Al cierre casi simultáneo del cuarto Polidori y la vigésimo segunda Calabaza es un buen momento para abordar este tema.
Seguro que ya habéis oído la máxima: ya está todo inventado. La frase de marras, que sirve tanto para apostillar en una reseña como para justificarse cuando te encuentran referencias que ni tú mismo te esperabas, es una losa que planea sobre todos los escritores. Pero ¿qué demonios quiere decir en realidad?
Cuando uno empieza a escribir, aparte de tener la mirada más puesta en lo que cuenta que en el cómo lo cuenta, suele embargar un deseo irrefrenable de ser único. No es de extrañar: si el escritor no tuviera una cierta soberbia, algo de vanidad desbocada, no le daría por escribir. Tiene que tener el convencimiento de que está aportando algo. Algo nuevo. De ahí la fijación con la originalidad.
Luego, uno va escribiendo, fogueándose en concursos, apareciendo en antologías y, sobre todo (si las cosas van como tienen que ir), leyendo mucho. Muchísimo. Y, claro, vuelve la frasecita de marras: en efecto, parece que todo está ya inventado. No es ya que construyamos nuestras historias a base de referentes, tanto vitales como obtenidos a través de otras obras, sino que el ser humano es lo que es y las permutaciones en torno a él no son tantísimas como se podría imaginar. No, al menos, las que parecen interesarnos. ¿Dónde queda entonces el papel de los nuevos escritores?
La reciente experiencia con el IV Concurso homenaje a John William Polidori y la XXII Convocatoria de Calabazas en el Trastero: Dark Space Opera me ha dado algunas pistas. Ambos concursos son temáticos (el primero iba sobre posesiones y el segundo sobre space opera fosca), ambos se mueven en extensiones similares (1000 – 3000 palabras el primero, 1000 – 5000 palabras el segundo), ambos tienen predicamento entre los mismos autores, groso modo, y las recompensas ofrecidas son bastantes similares (publicación en una antología, un lote de libros). Solo cambia sustancialmente el modo de presentación de las obras: en el primer caso, se cuelgan en un foro público para que sean juzgadas tanto por un jurado “profesional” como por un jurado popular y en el segundo se envían a un jurado secreto que las lee por su cuenta sin, a priori, más comunicación con los autores.
Los resultados no podrían haber sido mucho más dispares.
El Polidori ha recibido poco más de 50 obras, mientras que esta convocatoria del Calabazas ha pasado de las 150, pero esto en realidad no es tan significativo: ambas son cifras dentro de unos márgenes más o menos habituales y el hacer la obra pública, evidentemente, resta participación porque queda “quemada” para otras convocatorias. No es aquí donde está la disparidad.
Donde realmente ha habido diferencia es en la originalidad de las propuestas: sin entrar en la calidad individual ni media, que esa es otra historia, en el Polidori ha sido raro que dos relatos se parecieran, mientras que en Dark Space Opera se han acumulado propuestas que tenían muchísimos elementos en común tanto de escenario, estructura, personajes, giros de tuerca, etc. Si descartamos que “posesiones” sea un tema que se preste mucho más a la variedad que “Dark Space Opera”, ¿qué nos queda?
Un primer factor puede ser el de tantear el terreno, pero me inclino a descartarlo: parece que bastantes autores presentaron sus obras antes de leer las de los otros participantes del Polidori, por lo que, a priori, la variedad no se debe a que se adaptaran los relatos para destacar. Tampoco me parece probable que alguien dejara de participar porque otro autor hubiera publicado un relato parecido; por lo general, casi siempre nos parece que nuestro enfoque es más pertinente, al menos en caliente.
Por el contrario, creo que sí que pesa más el saber que no solo te van a leer, sino que te van a juzgar en vivo y en directo, algo que además podría acentuarse en casos extremos porque solo se pueden mandar tres obras al Polidori, mientras que en el Calabazas no hay límite. Con estos dos elementos, el mandar relatos de fondo de armario se desincentiva. Da la impresión de que cada autor se ha de pensar más cada uno de sus intentos.
