A mediados del siglo tercero de la Edad Oscura, en una de las marcas del Este, Nikkos nació niña.
Durante semanas en todos los templos se suplicó a los dioses el feliz nacimiento póstumo del primogénito varón del difunto heredero de la Marca. Su abuelo Vlado, el de la luenga barba, ayudó de la única manera que sabía hacerlo: amenazando a la madre.
—Si la criatura no nace varón os cortaré el cuello a las dos.
Después de dar a luz una niña de cara redonda y ojos negros, Vlado, el de la Luenga Barba, irrumpió en la estancia con un cuchillo de carnicero en la mano. La madre comenzó a gritar al verlo, pero a quien Vlado degolló fue únicamente a las dos comadronas que le habían asistido al parto. Luego ordenó a la madre de que la amamantara y que la criara como si fuera un niño. Pocos días después hicieron el sacrificio ritual ante los dioses, le pusieron el nombre de Nikkos, le otorgaron el título de Heredero de la Marca y corrieron a mostrárselo al Rey del Este.
En cuanto la destetaron, el cadáver de la madre apareció también degollado, flotando en el foso del castillo.
A Nikkos, la huérfana de la cara redonda, la educó personalmente su abuelo. Hizo venir de la capital del reino a los mejores profesores en la lucha cuerpo a cuerpo, en la monta de caballos de guerra y en el tiro con arco de larga distancia. Para impedir que nadie descubriera su secreto, no le permitió que se reuniera en solitario con niños de su edad.
Durante años, Nikkos durmió sola y con dos guardias de confianza en la puerta, en lo más alto de la torre desde donde divisaba lo que, según su abuelo, algún día sería suyo.
Cuando por fin murió su abuelo Vlado el de la Luenga Barba, los emisarios que los vecinos habían enviado a aquella marca del este para mostrar las condolencias a Nikkos por su pérdida volvieron a sus tierras comentando que el nuevo Señor de la Marca no era más que un niño sin barba, a quien podrían arrebatar sus territorios sin problemas. Pero se equivocaron.
Después de una sangrienta batalla, los espadas juramentadas de la Marca rechazaron la agresión de sus vecinos, le apodaron a gritos Nikkos, el Lampiño y le aconsejaron que marchara sin demora contra los territorios de los agresores en una expedición de castigo.
Durante el pillaje de una de las aldeas vecinas, Nikkos el Lampiño observó, con la espada roja por la sangre todavía en la mano, cómo uno de sus hombres penetraba salvajemente a una mujer. Hasta ese momento no había visto ningún hombre desnudo. Primero sintió curiosidad. Después fascinación. En los siguientes asaltos ordenó a sus hombres que violaran sin piedad a todas las mujeres que encontraran.
Pero la fascinación finalmente se convirtió en fastidio cuando sus generales le llevaron a su tienda una muchacha desnuda con el pubis dorado. A la mañana siguiente prohibió las violaciones en los terrenos que conquistaba.
Las victorias continuaron pero sus hombres empezaron a mostrarse descontentos. Al principio se contentó con azotarlos, pero cuando descubrió que no era suficiente, decidió empalar a quienes protestaban.
Pronto Nikkos el Lampiño se convirtió en Nikkos el Cruel. Los empalaba a todos: mujeres, campesinos, soldados, niños, caballos, perros, cualquiera que se cruzara con él en el camino y se atreviera siquiera a mirarlo. De entre sus hombres, eligió una docena a los que nombró su Guardia Personal. Los vistió completamente de negro, con un velo que apenas dejaba a la vista sus ojos.
Los enemigos de Nikkos el Cruel se reagruparon y decidieron acabar con él. Encontraron su rastro siguiendo el camino de estacas que iba dejando a sus espaldas, derrotaron sus huestes en campo abierto y le obligaron a refugiarse en su castillo.
Después de varios meses de asedio, sus enemigos entendieron que la guarnición estaba suficientemente debilitada y atacaron. Degollaron a todos los hombres que encontraron y empalaron a su Guardia Personal. A las mujeres, en cambio, les perdonaron la vida. No querían parecerse a Nikkos el Cruel, de quien nunca encontraron su cuerpo. Los veteranos de aquel asedio durante años recordaron en las tabernas a una loca de cara redonda y pechos pequeños que encontraron desnuda en lo más alto de la torre y que se paseó delante de las tropas enemigas llamándolos cobardes y pidiéndoles a gritos que la violaran.
Bravo, una historia aparentemente ligera y gamberra pero cimentada sobre un fondo muy interesante. Siempre he creído que la fantasía tiene muchos y buenos elementos para echar un ojo al alma humana.
Muy bien escrito, además.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.