Intoxicación severa de dragones

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Había pensado titular a esto “El estado de la técnica” y empezar la diatriba con algo del estilo de “¿Por qué se dice que existe una crisis en la literatura fantástica? ¿Por qué las editoriales sólo aceptan historias con elfos con taparrabos de seda y seres diminutos de tendencias sexuales ambiguas? ¿Todo murió con Tolkien?”. Sin embargo, creo que es más sincero plantearlo, sin más, como un empacho.

Y como suele ocurrir en estos casos, la gota que ha colmado el vaso es, precisamente, el libro que más justificado tendría este uso (o abuso): Tierra de dragones, sobre el que no voy a comentar demasiado porque la reseña completa está al caer.

 

Bueno, “Tierra de dragones” es un juego de referencias sobre literatura fantástica, por lo que el reparto de dragones, goblins, elfos, enanos y demás era indispensable. Sin embargo, en mi caso, ha sido el último de una larga cadena de libros de literatura fantástica en un breve periodo de tiempo, y en todos, absolutamente todos, ha habido dragones.

 

Por supuesto, entiendo que los dragones constituyen una parte importante de nuestro folklore, incluso de nuestro acerbo cultural. También es cierto que los dragones, en principio, gustan al autor que tira de ellos, o al lector medio –si nos ponemos a mirarlo desde el punto de vista editorial-. Pero, ¿realmente nos gustan tanto? ¿Tantos dragones? ¡Demonios, es que el 100% de los libros son muchos libros!

 

Y, además, el tema no es sólo que salgan dragones, sino que parece inevitable también que acaben saliendo elfos –más ridículo todavía si les cambian ligeramente el nombre-, enanos –a estos nadie les cambia la denominación-, orcos –o goblins, o tipos deformes que viven en las sombras- y demás cuadrilla de viejos conocidos. Y bueno, no es ya que se suponga que el género fantástico debiera aglutinar a autores con mucha fantasía, sino que todos estos seres terminan pareciendo refritos de las invenciones de Tolkien y sucesores.

 

¿Alguien se acuerda de cómo son los elfos originales del folklore celta? Desde luego, los elegantes elfos de Tolkien no se dedicarían a enmarañar los pelos de los durmientes (el famoso elf-look). ¿Alguien recuerda que el minotauro –o Pegaso- era uno, y sólo uno? ¿O que los habitantes del Orco existían mucho antes de “El señor de los anillos”? ¿O que en muchas culturas se decía que los enanos usan magia y tienen las piernas deformes?

 

Creo que, precisamente, y como comentaba cierto autor nacional (no recuerdo si Negrete o Marín), el problema está en que parece que nos olvidamos de beber de las fuentes originales, y el resultado de escribir habiendo leído sólo fantasía “de género” provoca un tremendo sabor rancio a refrito. Por supuesto que ni siquiera los clásicos griegos son los originales, puesto que recopilaron, o adaptaron, historias orales, pero desde luego permiten tomar una cierta perspectiva. Y ése es el punto importante.

 

Todo autor debería intentar reinventar las historias –puesto que, como se suele decir, siempre estamos contando las mismas-. Tan absurdo sería replicar los mitos originales con una escrupulosidad milimétrica como tomar las reinterpretaciones modernas como ciertas.

 

Porque no esta mal en sí que la gente meta dragones en sus historias, sino que no sea capaz de darle auténtica fuerza a la criatura. Desde los cocodrilos gigantes de “El príncipe Valiente” al maquiavélico Smaug de “El hobbit”, pasando por los particulares dragones de “Temerario” o el fabuloso dragón blanco de “La historia interminable”, tenemos reinterpretaciones del mito del dragón, de esa criatura tan presente en el imaginario del hombre. Son sus matices y su viveza los que permiten que cojan el cuerpo necesario para llenar unas páginas. Y los tienen porque sus autores han sabido bucear hasta la esencia del mito y extraer lo que necesitaban para sus novelas.

 

El término pastiche no es válido únicamente para la pintura: en literatura se puede caer –y se cae- en el mismo defecto. Intentar crear un mundo nuevo cambiando cuatro nombres o la morfología ocular de los elfos de Tolkien es estéril. Bebamos de las fuentes, y de los autores modernos, y observemos sus trabajos con perspectiva. Retomemos la historia, y la antropología, y luego tomemos los hilos del tapiz que nos resulten más sugerentes.

 

Qué hay de esos centauros salvajes capaces de devorar hombres, o de esas gorgonas que petrifican con la mirada. ¿Es necesario que todos los seres fantásticos vivan en sociedades o podemos dar una vuelta de tuerca a esa fabulosa idea de Tolkien?

 

Resulta curioso que autores que han reinventado constantes tan importantes del género, como podría ser LeGuin con la magia, en "Historias de Terramar", o Moorcock con la brujería en “Elric de Melniboné”, parecen quedar relegados a un extraño ostracismo. Y al mismo tiempo, a los autores que deciden qué toman y cómo, creando su propio mundo con el capricho propio del autor, como sería el caso de Rowling, son puestos en la picota por su falta de academicismo. Y al final parece que los que de verdad componen el panorama fantástico son los continuadores estrictos de ortodoxia tácita del género.

