Aleteo de cuervos en el desván
Comentario sobre la experiencia que ha constituido la fundación del Círculo de Escritores Errantes y, más concretamente, la edición de “El desván de los cuervos solitarios”, la antología de género fosco que presentamos en la Hispacón 2006
La gente que nos dedicamos a escribir, por regla general y dejando de lado las famosas excepciones que confirman la regla, somos individuos con mucha imaginación. A veces esta imaginación se revuelve tanto en nuestras cabezas que consigue salirse del papel. Y en estas ocasiones, si los astros se conjuran en las posiciones adecuadas, se viven experiencias formidables. Una de ellas, la que me incita hoy a escribir estas líneas, fue la creación de “El desván de los cuervos solitarios”, la primera obra del Círculo de Escritores Errantes.
Desde que me metí en el mundo literario gracias –siempre extraño destino- a mi carrera de ingeniero químico, me di cuenta de lo difícil que era para un escritor novel publicar en papel. Y desde que encontré esta página y pude comprobar la calidad de algunos de estos escritores noveles en comparación con lo que se encuentra por las librerías, no he dejado de pensar en cómo darle la vuelta a la tortilla.
Así, no es de extrañar que entablara relaciones, más o menos fructíferas, con la Asociación de Escritores Noveles, que sería, en principio, el medio más seguro para buscar esta primera salida del nuevo escritor al papel. En este marco, y siguiendo los designios de mi inquieto espíritu -siempre pronto a lanzar nuevas ideas- elaboré un dossier para la publicación de una revista periódica para esta asociación. La idea les gustó, como prueba que el próximo mes de febrero, normalmente, saldrá publicado su primer número. El título que proponía para la publicación, por el contrario, no, como pone de manifiesto que lo desestimaran por ser algo lúgubre. Dicho título, como alguno ya sospechará –primera confesión vergonzosa-, era “El desván de los cuervos solitarios”.
Sí, ecos de Poe en una metáfora sobre el solitario ejercicio de la pluma y el carácter inquietante del que le da por ponerse a inventar mundos y consignar palabras. Sí, -segunda confesión vergonzosa- un nombre que por cabezonería me negué a desechar sin más. El aleteo que resonaba en el desván era ya demasiado audible.
Obviamente, es fácilmente censurable empezar las casas por los tejados, pero cuando uno sueña e intenta vivir en un mundo de fantasía, no deja de ser una técnica natural. Así, con el título y el dossier fresco en la memoria, martilleándola sin piedad, empecé a darle vueltas a qué se podría hacer con aquello.
Los elementos estaban claros: las cifras del presupuesto funcionaban, así como el planteamiento para la realización de la publicación. Así, ¿por qué ir buscando el dinero por otro lado cuando lo puede arriesgar uno mismo? –Extrayéndolo de la inmensa fortuna que guarda debajo de la cama, se podría añadir con ironía-.
Qué duda cabe: las palabras del compañero Elrikes, sus encendidos discursos a favor de la autopublicación, habían calado en mi subconsciente. ¿Cómo no iban a hacerlo? El único punto negativo que se le puede encontrar a esta práctica es el que va ligado a la calidad, y siendo responsable de ésta, en tanto que promotor, ¿qué podía temer?
El paso siguiente, obviamente, era encontrar ese grupo de escritores para la antología (de terror, por supuesto, para que funcionase con el título de marras), y no era tarea sencilla. La tripulación de este peculiar navío tenía que cumplir varios requisitos: calidad literaria –obviamente-, fe en este particular holandés errante –cosa más complicada que el punto anterior-, ganas de tirarse a la piscina –es decir, un cierto trastorno en el sentido común- y, finalmente, esa naturaleza de tahúr que permite jugarse el botín antes de tenerlo, amen del propio tiempo.
La lista inicial fue larga, a pesar de todo. Durante mis años en Ociojoven había tenido oportunidad de leer a muchos autores y a muchos muy buenos. No obstante, había que ser muy estricto. Más valía pecar de duro, aunque la conciencia se quejase, que después tener un motín. Así, fui descartando gente por todo tipo de motivos, a cual más peregrino: lejanía geográfica, situaciones personales, corazonadas, aficiones por un género o por otro… Al final, como cabía esperar, la lista enumeraba a un grupo mucho más reducido: cinco autores sin contarme a mí mismo.
Había que poner los pies en el suelo, demonios. Cada autor implicaba una serie de páginas, unos problemas de coordinación –no hay nada como tener un grupo de gente inteligente para que sea imposible ponerse de acuerdo en nada y, por lo tanto, avanzar- y la vergüenza de proponerle a alguien a quien sólo conoces por Internet que ponga su propia pasta en una dudosa balanza frente a su ego o amor literario.
