La familia no es la que era
Reseña de la antología que presenta los mejores relatos del XXV Certamen literario de la Comisión de mujeres del Picarral
Mi curiosidad congénita hace que, de vez en cuando, me guste leer alguna antología que recoja a los relatos seleccionados de algún certamen. Es un modo de saber qué se cuece, qué es lo que algunos jurados encuentran meritorio y, sobre todo, qué nos presentan los autores cuando, como en este caso, tienen la temática restringida.
En el caso de La familia no es la que era nos encontramos con una serie de textos que, en cierto modo, analizan el modo en el que las familias se estructuran (o desestructuran) a día de hoy. Mi impresión tras leer los seis relatos es que se ha dado más valor al contenido que al continente, y he de señalar, como punto negativo, que algunos relatos no han sido adecuadamente corregidos. Por el contrario, el diseño del libro y su presentación son de gran calidad. El conjunto, en cualquier caso, es bueno, y la lectura entretenida.
Se abre la selección con Por las estepas, obra ganadora del certamen, un escrito de Ignacio Fajardo Portera. Se trata de la radiografía de una familia actual como otra cualquiera. El retrato está trazado con precisión pero el giro final, me temo, se ve venir y se está convirtiendo en uno recurrente: el de optar por un narrador “inesperado” que, en realidad, no lo es tanto (lo he visto usar hasta en relatos sobre zombis). Un buen relato, en cualquier caso.
Jacinta, de María Molina Vera, es un interesante relato sobre cómo cambian los tiempos y las jerarquías familiares. Los personajes resultan creíbles y se entra a trapo con la historia. En el aspecto formal me temo que le hubiera venido bien un repaso.
A continuación tenemos al tercer premio: Hogar, dulce hogar, de Lourdes Lobera. El relato está bien ejecutado, aunque resulta algo estático. Es más bien una instantánea de una familia moderna en contraposición a la familia tradicional. El optimismo que rezuma lo hace una lectura agradable con la que es fácil conectar.
El abuelo Nicolás, de Luis Martínez Pastor, es el relato que más me ha calado del libro. Tiene un algo que me ha recordado a La sonrisa etrusca, supongo que la habilidad con la que se retrata al protagonista. Es una historia melancólica pero, al mismo tiempo, certera en el aspecto vital. Una de esas lecturas sencillas y complejas al mismo tiempo.
Cristina Ruberte-París sigue en esta línea con Cuarentona y sola, los demás a su bola, aunque en un registro muy distinto, pues resulta entre lírico y humorístico. Es también el relato más conseguido en el apartado formal. Tiene fuerza, ritmo y gancho, y no se complica demasiado en cuanto a escenario. Quizás resulte demasiado ácido pues ¿quién no se ha apoyado demasiado alguna vez en su madre?
Ya como cierre, La torre vacía, de Sagrario Minguillón Soro, un contrapunto peculiar a los relatos precedentes, pues es una historia híbrida, medio cuento medio fábula. Un modo de hablarnos de todo lo que nos han traído los otros relatos pero a través de elementos indirectos. Está bastante conseguido, aunque tal vez resulte algo críptico por momentos.
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