Del mismo modo que me sentí obligado a escribir un artículo sobre cómo presentarse a concursos de literatura a causa de la publicación de varias convocatorias, ahora me siento obligado a escribir esta pequeña reflexión sobre el fondo de los concursos y las connotaciones que tiene participar en ellos.
Un principio básico a la hora de buscar aplausos fáciles con un discurso es dirigir éste hacia un público cuyo número sea mayor. Todos sabéis que es más fácil, estadísticamente, sentirse identificado con un personaje “hijo” que con un personaje “padre”, porque, estadísticamente, somos más los que hemos sido hijos que padres. Del mismo modo, es más fácil encontrar a gente que ha perdido concursos de literatura que gente que los haya ganado. Y es por ello que no podían faltar aquéllos que se rasgan las vestiduras en cuanto se habla de concursos literarios. No en vano, el tópico más extendido en los círculos literarios es el del jurado conspirador, compitiendo con el del incomprensible rechazo editorial de “Cien años de soledad”. A todos nos gusta creernos Gabriel García Márquez en algún momento.
El caso es que es una discusión que me parece lo bastante demagógica para dejarla de lado, pero, dado que el haber recopilado una serie de consejos sobre concursos literarios, de lo más somera además, dio pie en su día a que me tachasen -algunos- de capitalista, de escritor mercenario y de alma dispuesta a la perdición literaria, me he animado finalmente ha escribir este artículo; sobre todo teniendo en cuenta que nadie, ni siquiera mis indignados malos lectores, se ha ofrecido a hacerlo.
Así que empezaré por el principio. Tengo la creencia de que las artes son un objetivo en sí, por lo que la idea de escribir como actividad autosuficiente me parece correcta. Esto no quiere decir que menosprecie los concursos, ni mucho menos que los considere dañinos para la literatura. Me explico.
El resultado de un concurso siempre es posterior a la elaboración de una obra; al menos en un concurso no amañado. Por lo tanto es imposible que influya en la obra -el resultado, no el concurso-. Si el escrito es una obra de arte lo seguirá siendo se le premie o no. Si el escrito es malo seguirá siéndolo se le premie o no. Los resultados de los concursos, por lo tanto, no afectan a las obras literarias.
Hay quien dice que cuando un escritor escribe teniendo como objetivo el ganar un concurso, irremediablemente va a escribir una basura. El caso es que este argumento es una falacia sustentada sobre otra falacia. Parece que se nos quiera hacer creer que las editoriales disfrutan publicando obras malas, pero esto es absurdo a ojos vista.
Las editoriales, como cualquier empresa de cualquier tipo, están interesadas en ganar dinero. Las "editoriales" que hacen pagar a sus autores lo ganan directamente, por lo que la calidad de la obra no está asegurada -ni en un sentido ni en otro-, y las editoriales que no hacen pagar a los autores eligen aquéllos que el público compra. Con estas segundas es el consumidor el que marca una tendencia u otra. De nuevo los concursos de literatura no aparecen como motor de nada, sino como acompañante.
El caso es que, como decía aquel librero, que haya libros malos en las tiendas no es culpa del librero ni del autor, sino de la editorial que no ha sabido desanimar a este último. Viendo los argumentos precedentes, queda claro que la culpa, indirectamente, es del lector; o mejor dicho, del consumidor.
Dar dinero, o laureles, o una palmadita en la espalda, a un autor, sea malo o bueno, no afecta en absoluto a la literatura. Si escribía mal es posible que siga escribiendo mal. Si escribía bien es, de hecho, positivo. Si no se le diera el dicho premio pudiera ser que se hartara y dejara de escribir, y eso sí que sería negativo para la literatura.
Sobre este asunto sólo cabe añadir que la idea del escritor mercenario dispuesto a labrarse una fortuna escribiendo es más bien extraña. De entre todas las profesiones inestables e intrínsecamente relacionadas con la pobreza, a día de hoy la que menos futuro sigue teniendo es la de escritor. Pretender hacerse rico escribiendo es algo demencial. Creer que un gran escritor puede corromperse por la existencia de concursos es creer que, en realidad, no es un escritor tan grande. ¿Por qué no los ganaría, si no, escribiendo, además, bien? ¿Es que los buenos libros no venden?
Pero a parte de todas estas consideraciones ridículas sobre si los concursos son una ponzoña para la literatura, su corrupción, existen otras que son todavía más malignas. Quiero creer que nacen de la envidia, porque, si no, su origen es mucho más siniestro.
Quienes esgrimen dichas consideraciones, que voy a exponer a continuación, no se paran a pensar en que concursos hay de todo tipo, desde los comerciales con premio, publicación, bombo y platillo, a los de compañeros dentro del gremio que se brindan un reconocimiento consistente en unas breves líneas en la red. No, para ellos no existe término medio.
En realidad no es más que otro modo de moralina: concursar es malo para la literatura porque corrompe al escritor, a la obra, a la literatura -a poder ser con mayúsculas- y al pobre y desvalido lector/consumidor porque el escritor tiene que morir de hambre. Si no, la esencia se pierde; sería como el circo romano sin sangre.
¡Ah, sí! Ahí es donde se ve al auténtico literato. Es el que acepta la mediocridad del trabajo medio, no quiere participar del mismo, y -esto es lo importante- no intenta ganarse la vida con lo que escribe. Aquí es donde destila el auténtico veneno de aquéllos que denostan los concursos.
Si a mí me gusta escribir, si tengo la osadía de querer vivir de lo que me gusta, ¿por qué tengo que oírme que mis obras se pudrirán entre mis dedos si las mando a un concurso? ¿Por qué se tiene que aceptar que los escritores no puedan ganar dinero “limpiamente”, o tal vez sólo laureles, a través de los concursos? ¿Tal vez sólo el que tenga mayor capacidad de sufrimiento será digno de rendir pleitesía a la diosa Literatura?
¡Demonios! Querer que te paguen un trabajo bien hecho, una obra de arte, no es denigrarla. No se crean para ello, pero ¿no sería mejor para el propio artista, para aquél que la genera, poder vivir de ello?
Creo que sí. Y es por ello que espero que se convoquen concursos, cientos de ellos. Y espero que los jurados elijan bien a los ganadores. Y que las editoriales publiquen buenos libros porque sean los únicos que compran los lectores.
Y sí que voy a participar. Con las obras que ya he escrito -no ex profeso- que mejor se adapten a sus requisitos. Y cuando lo haga, seguiré las reflexiones de mi otro artículo, La bestia negra de la literatura: los concursos.
Y no me avergüenza decirlo: me parece genial que los escritores puedan ganarse la vida escribiendo. Lo contrario es demagogia y envidia, sustentada sobre la confusión entre escribir y enviar a concursos y escribir para concursos.
Y, ¡demonios!, éste sí que es un artículo de opinión sobre la moralidad y las connotaciones de los concursos, y no el otro.
Y espero que todos los salvadores de la literatura que no entendieron el anterior tengan mejor fortuna con éste. Más que nada para que vean mi opinión de verdad, vaya.
Nota del autor.- cabe comentar que este artículo surgió como contestación a los comentarios recibidos en la publicación original de La bestia negra de la literatura: los concursos, en los que se censuraba la participación en los mismos y se me acusaba de instigar a los autores a escribir por razones monetarias...
Me ha parecido interesante rescatarlo también, porque supongo que seguira habiendo gente opinando de un modo similar.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.