Con lo que no contaba yo era con que la ilusión del proyecto no iba a ser sólo mía –vieja manía de creer que eres el único responsable de que los proyectos avancen-. Los nuevos miembros, a medida que embarcaban, iban trayendo sus propias ideas, su propia energía y sus propias ganas de navegar. “¡A la aventura!” gritábamos todos presas del frenesí, “¡A la aventura, mil demonios!”
Y fue así como llegamos a ser ocho: Alex Godmir, el Barón, er Canijo, Elrikes, Mik, el Viejo, Weiss y, por supuesto, la calavera aquí firmante. Y también fue así como se decidió enrolar en la tripulación a Jean (el ilustrador), crear un foro para organizarnos –bendita idea-, denominarnos “El Círculo de Escritores Errantes”, traernos a un autor invitado y comernos el mundo un poco más. Los premios literarios y las menciones varias que iban lloviendo ayudaban mucho en este sentido.
Aunque sin duda la última decisión fue decisiva para que todo funcionara –la de comerse el mundo-, en especial en lo tocante a la suicida misión de presentar la antología en la Hispacón –los primeros libros terminaron de imprimirse pocos días antes; los últimos después-, un buen punto fue la inclusión del autor invitado. Santiago Eximeno se embarcó con el espíritu aventurero adecuado, es decir, sin saber muy bien donde se metía. Nunca olvidaré su expresión de sorpresa cuando vio que “El desván de los cuervos solitarios” era un libro de verdad, y no una publicación batallera. Momentos así regocijan el lado oscuro de nuestro ego. Tampoco olvidaré con que orgullo leí la noticia de que había ganado el premio Ignotus al mejor relato ese mismo año 2006.
Con todos estos elementos, el proyecto iba creciendo, afianzándose. Los presupuestos los teníamos bien atados, las presentaciones –incluyendo la Hispacón-, las ilustraciones y los textos también, en mayor o menor medida. Sobre éstos, de hecho, habíamos hecho una cuidada selección. Cada miembro del grupo había propuesto al menos dos, y la calidad fue tal que, por poner un ejemplo, uno de los presentados, “El extraño caso de Elias Fosco” de Miguel Puente –Mik-, ha sido publicado recientemente en la antología Paura 3.
Fueron unos meses excepcionales, con ideas bullendo de cabeza en cabeza, trasladándose por el aire como plumas de cuervos despeluchados. La selección de relatos y la imagen misma del libro se iban perfilando entre las sombras, y entonces, como si fueran las vértebras del espinazo de la antología descubiertas en una excavación, estos elementos anunciaron lo que ocultaban, el secreto. Como Mik puso en palabras en el inspirado prólogo del libro, la antología no era de terror, ni de misterio; no, al menos, únicamente. Era de algo más, de algo cercano pero a la vez distinto. Era un muestrario de lo que denominamos género fosco.
Aquel descubrimiento que llegaba a modo de revelación nos traía la brea con la que ensamblar sólidamente el maderamen del navío. Ahora sí que estábamos listos para zarpar.
Sin embargo, faltaba algo para canalizar todo este derroche de calidad y buenas intenciones, un elemento que nos permitiera mantener el espíritu que nos había llevado a juntarnos, algo así como la bandera pirata.
Como más de una vez hemos comentado, los antiguos escritores se juntaban en los cafés, y nosotros lo hacemos en Internet. Así, teníamos que volver a nuestros orígenes, a la red, y por ello abrimos en ella una ventana a nuestro desván: www.abadiaespectral.com. A través de ella, concretamente de sus secciones El Círculo de Escritores Errantes y El desván de los cuervos solitarios, aquellos lectores interesados en el proyecto podrían, finalmente, danos sus pareces sobre el mismo.
Con todo este equipaje, cristalizado en un libro ilustrado que recoge nueve historias, nos lanzamos a la aventura, y fue un viaje maravilloso. En él aprendimos, nos encontramos y disfrutamos de la literatura en su estado puro. Y, afortunadamente, podemos estar orgullosos del resultado.
Cualquiera puede comprobar por qué comprando un ejemplar del libro, pues para eso le pusimos un precio popular. Además, al hacerlo estaréis contribuyendo a una buena causa: alimentar la materia de los sueños. ¿Existe acaso un empeño más elevado entre escritores?
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Vaya, qué recuerdos. Sí que fue bonita y enriquecedora la experiencia, inolvidable. Y lo mejor de todo es que no quedó ahí, que hubo segunda antología, que la tercera ya está dando tumbos por las editoriales, y que la cuarta ya tiene fecha para estar terminada (aunque luego nos podamos coger los dedos con los plazos)... En fin, que tres años después esto sigue muy vivo, ¡y que dure!