A esta teoría le sigo viendo un punto débil: creo que la mayor parte de los autores que participan en los Calabazas salen a ganar, sin más consideraciones, por lo que lo dicho en el párrafo anterior solo afectaría a unos pocos relatos, los que se mandan porque por qué no, algo que no generaría tanta descompensación. Así, creo que el quid ha de estar en otro elemento; en el que hemos señalado, de hecho, como diferencia sustancial en las bases: el Polidori exige que los relatos sea leídos y analizados en público, por cualquiera.
No es ya solo que los participantes estén dispuestos a “sacrificar” relatos por no gran cosa y sin garantías, sino que se prestan también al espíritu de taller literario de la convocatoria. Hemos podido observar a lo largo de estas tres últimas convocatorias que no solo están dispuestos a que sus obras se vean juzgadas también por un jurado popular, sino que además se prestan al juego y lo agradecen incluso. Lo consideran algo positivo, algo de lo que extraer un beneficio, aunque no sea inmediato. La idea de que destripen sus obras, aun sin garantías, les resulta hasta cierto punto seductora.
Es decir, que en buena medida, una buena parte de ellos, son autores que cuestionan su trabajo y se cuestionan a sí mismos. Y ahí está el quid, a mi entender.
Entre los participantes de los Calabazas también los hay, por supuesto (entre otras cosas porque ambos concursos comparten autores), pero cuanto más alta es la participación, más suele crecer el número de autores que, evidentemente, no se plantean tantas cuestiones sobre su obra ni sobre la narrativa en general. Autores que tiran mucho de receta. Autores que no ven tanto interés en, por ejemplo, salir en una antología como en participar en un taller literario.
Llegados a este punto toca aclarar que, a pesar de lo que pueda parecer, no estoy cuestionando la máxima. Es muy posible que todo esté inventado ya. Lo que pasa es que en un relato, por suerte, no cabe toda la narrativa existente. Ni, por supuesto, toda la literatura.
De hecho, cada relato es una encrucijada en la que el autor va a tener que tomar miles de decisiones más o menos aparentes. Tanto en el Polidori como en los Calabazas ponemos algunas balizas, algunas cercas, algunos obstáculos: la temática, la extensión, los plazos, las referencias... Luego el autor encara ese problema y transita por la encrucijada como se lo pida el cuerpo.
En la última convocatoria de Calabazas en el Trastero tuve la impresión de que los autores atravesaban la encrucijada como si fuera una estación de metro en hora punta. Iban saliendo notas de color entre mucho gris y luego, cuando hice el recuento, constaté que eran más de las que parecía a priori. En el último Polidori, por el contrario, he tenido la impresión de que cada autor abordaba la encrucijada de un modo inesperado, llamativo, extravagante o, simplemente, propio. Quizás se debiera a que había focos iluminando el cruce, o quizás es que esos focos atrajeron a esos autores. Quién sabe.
De lo que estoy convencido es de que, sea lo que sea esto que llamamos originalidad, si algo que todavía puede asumir que se le abran nuevos horizontes o tan solo un potencial de recetas complejas con ingredientes determinados, la gracia de la narrativa está en que el autor haya encontrado una voz propia. Quizás no sea la definitiva, tal vez sea solo por un día, pero ahí reside la magia. Y, para acceder a ella, toca cuestionarse. No siempre, no todas las convocatorias, no todos los días, por supuesto, pero hacerlo. Si no se plantean preguntas, no se encuentran respuestas.
Como participante de las dos convocatorias (Space Opera y Posesión), voy a dejar aquí mi punto de vista. A ver si sirve de algo.
