Primera entrega de Elvián en Las intrigas de la corte
Hace mucho que había un gran reino llamado Parmecia, al norte del continente de Nortia. Sus costas eran bañadas por el mar Dorf, que antaño había formado parte del terrible Océano de la Desesperación, años atrás, en la Primera Edad. La economía del reino estaba basada en la pesca y en el comercio, y vivía tiempos de prosperidad en ambas actividades. El lugar era gobernado con magnanimidad y justicia por el bondadoso rey Brath, descendiente directo del rey Lood, un gran monarca que imperó un gran país llamado Turán en la Primera Edad. Brath era aconsejado por el gran Mago Astral, que pertenecía al Círculo del Ojo Rojo, el gran concilio de Magos que se celebraba en el que en otro tiempo fuera el país del malvado Rey Dragón, Rondor. Astral pertenecía a un escalafón inferior al Mago Rashmond, pero aun así era un hechicero a tener muy en cuenta. En cuanto a los habitantes de Parmecia, eran en su mayoría humanos, pero también había enanos y algunos elfos que andaban en busca de mercancías o comida. A veces, incluso se veían orcos de Harssom y trolls, buscando refugio para recuperarse de las batallas que se libraban continuamente contra el Señor de la Oscuridad, muy lejos al norte.
En este marco vivía Elvián, legítimo heredero a la corona de Parmecia. Era el típico príncipe de los cuentos, una persona que podía resultar un tanto cursi y pedante, con un anticuado peinado que daba a su cabello rubio y en general a toda su persona un aspecto ridículo. Sus andares y su gesto altivo, aunque tan ridículo como su peinado, eran comentados y parodiados por todo el reino. Siempre hablaba con un tono de voz grave y encorsetado, aunque sus frases grandilocuentes rara vez tenían un sentido lógico.
Sin embargo, no se le debía juzgar sólo por esto. Aunque estos aspectos hacían parecer al príncipe Elvián algo (o bastante) repelente, también hay que decir que el joven, que tan sólo contaba con veintiún años, tenía un gran corazón y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Le encantaban los animales y en más de una ocasión había impedido su maltrato a manos de gente sin escrúpulos que se dedicaban a torturarlos para hacer dinero, o sin un motivo claro, aunque siempre injustificado. A pesar de su aspecto frágil y algo afeminado, era un maestro con la espada y poseía una fuerza física que muchos trolls ya quisieran para sí.
Elvián era muy apreciado por Astral, quien sabía ver el lado bueno de las personas, y sabía que el príncipe era un muy buen tipo, pese a su aspecto chulesco y superficial. Siempre intentaba corregir sus exagerados buenos modales, en parte debidos a su padre, quien le había inculcado una educación muy estricta, tal vez excesivamente estricta. La mujer del rey Brath, la reina Eranisha, siempre le había achacado esto a su marido. Al igual que Astral, Eranisha quería mucho a su hijo, y en muchas ocasiones mantenía con él largas pero tranquilas conversaciones para intentar solucionar su pedantería y mejorar su ridículo aspecto. Elvián siempre había rechazado la ayuda de su madre, eso sí, con una educación intachable y con una amable sonrisa. Consideraba que su aspecto y su forma de ser eran las correctas.
El príncipe tampoco iba nunca de caza, al contrario que su padre y su hermano pequeño, Fleck, de dieciséis años, del que ya se hablará en su momento. Debido a su amor por los animales, Elvián era incapaz de matar a un animal por el frívolo hecho de conseguir un trofeo para colgar es sus aposentos. Era algo que nunca había comprendido, que alguien pudiera ser capaz de matar por placer. Éste era el único punto negativo que veía en su amado padre. Esto no quiere decir que el joven príncipe fuera vegetariano. ¡Al contrario! Le gustaba la carne, especialmente la de pollo. Le encantaba asado, era capaz de devorarlo entero si le dejaban. Esto alegraba en parte a su madre, verlo perder por unos momentos sus buenos modales, haciéndose más humano.
No estoy un momento particularmente interesado por la fantasía épica, y soy complicado para el humor, pero confieso que tengo ganas de leerme esta saga, aunque sólo sea por nostalgia, y por conocer parte del final.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.