La espada salvaje de Conan: Los fantasmas del Castillo Rojo
Reseña del quinto volumen de la reedición de Planeta DeAgostini
Este es un número de alto voltaje y donde Roy Thomas tiene espacio más que de sobra para desarrollar las historias del cimerio. No en vano, son tan solo tres, pero de larga duración.
La primera es La morada de los malditos, adaptación del relato de Robert E. Howard titulado El país del cuchillo que realiza con John Buscema y Yong Montano. Aunque el cierre tiene algo de Deus ex machina por la inclusión de un elemento sobrenatural, que por mucho que le dé sabor de horror cósmico no era necesario, el desarrollo es una gozada. Conan se introduce en una guarida de forajidos de tintes míticos y a base de inteligencia y osadía consigue desestabilizar su equilibrio interno entre señores de la guerra y bandas de saqueadores. Es una historia muy interesante tanto por su sugerente escenario como por la interacción entre personajes, que resultan muy carismáticos. Sin recurrir a grandes gestas, muestra toda la fuerza de carácter del cimerio y todo su coraje.
En la misma línea, y también adaptación directa de un relato (de La princesa esclava en este caso), tenemos a la historieta que da título al volumen: Los fantasmas del Castillo Rojo. En el apartado gráfico tenemos de nuevo a Buscema, esta vez acompañado de Alfredo Alcalá, lo que, como en el anterior número, da a la historia un aspecto tan canónico como acertado. Y muy en la línea de la anterior historia, aquí la trama también se desarrolla intramuros y a base de conspiraciones y equilibrios de poder. El elemento sobrenatural, por el contrario, está mejor hilado y consigue tanto rematar un final espeluznante como generar imágenes de primer orden: el levantamiento de huesos es impresionante. También el aspecto humano del cimerio queda más en relieve gracias a los secundarios y la subtrama romántica, que pone de relieve al Conan más canalla.
Como remate, tenemos Los dioses de Bal-Sagoth, una historia que resultará familiar a los lectores de Conan el bárbaro. A los lápices tenemos a un Gil Kane apoyado por Ralph Reese y Dan Adkins. Esta se articula más claramente a partir de episodios cortos, con lo que la ración de combates y elementos sobrenaturales es más abundante y le da un toque más pulp que, no obstante, funciona bien. Tenemos naufragios, hechiceros, demonios, damas en apuros, intrigas palaciegas y cataclismos al cierre. ¿Qué más se puede pedir?
Bueno, que la colección siga en esta línea. Tomos como este ponen de manifiesto que para conseguir buenas historias de espada y brujería tampoco hace falta reinventar la pólvora: basta con tomárselo en serio, ir despacico y con buena letra, y conjugar los elementos que pide el género al ritmo adecuado. Materia prima hay de sobra.
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