La Liga de los Pelirrojos
Reseña del relato de Arthur Conan Doyle protagonizado por Sherlock Holmes
La Liga de los Pelirrojos tiene un planteamiento en la línea de El club de los suicidas de Robert Louis Stevenson: aunque todo es plausible, es tan excéntrico y abracadabrante que, por algún lado, tiene que haber gato encerrado. En el caso de la novela corta de Stevenson, el gato encerrado tiene mucho del Poe más siniestro, no obstante, mientras que en el de la historia corta de Arthur Conan Doyle nos enfrentamos a uno de esos pases de mano que tanto despistan a los lectores en las historias policíacas y que tan bien sirven para reivindicar el uso de la lógica.
Es quizás por esta sensación de truco de prestidigitación que La Liga de los Pelirrojos marca más por esa idea absurda del club fundado por un rico benefactor de pelirrojos —particular que sin duda en el mundo anglosajón tiene algunas connotaciones que con el lector español se atenúan— que por el caso que propiamente esconde tras esas copias de la Enciclopedia Británica realizadas con puntualidad y flema, ejem, británicas. Y por ende, al final, puede resultar incluso algo banal si se piensa con frialdad. Es más: casi hubiera sido más adecuado que fuera Watson quien empujara a Holmes a investigar el caso y que este se contentase con barrer la tramoya.
De cualquier manera, la historia resulta fresca incluso a pesar del tiempo pasado y su primera lectura sorprende y arranca una media sonrisa, como si no se supiera hasta dónde llega la broma y si en algún momento va a empezar el crimen propiamente dicho. Así, en su sencillez, La Liga de los Pelirrojos funciona y brinda unos cuantos momentos muy visuales que dejan estupefacto. Un relato ligero y simpático no exento de ingenio, vaya.
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