¡Toma 6!
Simple y efectivo.
Tó la tarde pa’ cambiar la rueda de la bici xD ¡Ah! ¡Hola! ¿Qué tal? Sí, hoy toca comentar otro juego. En esta ocasión es el ¡Toma 6!, con lo que estamos ante un juego de cartas que engancha más que un sudoku, o lo que es lo mismo, a niveles insospechados. La primera impresión, leyendo el manual de instrucciones y esos protocolos, es que en cada partida hay que tener en cuenta muchas cosas, ¡pero no es así! (y por eso le dedico un artículo). Las reglas a recordar sólo son dos o tres, y vienen en español, inglés y portugués, para poder jugar con Figo.
Para empezar una partidita al año que no hace daño, lo primero es sacar la baraja de ciento cuatro cartas, todas con la calidad habitual en la marca Amigo. En el dorso de éstas aparecen cabezas de bueyes, pero lo importante está al otro lado (lo hago así de enrevesado para confundir): un número grandote del 1 al 104 muy colorido con ilustraciones no muy esmeradas de... más cabezas de bueyes, pero ahora chiquititas. ¡Tenemos cabezas de bueyes por todas partes! Y lo que es peor, esas cabezas son perjudiciales, evítalas. Un viejo refrán de la selva dice “huye de los cuernos”. Aquí nos es útil: el objetivo es ser el que menos reses acumule.
Pasamos a barajar el mazo y repartir diez cartas boca abajo a cada valiente. Luego se colocan cuatro cartas más sobre la mesa que no os digo para qué valen. ¡Pero bueno! Vaya chorrada de análisis sería así, ¿no? Venga, lo suelto: serán el inicio de cuatro hileras. En cuanto a las cartas sobrantes, se retiran hasta la próxima partida (que la habrá, ya veréis). Todo listo. ¿Empezamos?
Cada partida consta de diez rondas, y en cada una los jugadores deciden cuál de sus cartas colocan bocabajo en la mesa. Cuando todo el mundo haya puesto su carta se descubren al mismo tiempo (lo que sabréis que es imposible, si leéis mis OcioCiencia), y el jugador que tenga la carta de número más bajo la colocará a la derecha de una carta ya puesta en la mesa (el final de una hilera) según la regla básica:
“La carta va a la hilera cuya carta final tiene el número más bajo que más se aproxima al de nuestra carta”.
Toma, ni en Geometría Modular he leído cosas así. Idea. Ahí va un ejemplito que nos ayudará a entenderlo. Pensemos que nos toca colocar la carta que lleva el número 52 y las hileras tienen como cartas finales las del 3, 31, 47 y 102, pues automáticamente descartamos la hilera del 102 (porque es más grande que 52). Ahora, de entre las hileras con cartas de números menores a 52 (3, 31, 47) nos toca ponerla junto al más alto, el 47. Simplemente ese es el mecanismo, y dicho mecanismo será repetido por el siguiente jugador con carta más baja, y así sucesivamente (en latín, ad nauseam) hasta que todos hayan pasado por el aro.
Naturalmente, como esto no es un Seat Ibiza, no todo irá sobre ruedas. Supongamos que nuestra carta es un número inferior a cualquier carta final de fila, ¿dónde iría entonces? ¿eing? Pues en este caso se aplica la regla me zampo una fila:
“Todo jugador con una carta de número inferior al de cualquier carta final de hilera deberá elegir una hilera completa y se la queda, colocando en su lugar su carta que iniciará la nueva la hilera”.
No nos hemos enterado de nada, ¿verdad? Los textos legislativos dicen las cosas de forma rebuscada para que el abogado de turno lo tenga chungo para anularlas, pero para las personas decentes es un trauma. Lo que viene a decir el ladrillo anterior es que si nuestra carta lleva un número más bajo que el de cualquier hilera, nos quedamos con una hilera (acumulando muchas indeseadas cabezas de bueyes) y nuestra carta pasa a ocupar su lugar. A rey muerto, rey puesto. Nadie es imprescindible. ¿Que no hay sitio? Se hace sitio. ¿Que el Papa se muere? Nada, otro. En cuanto a esas cartas recogidas de la hilera, pues pasan a estar cerca del jugador bocabajo (las cartas, no el jugador), y esperarán ahí hasta el recuento final.
Y como en las grandes teorías científicas, a veces a una ley le surge un colorario (algo así como un añadido para hacer la gracia). En este caso, tenemos MI colorario a la regla me zampo una fila:
“Si el jugador tiene luces, elegirá la hilera de cartas con menos bueyes”.
Llegados a este punto, la cosa se vuelve aún más morbosamente interesante cuando ves que en muchas cartas aparecen dos bueyes, cinco bueyes... siete bueyes... la Luna es un bueye que se me escapó. Jo, es que no puedo resistirme. Perdonadme, y seguid leyendo, porfa xD El resultado de este panorama (¿me quedo en el barco ardiendo o me tiro al mar con pirañas?) es que los jugadores consumirán su materia gris, rogarán a los dioses e incluso se flagelarán con tal de no comerse esas terribles hileras.
Hay otro handicap que puede darse. Resulta que las hileras, como cabe esperar, no son de infinitas cartas, sino de un máximo de cuatro más uno (os fastidié la rima). Entonces, si, según la regla básica anterior, debes colocar una carta en una hilera que ya tiene su tope de cuatro más una cartas, se aplica la regla sextas cartas nunca fueron buenas:
“Todo infeliz que deba colocar una carta que será la sexta de una fila, se llevará todas las cartas de esa fila y pondrá en ese lugar su carta iniciando así una nueva hilera, y que Dios se apiade de su alma”.
Y esta regla tiene básicamente el mismo colorario que la anterior, también obra mía (soy más prolífico que Euler):
“Si quieres llegar lejos, elige la hilera de cartas con menos bueyes, hijo de p***”.
¿Hijo de qué? ¿Me hablas de estrategias? Ja, ja... ¡Ja! Aquí no hay, si acaso tácticas (léase, improvisaciones), pero gran parte del resultado está condicionado a La Potra, esa fuerza mística de la que os he hablado otras veces y que todo lo controla, incluso a La Fuerza misma de los jedi. Dependiendo de las cartas que te hayan tocado al inicio, así te saldrá una ronda mejor o peor, pero con el modo de jugarlas sólo maquillarás el resultado, créeme.
Al final de la décima y última ronda se hace el recuento de bueyes que hay en el rebaño de cada jugador. Si alguien llegó a acumular 66, al acto se termina el juego y el ganador es el que menos reses tenga. Si no es así, se anotan los bueyes de cada cual y se inician otras diez rondas para seguir acumulando bovinos y que alguien llegue a 66, en cuyo momento, como dicen los matemáticos, se aplica el caso anterior (esto es la recursividad), que es cuando yo escribo en la pizarra “y fueron a llamar a otro elefaaante...”
Se ve simple, eh, y aún es más divertido. ¡Y gracias por haberme sufrido todo el artículo sin decir ni muuu! (guiño a los bueyes). La conclusión es que la mecánica de este filler se aprende en nada, que pueden jugar hasta diez, y que la fiesta da para algo más de media hora. Cuando llegue el pizzero dejarle jugar, no me seáis. Ah, y la caja es de tamaño muy pequeñito para guardar. Y encima es barato. Lo mejor de lo mejor.
Señores, me parece que os estoy mal acostumbrando...
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Aunque soy más de juegos de atmósfera, reconozco que éstos vienen de lujo para echar una partidilla en un rato muerto. Como siempre, muy entretenido tu análisis
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.