 

Al ser humano –esto se ve todavía más acusadamente en los niños pequeños- le tranquiliza y agrada encontrar pautas conocidas. Nos gusta volver sobre los mismos elementos, y nos cuesta aceptar, y mucho, los cambios, sobre todo si no vienen acompañados de asideros. Quizá sea por esto que la literatura fantástica gira, mayoritariamente, en círculos sobre sí misma, apenas atreviéndose a indagar en su parcela de terreno: la tierra de los sueños, el más amplio de los escenarios. Quizá, en definitiva, tengamos el empacho de dragón que en el fondo queremos. No obstante, aunque sólo sea de vez en cuando, creo que es importante valorar si queremos variar el menú. Después de todo, las posibilidades, sólo dentro de la fantasía, son infinitas.

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weiss
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Ay, di que sí, que el género se ha descarriado precisamente por seguir la estrecha senda del clásico. O es que realmente la cosa ha derviado en un género muy muy estrecho, que me da que es más bien lo que ha sucedido. Es como el heavy, que tiene su público aunque el modelo ya está agotado, aunque no se innove en veinte anyos. En fin, siempre nos queda la posibilidad de atender a la premisa: "Si escribes fantasía, utilízala".

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Patapalo
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Gracias, Weiss. Poco se puede añadir a lo que comentaste ya en tu columna de SE. No sé, yo creo que incluso dentro de lo más canónico algo se podría idear... Supongo que es el ciclo natural cuando las cosas son muy populares. Por lo visto, con las novelas de caballerías pasó parecido.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Telcar
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Por desgracia hace ya tiempo que se ha sobrepasado el punto de saturación. Habría que pedirle al mercado que deje de abastecerse de la misma fuente antes de que se seque del todo.

Lo que sucede es que, cada nueva generación de jovenzuelos, lo vuelve a ver todo como algo novedoso y fresco, aunque en realidad ya no lo sea. Los que ya hemos leído muchas historias (buenas, malas y regular) a lo largo de años, percibimos con facilidad esa saturación que durante un tiempo permanece oculta a ojos de novato.

A un chavalín de 13 años, le largas una historia de poderosos dragones un poco de pacotilla, con sus elfos de estética manga, sus tías buenas de ojos rasgados, castillos en las nubes, unos cuantos clichés más...y lo enganchas, lógico. Los grandes libros del género quedan lejos y parcialmente ocultos, ahora representados injustamente por sub-productos enfocados al consumo rápido y rentable.

Supongo que a estas alturas estaremos en sabe dios qué vuelta de rosca.

 

"Nunca tantos, debieron tanto absolutamente a nadie"

Ser Huinston Chungchil

 

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Andronicus
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Tienes mucha razón. Pero por suerte, la innovación existe, y a veces tiene éxito. Quizá no tanto en la forma de la fantasía típica, la de los elfos tolkienianos, altos y hermosos, de los enanos herreros y malhablados, etcétera, como en el fondo, que en realidad es lo que importa.

Demasiada literatura fantástica gira alrededor del mismo tema: la batalla entre el bien y el mal. Este es un tema tan trascendente, tan crucial, que sólo los mejores pueden tratarlo y salir exitosos del intento. Tolkien lo hizo y tuvo éxito. Otros con menos talento se quedan a medias (como Weiss y Hickman en las Crónicas de la Dragonlance, que a mi parecer es un pobre intento de recrear la fórmula clásica de la alta fantasía post-Tolkien).

Sin embargo, la literatura fantástica no tiene por qué tratar sobre el bien contra el mal, o tener el fin del mundo como telón de fondo. Lo hizo Howard con su mundo de Hyboria y su personaje más famoso, Conan el Bárbaro,  y ahora lo hace Andrej Sapkowski con su serie Geralt de Rivia, una innovación literatia en todos los sentidos. Aun así, este tipo de fantasía se considera "Baja Fantasía", contrapuesta a la "Alta Fantasía", regida por los valores elevados, los personajes planos y el tema inamovible: el mundo está al borde de la destrucción, los héroes tienen que alzarse e impedirlo. A nadie le interesan o le emocionan ya estos héroes; como se ha dicho, todo es muy parecido a lo que sucedió con las novelas de caballerías: la gente acabó empachada de tantos Amadises de Gaula corriendo por los montes de Grecia matando diez moros de un mandoblazo.

Este tema tan presente, junto con lo que comentas con toda la razón, el empacho de elfos, enanos, hechiceros y demás personajes estereotipados hasta la saciedad, causa (al menos a mí me lo causa) una sensación de "siempre es lo mismo". Además, los estilos literarios son a menudo muy académicos y tradicionales, con el mismo esquema, los mismos temas, la misma estructura narrativa. Tanto que no soy capaz de recordar casi nada del ciclo de El Elfo Oscuro, porque no es más que otro de tantos.

Andronicus dixit

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Patapalo
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Muchas gracias por los comentarios. Efectivamente, Andronicus, llevas mucha razón también en que el tema de fondo es recurrente, y que es muy difícil tratarlo con acierto y sin manierismos. Supongo que es difícil a día de hoy sacar una saga épica que no empalague y traiga vientos frescos, pero ¿quién sabe?

De Geralt de Rivia tengo que leer algo, porque siempre le cae algún comentario positivo.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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