La literatura como carrera de fondo

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Algunas reflexiones sobre esto de volcarse apasionadamente en la escritura

Y que son, en realidad, extensibles no solo a escritores, sino también al resto de creadores y elementos activos del panorama, como traductores, editores, reseñadores, organizadores de eventos, asociaciones y un largo etcétera.

Apostaría a que en cualquiera de estos ámbitos todos habremos oído alguna vez que lo de la literatura es una carrera de fondo. La idea que eso nos suscita, sin embargo, creo que es en ocasiones errónea. Puede dar la impresión de que con esta analogía nos referimos a que hay que aguantar, como si la paciencia o la perseverancia, por sí solos, fueran a ser los elementos clave para llegar a la meta. Bien al contrario, como ocurre también en las carreras de fondo, estos son solo algunos de los aspectos que están ahí, pero que no definen la experiencia propiamente.

En primer lugar, porque no se trata en realidad de aguantar, sino de afrontar, una y otra vez, con ánimos renovados, el desafío que supone seguir adelante. Esto es común a cualquier actividad deportiva y a muchas de las humanas. En el momento en el que avanzas por avanzar ya has perdido la carrera y te acercas peligrosamente al punto en que te descolgarás de la misma. En mi dojo de kendo el lema es cae siete veces, levántate ocho, algo que se acerca mucho más al espíritu final de la analogía. Uno no se puede plantear la literatura como una incursión rápida, porque aunque tenga la capacidad, el talento y el don de la oportunidad para llegar y triunfar, ese éxito terminará en anécdota si después no se afianza. Y el único modo de afianzarlo es confrontándose a reveses y problemas. Evidentemente, estos no tienen por qué llegar siempre del exterior, de los lectores o del mundo editorial, pero un autor se tiene que poner a sí mismo en cuestión y, después, mantener la marcha. Así, irá creciendo y acercándose, más y más, a los objetivos ideales que se haya planteado.

Esto tampoco quiere decir que la carrera se tenga que entender como padecimiento e insatisfacción. Bien al contrario, al igual que ocurre en el deporte, es el desafío y el sufrimiento los que hacen dulces los avances, se concreten en victorias o no. La propia confrontación es satisfactoria aunque no dé frutos hacia el exterior. Sin embargo, sí que es cierto que, con el tiempo, esta naturaleza de la carrera exigirá cierta disciplina y, hasta cierto punto, algo de estrategia o templanza. No digo que todo aquel que quiera escribir esté sujeto a esta exigencia: por fortuna, podemos (o algunos pueden) dejar de escribir en un momento dado. Hablo, por supuesto, de una carrera literaria, y no necesariamente profesional.

Una vez has asumido que escribir va a requerir un tiempo que no podrás usar en otras cosas, que va a traerte decepciones tarde o temprano, que es una actividad que consume energía y que para mantenerte en forma, como en cualquier ámbito, vas a tener que esforzarte por establecer un ritmo, empiezas a vislumbrar las connotaciones de la analogía. No se trata de ver pasar el tiempo como se puede hacer desde las gradas de un estadio, sino de saltar a la pista para calentar, entrenar, competir o lo que se tercie.

Y ahí entra un punto clave que mencionaba L.G. Morgan después de su experiencia creativa en la dirección literaria (entre otras cosas) de el podcast de la Vieja Sirena y que podemos resumir parafraseando el proverbio masái citado por nuestro compañero Mzime: Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado.

Al igual que les ocurre a los corredores de fondo, necesitamos gente alrededor. Al menos, es lo que le ocurre a la gran mayoría de seres humanos. Gente con la que entrenar, con la que hablar de nuestros logros y nuestros problemas, con la que valorar consejos externos o con la que discutir de material para nuestra actividad: documentación, libros, programas... Gente con la que poder verbalizar algunos proyectos, o las claves para abordarlos, o con la que regocijarnos en nuestras rarezas compartidas, con la que compartir lecturas, favores, desvelos o una sana (o malsana) competitividad. Se dice que la escritura es un esfuerzo individual, pero es una falacia: nuestra narrativa la podemos ejecutar solos, en última instancia, pero lo hacemos apoyándonos en una cultura común, con un lenguaje pensado para comunicarnos y, en muchos casos, con la idea final de transmitir algo.

Bajo este prisma, que cada vez veo más importante resaltar, iniciativas como el concurso homenaje a Polidori o las microjustas, encuentros como el Espantabrujas o el Penumbra, la misma existencia de esta web o de la Biblioteca fosca, o el esfuerzo por mantener con vida los Calabazas en el Trastero (por mencionar solo proyectos en los que estoy involucrado) adquieren una dimensión distinta. Ninguno de ellos existiría sin el concurso de mucha gente, ni tan siquiera Saco de huesos a pesar de tener un aspecto más funcional: se nutren de esas personas que están corriendo a tu lado en la carrera literaria. Del mismo modo, otras o las mismas se nutren también de estos proyectos en algunos momentos de su camino, porque, eso es inevitable, cada carrera es personal e intransferible. Y aunque algunos tengamos, inevitablemente, mayor visibilidad dentro de estas iniciativas, la magia se crea en grupo, en el propio intercambio, incluso en la mera compañía.

Empecé a escribir hace ya casi treinta años, pero la primera vez que me sentí propiamente escritor fue cuando empezaron a llegarme, ocho años después, ecos de otras personas. Organizadores de concursos, editores, lectores... pero, sobre todo, los miembros del foro de literatura de la extinta Ociojoven. A su lado encontré las fuerzas necesarias para levantarme no ocho veces, sino muchas más, y lanzar no solo proyectos individuales, sino colectivos, y encontrar las ganas para embarcarme en aventuras que me han dado grandes alegrías y que me dan fuerzas cuando echo la vista atrás.

Cuando un año termina tan extenuante como este 2016 y se abren las perspectivas de un 2017 que apunta galerna, es inevitable sentir la tentación de colgar los guantes y sentarse a la vera, dejar pasar el tiempo estando a cubierto y, quizás, convertirse en uno de tantos compañeros que se han ido quedando por el camino a lo largo de estos años, gente con mucha valía a la que las circunstancias o la motivación hicieron que abandonaran la carrera. ¿Por qué no? ¿No es cierto que en algún momento tocará hacerlo?

Quizás. Pero para mí ese momento no ha llegado todavía. Y el motivo es evidente: veo que avanzo en un pelotón excepcional. El terreno no es todo lo llano que podríamos desear (nos conformaríamos con que fuera menos traicionero), no vamos todo lo rápido que quisiéramos, el día no tiene las suficientes horas de luz y, para variar, siguen sin considerar nuestra carrera deporte de interés general, lo que nos espanta los patrocinadores... Pero es nuestra carrera y, entre todas las incertidumbres, hay una cosa que tengo muy clara: me merece la pena correrla. Por muy cansado que en ocasiones esté. O quizás precisamente por ello.

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Olethros
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Pues, como mínimo, trotemos.

Ceterum censeo Carthaginem esse delendam... ;oP

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