El paciente interno
Reseña del relato de Sherlock Holmes escrito por Arthur Conan Doyle
Como ya va siendo tradición, El paciente interno (que incita a traducirlo, por mantener el rentintín del original como El paciente residente) es una historia de oscuros secretos pasados que vuelven a saldar cuentas con un atribulado personaje que no es, a todas luces, todo lo que pretende ser. Sin duda, debía de ser una inquietud habitual en la época victoriana esta de suplantar identidades y fingir una respetabilidad que no se tenía, y Arthur Conan Doyle aprovecha el particular con acierto.
La trama en sí es sencilla y hasta cierto punto tramposa: el lector capta en seguida que hay algo que no funciona pero, por supuesto, no tiene elementos para saber qué en concreto es el siniestro asunto que mueve la historia. La gracia de la narración está, de hecho, en ese pase de manos: toda la tramoya del algo excéntrico pacto entre el mecenas enfermo y el doctor que consulta en su casa a cambio de un porcentaje y la aparición de los exiliados rusos en dicha consulta con un caso peculiar de catalepsia no es más que un señuelo para dar una sorpresa final al lector.
En ese sentido, la historia es algo frustrante y no aporta demasiados elementos novedosos. Entre sus puntos fuertes cuenta con lo sugerente de los personajes y con que esta vez se presentan suficientes piezas del puzle para que durante la lectura vayamos aventurando algo: el dinero, el comportamiento de unos y otros, etc. Es un algo que no llega a ninguna parte, claro, pero que estimula. De nuevo, la fuerza del relato está más en el escenario que en la trama en sí. De esta manera, El paciente interno no es algo brillante, sino una muesca más en la carrera de Sherlock Holmes.
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