Los filósofos presocráticos
Reseña de la obra de Alberto Bernabé publicada por Ediciones Evohé
Cuando me tocó hacer la Selectividad, hace ya muchos años, era vox populi que si te pedían comparar el texto del examen con lo expuesto por algún filósofo de la Antigüedad, había que optar por Platón / Sócrates o Aristóteles. Yo, que soy tan cabezón como inconsciente, tiré por los estoicos. Y saqué un cinco pelado. No es que fuera un gran experto en la materia, pero me hacía rabiar sobremanera ese modo de ningunear todo lo que se saliera del camino oficial establecido. Cuando le conté a mis padres lo ocurrido, me animaron a exponerlo en uno de esos formularios que te daban para reclamar y, tiempo después, me llevé una gran alegría: mi nota había subido de 5 a 7,5, de suficiente justico a notable. La alegría —poco pragmático que es uno— derivaba, sobre todo, de haber encontrado al otro lado a un profesor que había sabido entender mi dilema.
Toda esta batallita viene a explicar qué hace un tipo como yo leyendo un libro como Los filósofos presocráticos: Literatura, lengua y visión del mundo. Mis conocimientos sobre filosofía se resumen, prácticamente, a lo aprendido a matacaballo en el instituto, y seguramente habrá títulos mucho más adecuados para mi formación, manuales adaptados para los profanos. Sin embargo, la obra de Alberto Bernabé se me antojaba —como ese profesor anónimo que revisó mi examen en Selectividad— la respuesta a una cuestión que me escocía: ¿de verdad los filósofos presocráticos fueron poco más que un resumen de una línea? ¿A eso se reducía el meollo del asunto, a anécdotas como la del conejo y la tortuga?
Los filósofos presocráticos: Literatura, lengua y visión del mundo, aun sin ser un manual sobre filosofía presocrática, deja claro que no; eso, y que la complejidad que se esconde tras los resúmenes de una línea es tanto o más apasionante que ese mismo resumen. A lo largo de sus páginas ahondamos en relaciones tan interesantes como las que se establecen entre lenguaje e idea, abordamos los estilos en los que los filósofos empezaron a escribir sus tratados —una cuestión clave, si tenemos en cuenta que no había precedentes propiamente dichos—, el modo en el concebían el tiempo y el espacio y la correspondencia de estos conceptos con el vocabulario —algo de lo que encontramos ecos en nuestra lengua—, y un largo etcétera.
De alguna manera, y quizás de un modo indirecto, el autor consigue dar cuerpo a estos personajes históricos y hacer tangible su aportación a nuestra cultura y su lugar en el tiempo. Al ponerlos en relación con su mundo, dejan de ser una serie de ideas ingeniosas —y por lo general vendidas como trasnochadas— para adquirir una identidad con mucha más sustancia y matices.
Se trata, claro está, de un texto dirigido a lectores versados en la materia, no en vano es prácticamente una recopilación revisada de artículos especializados, y estoy convencido de que se le puede sacar mucho más partido con conocimientos de los que yo carezco —tanto de griego como de simple Historia—. Por momentos, puede resultar denso y excesivamente exhaustivo, pero creo que es algo que se compensa largamente con la cantidad de conceptos y desarrollos interesantes que plantea.
Así, aunque no sea un libro para todos los públicos, Los filósofos presocráticos: Literatura, lengua y visión del mundo se me antoja una lectura muy recomendable y estimulante para los que se atrevan con ella. La edición de la colección Evook Didaska está, además, muy cuidada e incluye numerosos apuntes y notas para ubicarse mejor.
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