Réquiem por la Biblioteca Fosca

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Por la revista, no por la asociación, no la vayamos a liar

 

Hace un par de días retiré del servidor de OcioZero los archivos de los cuatro números de La Biblioteca Fosca que han visto la luz: la momia, el kraken, el diablo y el zombi. Con este gesto ha terminado un periplo que comenzó nada menos que en el 2008 y que lleva años agonizando. Es una sensación agridulce la que me ha generado este gesto necesario. Y es lo que me motiva a escribir estas líneas, que son de adiós pero, espero, también una oportunidad para reflexionar sobre lo que significan estos proyectos.

Cuando propuse al Círculo de Escritores Errantes la realización de esta revista digital tenía una idea muy clara en la cabeza, una idea que nació hace muchísimos años con cierto álbum de cromos (del 84, si no me falla la memoria) en el que se presentaban todo tipo de monstruos. Desde que cayó en mis manos, siendo muy niño, siempre he soñado con dedicarles una publicación sistemática.

Esta idea de publicación terminó de tomar forma tras descubrir Qliphoth, la revista sobre mitos creada por Santiago Eximeno y Francisco Ruiz, que me abrió un abanico de posibilidades que todavía ando explorando con mayor o menor fortuna.

Y, por supuesto, vio la luz gracias al tesón y el entusiasmo de esos cuervos solitarios que nos juntamos hace ya más de un lustro. Sin su voto de confianza, la revista nunca hubiera visto la luz. Al menos, no del modo brillante -permitidme la inmodestia que me toca- que lo hizo.

La Biblioteca Fosca hablaba de monstruos desde todas las perspectivas. Cada número, que se centraba en un único personaje, incluía relatos (que siempre son lo más fácil de conseguir y lo que más abunda por Internet), poesías, artículos de cine, cómics, juegos, literatura y cualquier otra cosa que se nos pudiera ocurrir, columnas de opinión y consejos y hasta una sección de arte contemporáneo (una de las cosas más insólitas que se hayan visto, creo yo, en esto del fandom).

Poco a poco la revista fue forjando un carácter propio: esgrimió secciones propias como las improbables entrevistas que nos brindaba Manuel Mije y con los consejos y las colaboraciones de ilustradores y maquetadores fue tomando una forma bastante vistosa, a pesar de las oscilaciones de extensión. El Viejo nos brindó muchos consejos profesionales (y no todos cayeron en saco roto), tuvimos colaboraciones de historietistas, largos debates sobre cómo llevar la revista...

Al final, no obstante, estas cosas se mantienen solo a base de cabezonería y trabajo. Y cuando flaquea la primera, el segundo se suele ir a proyectos más apasionantes o más rentables o que supongan mayores desafíos... el ciclo natural de las cosas, vaya.

No me voy a extender en loas del magnífico trabajo que hizo tantísima gente: podéis verlos en los créditos de los distintos números y aquellas cosas que no salen (como el comité de selección del nonato número de Leyendas urbanas y todas las colaboraciones -que, sorprendentemente recibíamos muchas- que se quedaron sin ver la luz, o el intento de refundación de la revista que quedó en agua de borrajas) nos las guardamos para los que las vivimos. Fue un tiempo hermoso el que intentamos mantener a flote un proyecto destinado naufragar y convertirse en un buque fantasma más, qué demonios.

Y, además, nos deja la satisfacción de haber estimulado la creación de cosas memorables. Algunas han tenido el reconocimiento que se merecían, como el fabuloso relato El viejo y el mar. Y el extraño. Y el kraken, de Pedro Escudero, y otros empiezan a recibirlo, como la serie de relatos de cierto templario que va a echar a andar en solitario y al que no deberías perderle la pista si os gusta el género de espada y brujería. Otras quizás no lo tengan nunca, y tampoco importa demasiado: era una revista sombras, por el placer de navegar por las sombras, ¿no?

Personalmente, aprendí mucho llevando malamente el timón de la revista y me han quedado recuerdos formidables (como aquel fin de semana que escribí media docena de colaboraciones naufragando en unas latas de cerveza a profundidades cada vez más abisales). Y, desde luego, cerrar esta etapa no implica una rendición: quedan muchos terrenos por explorar y muchas oportunidades para averiguar si lo que aprendimos realmente sirvió para algo.

Hoy, me temo, no me da para analizar elementos concretos. Solo para daros las gracias a todos los que nos acompañasteis en este viaje: miembros de la revista, colaboradores, lectores y difusores. Gracias a todos. Por vosotros, todo esto mereció la pena.

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eximeno
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A mí me encantó colaborar con ella. Y, sobre todo, leerla.

www.eximeno.com

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Patapalo
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Gracias, Santi: creo que eso es lo más importante.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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