De un tiempo a esta parte, siempre que se convoca un Calabazas mi intención es participar. ¿Por qué? No lo sé. Es una convocatoria a la que tengo cariño y que me tiene especialmente enganchado y que, además, me sirve como laboratorio para crear un montón de relatos que luego buscan su hueco por otras vías. A veces, tenemos más tiempo para escribir o nos seduce más el tema y a veces no es así. Pero como lo quiero es participar, en cuanto sale la convocatoria reviso mis relatos y mando los que se adaptan al tema. Es una idea absurda que posiblemente revise porque generalmente este fondo de armario, no tiene la calidad suficiente pero, al menos, me permite tener la ilusión de que participo en un Calabazas más.
Para el Space Opera mandé dos cul de sac y uno escrito expresamente para la ocasión. Cuando me planteó escribir para un Calabazas tengo en cuenta tres factores. En primer lugar, intento ser diferente para llamar la atención pero claro, siempre y, en segundo lugar, teniendo cuidado no sea que me salga de la temática y, en tercer lugar, la calidad literaria. Creo que la clave está en conseguir manejar los tres factores. Para mía lo más dificil es no salirme de la temática y ser fosco.
En este Space Opera aunque intenté ser original (¿recuerdas algún eco de una mujer quitándose un guante al más puro estilo Gilda o unos demonios en forma de gato?) , utilicé tópicos como la nave espacial, el androide o los marines para que estuviera dentro de la temática porque yo no soy ningún experto en la materia y no me sentía dar una vuelta de tuerca a una temática que no controlo. Ya verás como en Casas encantadas, que es un tema más conocido, se tiende un poco más a la originalidad.
Lo de la calidad literaria no sé si lo conseguí. Lo intenté hacer lo mejor que pude.
Sin embargo, con el Polidori no me pasó lo mismo. El Space Opera no es lo mío pero las Posesiones (o antaño las brujas) ¿quién no tiene interirizada esa temática? Todo el mundo sabemos de sobra qué es una posesión y somos capaces de darle un vuelta de tuerca sin salirnos del tema, porque es algo que conocemos muy bien. Pasaría lo mismo con los vampiroso o monstruos similares.
Además, en mi caso, se ha unido otro factor. Me gusta mucho lo fantástico, entendido como aquello que se encuentra a mitad de camino entre lo real y lo maravilloso. Traduzco: me gustan mucho los reales en los que se confunde la realidad y lo imaginado y no sabes si estás en el mundo real y todo es una locura del protagonista o, por el contrario, todo está ocurriendo en realidad.
Y quise probar ese género escribiendo un relato realista en el que, de pronto, se produce un giro surrealista. Y no funcionó. Por los comentarios que ha tenido mi relato, creo que fue una vuelta de tuerca demasiado brusca. El lector necesita una puerta de entrada más grande de lo que yo pensaba. El año pasado también lo intenté con un relato mucho más surrealista. No sé si recuerdas aquel en el que una persona revivió con la ayuda de un pañal lleno de mierda.
He cometido este año el error (bueno, la verdad es que tampoco he tenido tiempo para más), de haber escrito un solo relato. Intentaré el año que viene escribir tres completamente diferentes para ver la reacción del lector. Creo que en el fondo se trata de eso. De probar, de experimentar con el lector y aprender de ellos y de sus comentarios.
Concluyendo. Creo que en el calabazas como se trabaja más a ciegas, se intenta ser original pero intentando no salirse del tema porque cuando no eres seleccionado no sabes si no lo has sido porque no has sido suficientemente original, porque te has salido del tema o porque, simplemente, ha habido otros que han escrito algo mucho mejor. Además, los temas muchas veces son tan peregrinos que, por desconocimiento, tienes que tirar de clichés.
En cambio, en el Polidori, como puedes conocer la reacción de los lectores, puedes experimentar más para ver cómo reaccionan. Aparte de que, al conocer a priori más el monstruo, puedes darle un vuelta de tuerca.
Bastante inútil