La vuelta a la Galia de Astérix
Reseña del quinto volumen de la mítica colección de Goscinny y Uderzo
Aunque no se publicaría como álbum hasta 1965, la primera edición serializada de La vuelta a la Galia de Astérix data de 1963. Este cómic es un punto de inflexión dentro de la colección, tanto por el trabajo gráfico de Albert Uderzo, que termina de encontrar su voz propia tanto en los sugerentes escenarios como en el perfil de los personajes, como por el enfoque del guión de René Goscinny, que fue acogido con entusiasmo por el público por motivos evidentes.
Este está claramente emparentado con algunas ideas ya presentes en Astérix y los godos. Por un lado, porque retoma la idea de “visitar” distintos países con una perspectiva humorística e irónica. En este caso, el elegido es Francia y, dado que el partido se juega en casa, se toman su tiempo para desmenuzar el país ciudad por ciudad, explotando distintos clichés de la época que, en algunos casos, han sobrevivido hasta hoy día. El leit motiv es, cómo no, la comida, porque ¿qué define mejor a un pueblo que lo que come? Así, la apuesta (peregrina) que deciden hacer los irreductibles galos al inspector general Lucius Flordelotus cuando pretende aislarlos con una mera empalizada de madera es que traerán para un banquete las especialidades culinarias de los cuatro rincones de la Galia.
Este elemento se combina a la perfección con el segundo para ganarse el aplauso del público de la época: lejos de ser una representación histórica de la Galia de la Antigüedad, esta se presenta como un país más bien uniforme que es reflejo evidente de la Francia de la Resistencia. Ahí el vínculo adicional con Astérix y los godos: La vuelta a la Galia de Astérix es una idealización de ese periodo de la II Guerra Mundial que tan complicado es de digerir todavía a día de hoy y en ella se muestra a un pueblo galo (trasunto del francés) unido para apoyar a los irreductibles en su particular proyecto de humillar a Roma. Evidentemente, es una entelequia: ni todas las tribus galas hicieron frente común ante Julio César ni la Resistencia fue universal ante las tropas nazis.
Pero más allá de este trasfondo político-emocional del cómic, la obra sigue funcionando muy bien en su faceta humorística. Gags como el del frustrado encadenamiento de Obélix y Astérix, que ya tenía antecedentes con anteriores encierros en prisión, o la idea de la guardia romana perdida en el dédalo de las calles de Lugdunum son tan acertadas y divertidas como el despertar en mitad del campamento romano o los atascos vacacionales con los que cualquier francés de la época (o actual) se podrá identificar.
Hay otros dos aspectos que hacen muy entrañable este cómic: por un lado, es la primera aparición de Idéfix, que fiel al espíritu de su nombre (Idea fija, que por cierto propusieron los lectores de la revista Pilote) se pone a seguir a la pareja de amigos (quizás motivado en un primer momento por el olor de las viandas que transportan) y termina uniéndose para siempre a la colección. Como curiosidad, mencionar que acaba de estrenar serie propia. Por otro lado, es un cómic particularmente gastronómico, uno de los elementos recurrentes de las historias de los galos y que más hacen disfrutar a ciertos lectores (entre los que me cuento). Quién pillara una buena pata de jabalí...
Así, La vuelta a la Galia de Astérix es, como decíamos, un punto de inflexión en la serie, que consagra una fórmula que, a partir de aquí, se va perfeccionando.
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