La Regenta
Reseña del clásico de Leopoldo Alas Clarín
Enmarcada dentro de la corriente literaria del Realismo, La Regenta está considerada por la crítica, junto con Madame Bovary de Gustave Flaubert y Anna Karenina de Lev Tolstoi como una de las llamadas tres grandes novelas de adulterio del siglo XIX. Pero, a diferencia de la quijotesca Emma Bovary, que busca en la vida real el amor romántico del que hablan los libros, o de Anna Kareninna, que se enamora sin más del Conde Vronski, Ana Ozores, la protagonista de La Regenta, más que un sujeto activo con voluntad propia y capacidad de decisión, es una víctima o, si se prefiere, el trofeo que obtendrá el vencedor de la encarnizada lucha abierta entre don Álvaro Mesía y el Magistral don Fermín de Pas, símbolos respectivamente de lo terrenal y lo espiritual, de la modernidad y el pasado.
Publicada en dos tomos (el primero en 1884 y el segundo en 1885), La Regenta fue escrita como artículos sueltos que Clarín iba mandando al editor, según los iba terminando.
La acción se desarrolla en Vetusta (en realidad, Oviedo), en los años inmediatamente posteriores a la Restauración Borbónica del siglo XIX. El argumento es muy sencillo. (¡Atención spoiler!). La protagonista, doña Ana Ozores, más conocida en Vetusta como la Regenta al estar casada con don Víctor Quintanar, antiguo regente, se ve de pronto convertida, sin ella saberlo ni quererlo, en el trofeo de una lucha por el poder entre Álvaro Mesía, líder del partido liberal y donjuán oficial de Vetusta, y el Magistral Fermín de Pas.
Detrás del aparente amor que creen (o dicen) sentir los dos por Ana Ozores, se encuentra la lucha por el poder de Vetusta. Álvaro Mesía es quien controla el poder político de la ciudad (llega incluso a liarse con la mujer de un ministro). Gracias a sus habilidades, manipula al Marqués de Vegallana, líder del partido conservador de la ciudad.
Por su parte, el Magistral Fermín de Pas domina el poder religioso y espiritual de Vetusta, manejando a su antojo al propio Obispo de Vetusta. Esto lo simboliza muy bien Clarín al inicio de la novela, cuando nos muestra al Magistral subiendo a lo alto de la Torre de la Catedral para controlar la ciudad. La genialidad del autor aparece en este simbolismo: la torre, las alturas, lo cercano al cielo, lo espiritual.
La Regenta, al principio, se inclina por la religión, por las lecturas de Tomás Kempis, de Santa Teresa de Jesús, por el misticismo del Magistral Fermín de Pas, a quien cree su hermano del alma, llegando incluso a salir por él en procesión como penitente y con los pies descalzos pese a estar Vetusta embarrada, hasta que descubre que, en realidad, el Magistral está celoso y cree estar enamorado de ella (lo está más bien del poder). Cede entonces la Regenta a las trampas de Álvaro Mesía, hasta que son descubiertos por Quintanar, el marido de Ana, quién reta a un duelo a pistola para recuperar su honor al donjuán, que le mata de un disparo en la vejiga. Cuando, una vez viuda y con el amante huido a Madrid, la Regenta intenta volver de nuevo al Magistral, este la rechaza despechado, dejándola tirada en mitad de la catedral.
Clarín utiliza en su novela además varios personajes míticos de la literatura española.
Ya he mencionado que Álvaro Mesía es más bien don Juan, pero también está presente, a su manera, el Quijote en la persona de Víctor Quintanar, el marido de la Regenta, a quién su mujer lo descubre manejando una espada mientras lee obras de teatro clásico del Siglo de Oro español. Es precisamente por esas lecturas por lo que no le queda más remedio que, para restaurar su honor, retar a un duelo a Álvaro Mesía. Y también está presente la Celestina, sobre todo a través del personaje de Visitación quien intenta convencer a la Regenta para que caiga en los brazos de Álvaro Mesía.
Tiene un protagonista, en principio secundario, que a mí me encanta. Se trata de don Pompeyo Guimarán, el ateo de Vetusta. Cuando don Santos Barinaga está a punto de morir y no quiere confesarse, don Pompeyo defiende su posición hasta su muerte y consigue que entierren a don Santos en el cementerio civil. Lo gracioso es que, como nadie sabe cómo son los entierros civiles, los asistentes toman elementos del entierro religioso, salvo la presencia de los curas y el ser enterrado en tierra consagrada. Más tarde, el propio don Pompeyo, por no hacer un feo a sus amigos de parranda y porque afuera hace frío, acaba en la Catedral de Vetusta durante misa del Gallo. Finalmente y, ya en peligro de muerte, don Pompeyo se arrepiente de su ateísmo y hace llamar al Magistral para que le confiese.
Como anécdota final añadiré que durante la dictadura franquista fue censurada en numerosas ocasiones debido a su anticlericalismo manifiesto.
Desde mi punto de vista es una obra maestra, uno de esos clásicos que merece la pena releer, a pesar de que el narrador omnisciente que utiliza el autor y los continuos monólogos interiores de los personajes nos resulten ahora un poco lejanos para nuestro modo actual de entender la literatura.
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