro lo suficiente mirándolo así, sin mirarlo directamente, puedo ver como respira, pausado, profundo. Cansado.
Hace un mes traje una medium. Fue el tercer intento, los anteriores hicieron su tuco de circo, con objetos sagrados e invocaciones de ojos en blanco, pero nada resultó. La tercera, mujer de cincuenta años de mirada comprensiva y saludo de abuelita, sencillamente no pudo entrar. Lo sentía, ahí de pie, una presencia ominosa que no se mueve pero que empuja con su odio poderoso.
Pobre mujer, lloraba de terror. Una medium aterrada. Se me pone la carne de gallina.
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La casa era una ganga. Con razón, parecía que la estaban regalando. Sus dueños, una pareja de ancianos ojerosos y desaseados, no aguantaron más. Pusieron el aviso en el diario y yo lo vi, junto con otra gente.
Fui solo y me recibieron con torta y un vaso de bebida. Se notaba la falta de preocupación por el lugar. El pasto seco largo, yuyos con abejas y enredaderas extendiéndose como maleza, suciedad y vidrios rotos, moscos del tamaño de gorriones entraban zumbando desde el patio repleto de cachureos, se paseaban sobre nuestras cabezas y volvían a desaparecer ahuyentados por un gato roñoso que no paraba de dar brincos.
No supe por qué nadie quiso comprarla. Quizá era por el estado general de la propiedad. Tal vez porque la ansiedad de los dueños hacía parecer la venta como algo sospechoso.
Pues que la compré. Había que invertir bastante para arreglar algunos desperfectos eléctricos, pero nada del otro mundo. Tenía locomoción que me dejaba en la puerta del trabajo en menos de una hora, un supermercado cerca y dos veces a la semana se instalaba una feria libre con frutas y verduras de la estación. Salía de la casa directamente a una plazuela bien cuidada, sin vecinos al frente que estacionaran sus autos en mi puerta.
No sentí la presencia hasta un mes después de mudarme allí. Mi felicidad era demasiado grande para poner atención a detalles paranormales. Pero luego, cuando se acabaron las fiestas de inauguración y me despertaba a mitad de la noche a orinar o mirar a los adolescentes que se juntaban a beber y fumar en el otro etremo de la plazuela, siempre tuve esa extraña sensación de ser vigilado, de que había alguien allí a mi lado.
Entonces lo vi. Ay, hasta traté de tocarlo, ser comprensivo, muy sangre fría. Y él no se movía, gracias a Dios.
Por eso mis familiares se sentían inquietos cuando me visitaban. Por eso mi novia de entonces no quería quedarse a pasar la noche. Y yo estaba hasta el cuello pagando al banco un dividendo grueso me me haría dueño de esa casa en sólo cinco años. Una ganga, realmente.
Una casa maldita.
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Hoy construyo su cárcel. No es nada muy elaborado, dos placas de internit adosadas a una estructura de madera para encerrar esa presencia y mantenerla lejos de la mirada. Sé que seguirá allí, tal vez para siempre. Pero al menos ya no lo veré al regresar del trabajo todas las noches.
Levanto los pilares delgados y los apuntalo al muro con tarugos, rápido, para que no se alarme. Tengo todo calculado en la medida exacta, llevo meses planificando. Instalo las placas, uso el taladro, atornillo y clavo. Cubro los espacios con pasta para muros, y pinto.
Todo será blanco. Pinto como enloquecido, sé que está ahí dentro de esos muros delgados, pero la sola ausencia de su imagen oscura en la periferia de mi vista me llena de alegría. Es como iniciar una vida totalmente nueva.
Hasta me parece buena idea salir a comprar muebles. Que cambie la energía. Abro la ventana y afuera brilla el sol. Cuelgo dos cruces benditas por más de un hombre de fe sobre esos muros nuevos, y salgo al supermercado para comprar para hacer el almuerzo. Tal vez me desvíe y pase a la comida china. Sí, eso haré.
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Hago una fiesta. Hace mucho que no tiro la casa por la ventana. ¡Me lo merezco! Mis amigos de juergas pasadas traerán a sus amigas, y ellas traerán a las suyas. Cómo no voy a tener algo de suerte...
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Despierto con resaca, una mujer en mi cama de plaza y media me mueve con entusiasmo, que despierte, algo ocurre en el comedor.
Se me hiela la sangre, también lo siento. Lentamente regresa a mi memoria el recuerdo de la noche anterior, fue magnífica, incluso bailé. Todos se fueron a una disco a eso de las dos de la mañana, cosa normal entre mis amigos. Pero ella se quedó. ¿Cómo se llama?
Me levanto. Afuera cantan los gorriones y el sol madrugado se asoma por las ventanas. Salgo desnudo al comedor, está desordenado y el lugar huele como baño de bar porteño. Enciendo la luz, todo está en su lugar, incluido el muro nuevo, pintado, con las cruces colgadas.
Pero algo cambió. Lo sé. Miro de reojo, asustado, pensando que él tal vez decidió moverse a otra parte de la casa. No se ha movido, lo siento en mis entrañas, sigue allí en la oscuridad de su rincón sellado.
Pero ahora lo escucho. Un llanto desconsolado. Es como un murmullo de agua, el eco que sube de alguna catacumba húmeda. Al rato se vuelve inconfundible, y viene del rincón olvidado. Es él, que siempre ha llorado pero que ahora puedo escuchar gracias a mi gran idea de encerrarlo en una caja acústica.
La chica de mi cama se me acerca desnuda y me braza por la espalda. Su piel cálida se siente tan bien... Pregunta si algún vecino está llorando y le digo que no, que es mi fantasma. Apunto a la cárcel y ella no me cree.
Pronto me creerá.
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...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.