Blade Runner
Hablamos de la emblemática película de Ridley Scott protagonizada por Harrison Ford
A estas alturas hablar de Blade Runner es complicado. Es todo un icono de esa ciencia ficción oscura que denominamos cyberpunk y terminó de dar forma a una estética que venía de las novelas pero que alcanzó su auge, todo su esplendor, en las adaptaciones cinematográficas (más, si se me apura, que en otros formatos artísticos, como el cómic), quizás por la capacidad envolvente de las películas.
Aun a día de hoy, los escenarios presentados por Ridley Scott impresionan por su clarividencia y su capacidad de mostrar la miseria humana. La sempiterna lluvia, el negro del asfalto y las continuas vaharadas de humo nos remiten a épocas pretéritas, como las retratadas por Jack London en El pueblo del abismo, a la miseria del fog y la industrialización despiadada, pero actualizadas de un modo descarnado porque nos advierte de los peligros de cierto modo de entender el progreso. La sombra de una Tierra a punto de desbordarse, incapaz ya de soportar a la humanidad, es sempiterna, como también la opresiva servidumbre de la sociedad a los poderes económicos, encarnados en la idea de las corporaciones.
Esta estética es quizás más poderosa todavía porque es todo un reflejo del estado anímico de los personajes. El que interpreta Harrison Ford es más que el viejo sabueso desilusionado con el sistema: encarna al hombre que ya no puede digerir el mundo que lo rodea pero que, al mismo tiempo, es incapaz de escapar de la dinámica que hace de él un mero engranaje. El reverso de la moneda, que al final resulta que no es tal, sino tan solo un mero reflejo de nosotros mismos, son los replicantes (término adoptado por Ridley Scott, todo un acierto, a mi entender), y en particular el encarnado por Rutger Hauer. La confrontación entre ambos hace que la película trascienda los límites del género policiaco para sumirse de lleno en la crítica social porque, en realidad, ¿quién es el monstruo? ¿Hasta qué límites nos han llevado como colectivo?
En el magnífico cierre de la película, poético y terrible, el título de la obra de Philip K. Dick que inspiró la historia, ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?, brilla con todo su esplendor, dejando una sensación de congoja en el espectador. Después de toda la diversión, del misterio, del avance pausado de la trama y de las magníficas escenas de acción, se apuntala en su plenitud el drama anímico y basculamos hacia el horror filosófico. La película muestra hasta qué punto el cine puede hacer, o ser, arte.
Por todos estos elementos, Blade Runner sigue siendo una obra maestra indiscutible que ha envejecido de un modo sorprendente, como un buen vino. Una estética única, una banda sonora que nos sumerge en ese mundo sórdido y, al mismo tiempo, fascinante, un guión que se desarrolla con una perfección milimétrica y que nos fuerza a replantearnos nuestra propia concepción del mundo... Una película indispensable, de las que muestran hasta qué punto el fantástico es un lenguaje no solo privilegiado, sino indispensable en nuestra cultura.
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