El lenguaje es un juego de mentiras. Todo el mundo miente en tanto que aprende a hablar: es un hecho. Constantemente mentimos. No hablo de la mentira real, sino de la lógica, la del lenguaje.
Mentimos al formular una pregunta, mentimos al ocultar una palabra, mentimos al usar un término con un sentido contrario al que es usual, mentimos con las metáforas y mentimos con los sinónimos, mentimos porque el lenguaje es una mera invención arbitraria. No estaba muy alejado de este pensamiento el pintor belga del surrealismo mágico: Magritte, cuando dibujaba una pipa de fumar sobre un lienzo y al pie de ella escribía lo siguiente: Ceci n’est pas une pipe (esto no es una pipa).
No muchos tienen clara esta distinción. Resulta hasta atrevido decir que esa pintura es surrealista, porque en el fondo es la más cercana a lo verídico: el lenguaje miente porque no tiene relación con la realidad más que su convención, que es azarosa. Ese cuadro es una imagen de una pipa, pero no es el concepto de “pipa” que tenemos en nuestra cabeza, esa esencia, esos colores, esas formas. La “pipa” se ve, se palpa, se puede saborear su material, incluso se puede oler, eso es la realidad. Para hacer esto hemos tenido que conceder a nuestra mente un primer grado de abstracción: hemos volcado la realidad, lo físico, a un concepto general, a una idea: “la pipa” (une pipe).
Por tanto, el primer grado de abstracción lo podemos resolver con la fórmula realidad > concepto. Las ciencias naturales precisamente estudian sus leyes causales a partir de aquí; la realidad se puede estudiar con la lógica del efecto-causa porque se basa en la observación de un hecho empírico: si soltamos una manzana se cae al suelo. Tenemos la ley de la gravedad. Parten del mundo de la experiencia y lo estudian porque se basan enteramente en éste; usan, como la llamaba Aristóteles, una lógica apofántica, es decir, una lógica que parte de la realidad; siguen un método inductivo. Se basan en la predicción: la naturaleza es predecible (el hombre no).
Luego podemos hablar de un segundo grado de abstracción en nuestra mente, es el que ocurre cuando volcamos ese concepto en una palabra: pasamos del concepto de “pipa” (la idea, la imagen, su esencia) a la palabra pipa ([pípa]). Acabamos de crear el lenguaje. De un modo arbitrario le hemos dado los fonemas “p + i + p + a” a ese concepto de nuestra cabeza: nos resulta necesario para clasificar el mundo. De ahí que cada lengua represente una realidad distinta y que haya tantas como sociedades existan, de ahí que los significantes cambien y no sólo éstos, sino también los conceptos, porque no todos organizamos la realidad del mismo modo. Este es el segundo grado de abstracción, que podemos resumir con la fórmula de concepto > palabra. En éste es en el que deben pararse las ciencias de la cultura, como la lingüística, para el estudio del lenguaje. En este grado conviven al mismo tiempo sustancia (la fonética, los sonidos de las palabras), y forma (las palabras, el lenguaje per se), a diferencia del primer grado que vimos que estudiaban las ciencias de la naturaleza, donde sólo existe y se estudia la realidad, es decir, la sustancia. El mal lingüista parte de la realidad, por lo que se escapa de este grado de abstracción en el que debería trabajar y relaciona la realidad con la palabra, cuando el origen de esta unión es arbitrario. En el primer grado rigen las leyes de la naturaleza porque es todo natural, no hemos violado nada; en este segundo grado hemos creado una abstracción violando las leyes de la naturaleza: el hombre ha metido la mano para crear el lenguaje, por lo que rompemos su causalística y debemos comprender que entonces no se puede estudiar del mismo modo que lo anterior, ahora debe usarse un modo de estudio deductivo. En la lengua no existe la predicción, a diferencia de la naturaleza, porque interviene el hombre. La forma destruye esa ley de las causas debido a su libertad creadora. De ahí nace la literatura, de esa hermosa abstracción que nos concede la libertad para crear, para inventar. En la naturaleza no se inventa: se acepta lo que es, porque es por sí mismo. No hay conflictos. En cuanto interviene el hombre surgen los conflictos y por ello termina por ser un problema tan complejo el estudio de las lenguas, en el que lingüistas de distintas escuelas no se terminan por poner de acuerdo nunca.
El último grado es el que menos nos interesa, pero no por ello le restamos atractivo: se trata del campo de los números. El tercer grado es ese que seguiría la fórmula de palabra > unidad, donde ya no importa ni la forma ni el tamaño ni el color de esa realidad, sino su cantidad, su número: dos pipas (deux pipes). En este nivel o grado es donde operan las ciencias de las matemáticas, donde todo es pura forma porque el número, como se dijo, “es la abstracción de una abstracción de una abstracción”. Aquí no hay ningún componente real, no hay sustancia: el número 2 no afecta a ningún concepto que podamos percibir físicamente, es una pura creación mental, la violación más alta del hombre si mantenemos la correspondencia con estos grados de los que hablamos. Por esto mismo a los niños se les enseña las matemáticas partiendo de la realidad, y por ello les cuesta siempre más trabajo las matemáticas: se les dice que den el resultado de dos manzanas más dos manzanas, pero no de dos más dos (2+2), por ejemplo.
