Publicar en Amazon, ¿es publicar?
Una breve reflexión sobre las connotaciones de esta nueva y popular forma de publicación
Hace unos días me tocó la desagradable tarea de enviar correos electrónicos de rechazo en nombre del comité de lectura de Saco de huesos. Una buena parte de estos se debía, simple y llanamente, a que eran obras no inéditas, una política que daría para otras reflexiones pero que, a fin de cuentas, es la que llevamos en estos momentos en la editorial. En concreto, una quincena más o menos estaban ya publicados del casi medio centenar que teníamos pendientes. Entre un 20% y un 25%.
Por supuesto, unos cuantos habían sido publicados por otros sellos durante el periodo de evaluación y el autor no nos lo había comunicado —comprensible, sobre todo en los casos en los que se manda a diestro y siniestro, que son los más frecuentes— y/o no nos habíamos enterado —a veces incluso me han llegado notas de prensa a OcioZero de libros que estaban en la cola de lecturas—. Es normal cuando cuesta digerir tanto el material recibido: hay una desincronización. No obstante, la mayor parte, diez manuscritos, habían sido autopublicados en Amazon. Y no necesariamente después de haber esperado meses y meses tras habérnoslo enviado. A veces, sin haber esperado siquiera.
Junto a los de esta tanda, se pueden sumar tranquilamente otros treinta manuscritos, del mismo modo autopublicados, de entre los que hemos recibido en la editorial. El modo en el que el autor percibe la situación de su obra en estos casos es dispar.
Hay autores que, al notificarles el motivo del rechazo, te contestan que la obra es inédita. Que solo está en Amazon, que eso no cuenta. A veces añaden que conservan los derechos, que pueden retirarla de la venta cuando quieran o que han vendido poco. Que no media un contrato de cesión, algo en todo punto inexacto.
Resulta curioso que su consideración del carácter inédito de la obra varíe en función del interlocutor —si hay un sello convencional o no; esto es extensivo a Bubok, aunque hemos encontrado menos gente que autopublique con ellos— o de las ventas —un punto algo más lógico en el caso extremo de que no hubiera ninguna, dado que se puede esgrimir que no ha habido divulgación propiamente dicha—. También está esa impresión de que, mientras tengan los derechos, se puede dar marcha atrás, hacer borrón y cuenta nueva.
Esto último es más evidente en la doble vertiente he vendido mucho / he vendido poco. En el segundo caso, es un modo de quitar hierro a la situación: no hay perjuicio posible porque tampoco es que haya llegado muy lejos... En el primero, es como la guinda del pastel: esto se vende solo y, además, no vas a tener que negociar con nadie más que yo mismo. En este caso, las ventas nunca son cartuchos quemados, sino promesas de un futuro aún mejor.
Esta guinda del pastel se presenta a veces como marchamo de calidad. Ahí no importa declarar que la obra no es inédita, como cuando se especifica en la carta de presentación que te la han publicado en otro sello. En estos casos, es curioso, Amazon recibe el mismo tratamiento que las empresas de autoedición tradicionales: si un autor ha autoeditado te especifica que ha vendido bien; si ha publicado con un sello de calidad —o incluso si ha tenido una promesa informal de un sello de calidad—, se limita a decir en qué sello y a asegurar que tiene los derechos libres. Por el contrario, si el manuscrito ha sido autopublicado en Amazon o en un sello de autoedición y se ha vendido poco, rara vez se menciona el asunto.
Es comprensible que el autor quiera vender su obra lo mejor posible, a los lectores, a los editores y a sí mismo. Pero cuando estás al otro lado del espejo te ves bombardeado por toda esta casuística y es inevitable preguntarse no ya qué pintas en todo esto, sino qué demonios esperan de ti los autores que te mandan sus obras. No es una cuestión baladí: todos los autores deberían pensar muy seriamente quién quieren que sea su editor.
Cuando un autor me envía una obra autopublicada en Amazon y me pide que se la publiquemos, que le demos una oportunidad, no puedo evitar plantearme qué valor añadido espera obtener. Tras la inmediatez y la falta de ventas, ¿qué papel nos toca jugar? Si esperan que vendamos mucho, se han equivocado de sello: lo nuestro es la small press. Cabe suponer que la corrección de estilo, la maquetación y el diseño que podamos ofrecer no les importa demasiado si ya han lanzado una vez su libro sin contar con ello. La inmediatez, desde luego, descartada: en eso, nadie compite con Amazon y plataformas similares. Entonces, ¿el reconocimiento? ¿La gloria de compartir estantería con los autores de nuestro catálogo? Ojalá, pero no termino de creerlo.
Más bien, tengo la impresión de que se trata de una especie de redención, de que nos vamos convirtiendo en faroles en mitad de una niebla densa en la que van muy perdidos. Cuando se habla de libros, de literatura, de mercado editorial, de ser escritor, se suele poner el acento en el bestseller, en el que se autopublicó y vendió millones, en el talento descubierto por la multinacional, en el fichaje de oro, en esa novela primeriza que rompió los moldes y sorprendió a todos, en los dinosaurios porno y en el nuevo Tolkien. Eso es lo que buscan la mayor parte de los autores despistados.
El círculo de escritores, el avanzar por el camino, el fraguarse relato a relato, novela a novela, el crecer con un sello pequeño o el ir subiendo un peldaño tras otro son historias que oímos mucho menos. Parece que quitan mérito —ha ganado el XXX con su séptima novela, ya iba tocando— cuando en realidad debería darlo —siete novelas y sigue superándose con cada nuevo trabajo—. El caso de Zafón es sintomático: a pesar de haber pringado años en la trinchera, se vendió la historia del descubrimiento. Lo de antes, lo de los sellos pequeños y lo de bregar, lo de escribir sin reconocimiento, no cuenta. Es pasto del olvido.
Lo que tal vez no perciben muchos de estos nuevos autores es que, con sus decisiones, están viviendo, precisamente, ese sueño del pelotazo, de la criba del uno todo, un millón nada, del diamante entre el fango, solo que no en el papel que querrían haber interpretado. Amazon, todas estas plataformas de autoedición masiva, son precisamente eso: estanterías infinitas en las que puedes colgar tus obras y tentar la fortuna, estar ahí para que te descubran. Ni más ni menos.
Por eso, cuando les dices que su obra ya no es inédita les cuesta aceptarlo. Publicar se supone que es el final de un proceso y, en cierta manera, lo es. Como saltar al ring. Ahora bien, cuando llega el momento de poner de largo un manuscrito, puedes hacerlo con un sponsor, con un maestro de ceremonias o a pelo. ¿Es esto publicar? Me temo que sí. Lo hagas como lo hagas. Una vez has saltado al ring, ya no hay marcha atrás.
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