Prestigio, caída, negocio
Reseñamos Dios ama, el hombre mata, Triunfo y Tormento y La Guerra Interminable
La nueva generación de artistas en Marvel necesitaba dar rienda suelta a sus deseos artísticos y Stan Lee reafirmar su insaciable ego. Starlin, Gerber, Miller, Claremont… Todos querían más derechos, más libertad, títulos de creación propia. Para Lee, el cómic era él, por lo que uno de sus objetivos principales como “relaciones públicas” de Marvel era otorgar una pátina de prestigio al medio. Que se codeara con Fellini o Resnais no era suficiente. Si a esto añadimos que empezaban a buscarse nuevas fórmulas editoriales para mantener encendida la llama pecuniaria del género, obtendremos que, finalmente, la montaña tuvo que ir a Mahoma. Las Novelas Gráficas Marvel nacieron con La muerte del Capitán Marvel y la solemnidad empezaba por la denominación y terminaba con la causa de dicha muerte. Tratamientos adultos para personajes clásicos o de nueva creación, autores reputados y formato de excepción.
La quinta Novela Gráfica Marvel quiso ser la historia definitiva de los mutantes. Chris Claremont heredó un argumento del inefable Jim Shooter que ilustraría Neal Adams, quien retornaba así de forma triunfal a Marvel y los mutantes. Sin embargo, el dibujante de La Guerra Kree-Skrull se caería del proyecto cuando ya había dibujado algunas famosas páginas y el trabajo fue a parar a las manos de Brent Anderson, un artista muchísimo menos conocido y que a duras penas era capaz de mantener el ritmo mensual de Ka-Zar. No obstante, Anderson realizó un trabajo estupendo a la hora de plasmar la persecución evangelista de Stryker y sus mutantes. Dios ama, el hombre mata se mantiene aún hoy en pie, y tanto. De acuerdo con su condición catedralicia, sigue siendo sólida, compacta y contiene todo lo que han sido los mutantes en los últimos cuarenta años.
Los años fueron pasando y las Novelas Gráficas Marvel siguieron apareciendo con desigual fortuna hasta su desaparición oficial en 1988. No obstante, de forma oficiosa sí siguieron publicándose de forma periódica, pero ya no adscritas a ningún sello editorial. Es el caso de Triunfo y Tormento, un volumen que narra una alianza forzosa entre los Doctores Extraño y Muerte para salvar el alma de la madre de éste de las garras de Mefisto. Una historia sin demasiadas innovaciones, pero bien desarrollada por Roger Stern con su oficio habitual, que permanece en el recuerdo sobre todo por la labor de un Mike Mignola que ya empezaba a despuntar como ilustrador. Estamos en 1989, en plena resaca de los huracanes Moore y Miller, justo cuando empezaban a verse los nubarrones de una de las peores crisis del sector, aquélla en la que escasearon las buenas ideas y los artistas más famosos (Mignola entre ellos) acabarían tomando la sartén por el mango. Triunfo y Tormento, más allá de sus virtudes y faltas, muestra el agotamiento de un modelo y el nacimiento de otro.
Hace unos días, en lanzamiento simultáneo en todo el mundo, Marvel ha retomado sus Novelas Gráficas con La Guerra Interminable, un tomo escrito por Warren Ellis y dibujado Mike McKone, situado a medio camino de los Vengadores del cómic y los del cine y nacido con la poco disimulada vocación de captar nuevos lectores. La Guerra Interminable presenta a los personajes de siempre ante una amenaza nueva; no es un trabajo trascendental como Dios ama, el hombre mata, ni uno crepuscular como Triunfo y Tormento, ni siquiera diríamos que es uno de los trabajos más reseñables de Ellis. Pero el creador de Planetary se basta y se sobra para definir a la perfección a los protagonistas y crear un puñado de ideas fenomenales a base de esos diálogos tan característicos que llegan a la gloria tras bordear el ridículo. Si el dibujo hubiese sido encargado a otro autor de mayor personalidad que McKone, una elección bien desafortunada, estaríamos hablando sin duda de una obra más destacable, pero no: Marvel es hoy un conglomerado que mantiene una ebullición continua en sus dos campos, el fílmico y el editorial, conectados por unos vasos comunicantes que empiezan en Millar, se sostienen en Whedon y se nutren de forma fractal de Brubaker, Stern, Kirby o el propio Ellis. Es una actividad frenética que necesita mantener a sus adeptos, pero también captar otros nuevos. Y es ahí donde entra en juego un producto tan asimilable como La Guerra Interminable.
Lo cierto es que, salvo contadas excepciones (la mayor parte de ellas situadas en el nacimiento de la iniciativa), las Novelas Gráficas Marvel fueron poco más que huecos ejercicios de vanidad, ya fuera editorial o de los propios autores. Al analizar hoy su trayectoria encontramos un aliciente involuntario: el de ser una perfecta radiografía de la compañía y sus flaquezas. Dios ama, el hombre mata, Triunfo y Tormento, La Guerra Interminable. El prestigio, la caída, el negocio.
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