Los procesos de abstracción siguen siempre una función elemental: el suprimir cosas. Por esta razón es por la que a mayor nivel de abstracción más alejado se está de la realidad. Podemos verlo claramente en esta pirámide mental que estamos formando con este texto:
realidad > concepto (1er grado de abstracción);
+ ”pipa”
concepto > palabra (2º grado de abstracción);
“pipa” + pipa
palabra > unidad (3er grado de abstracción).
pipa + tres pipas ()
Podemos pensar entonces que una sociedad tendrá menos niveles de abstracción cuanto más primitiva sea: al igual que le ocurre al niño, el pensamiento más primario es el que más se asocia a la realidad. Los locos también tienen este mismo pensamiento. El hombre que más se violenta cuando por la calle le dicen “hijo de puta” es aquel que le concede el valor literal a esas palabras, cuando no dejan de ser más que palabras, es decir, mentiras, abstracciones. Resulta difícil separar, estamos de acuerdo, la realidad del lenguaje, porque lo ligamos a ella para definirnos y para vivir, pero a raíz de todo este estudio podemos determinar que el lenguaje opera con una lógica distinta que la apofántica, es decir, hablamos de una lógica del lenguaje que debe funcionar como sistema por sí misma y que no tiene por qué apoyarse en ningún otro ámbito, ni siquiera en el de la realidad.
Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo parte precisamente de estas premisas: se confunden la lógica del lenguaje con la lógica de la realidad. Ocurre en España con la conquista feminista de la discriminación de sexos llevada al lenguaje. “Violencia de género” es el comienzo de esta confusión, en la que se mezcla un término lingüístico para la realidad en la que realmente los que actúan son los sexos y no los géneros. Los géneros funcionan en las palabras: el género gramatical femenino o el masculino no son más que hechos lingüísticos, no atañen a la realidad. Por tosco o vulgar que suene, como oí una vez en una amena clase de literatura: La palabra mesa no tiene coño. Que el lexema mes– acabe en la vocal propiamente femenina –a no es más que un proceso de lenguaje, histórico, al igual que existen multitud de palabras que con un género neutro (en español es el masculino) atañen a los dos géneros. También hay palabras femeninas que atañen a un sexo masculino y al contrario: palabras masculinas que atañen a un sexo femenino. La acomodación de nuevas feminizaciones léxicas en las palabras que determinan profesiones sea tal vez el hecho más lógico, si partimos desde la realidad, ya que señalan directamente a una persona sexuada y éstas pueden verse representadas en esa palabra. Es lógico, decimos, que antaño hubiera muchas profesiones que sólo eran ejercidas por hombres y por ello no hubiera término femenino, y por este proceso ahora se estén desarrollando otros nuevos: para determinar lo que es en el fondo una nueva realidad. De cualquier modo, insistimos, el lenguaje opera con un método distinto y uno debería verse igualmente representado en un género que en otro, sea cual sea el género gramatical, que no está directamente (o no debería estarlo) con el sexo personal.
Un tal Dr. Jones dijo en su momento algo que corrobora nuestra teoría y nos puede hacer pensar bastante sobre el tema: “Dios y Coño son sólo dos palabras. La palabra perro no muerde”. Claro que la palabra perro no muerde, es sólo una palabra. El concepto “perro” se acerca más al mordisco, pero tampoco lo resuelve. El que muerde es el perro físico, la realidad que se nos podría presentar físicamente si tuviéramos un perro a dos centímetros de nuestra carne y esta abriese la boca con sus afilados colmillos. Acabamos de volver atrás en los tres grados de abstracción. Por ello el título que le concedo a este artículo: la expresión te quiero no ama. Por supuesto que no. “Dios” y “amor” siguen siendo dos conceptos que no podemos definir, y por eso los identificamos con esas palabras que no surgen más que de un proceso aleatorio de convenciones: la forma, el lenguaje. Son problemas universales que ni la lógica ha resuelto. Para cada persona el concepto puede significar una cosa distinta. De aquí nacen las religiones, los dogmas, la fe. Dios puede ser una energía y también la imagen del Señor cristiano, o los clavos de Cristo. Dios puede ser una hoja de papel para el poeta o el rumor del agua para un ciego. Lo mismo sucede con el concepto de “arte” que ofrece tanto para hablar, por su alto nivel de abstracción mental. A menudo sientas en una mesa a tres personas y les haces la pregunta ¿qué es el arte?, y podrás llevarte horas y horas sin sacar nada en claro. Es la maravilla del asunto. El amor tal vez sea la abstracción más absoluta. Los amantes que se aman son los que se dicen te amo con la mirada, sin palabras, cuando le brillan los ojos y se besan, no los que se miran con odio y se dicen te quiero, porque atisbamos en este fondo el origen de una cruel mentira.
Un artículo muy interesante. Aunque en los ejemplos finales se obvien algunos elementos adicionales, sin duda expones muy bien la tesis de los niveles del lenguaje. Es algo que a veces se olvida por la inercia; después de todo estamos todo el día inmersos en código arbitrarios que damos por buenos sin ponerlos en cuestión.
Muy buen trabajo.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.