La espada salvaje de Conan: El hechicero y el alma
Reseña del décimo octavo tomo de la reedición de Planeta DeAgostini
La espada salvaje de Conan: El hechicero y el alma es la frontera entre dos historias largas. La primera historieta que incluye, Conan el libertador, es la conclusión de la adaptación de la novela homónima de L. Sprague de Camp y Lin Carter que habíamos disfrutado en el pasado tomo: La espada salvaje de Conan: Espadas en el Alimane.
El guión corre a cargo, cómo no, de Roy Thomas, y el apartado gráfico sigue en manos de John Buscema y Tony de Zúñiga, lo cual es una magnífica noticia. La resolución de la trama, por otro lado, no es todo lo impresionante que podría haber sido, lo que deja una sensación agridulce. No es que esté mal realizada, todo lo contrario, pero un evento tan importante en la vida de Conan, su coronación como rey, se despacha sin demasiada tensión ni grandes sorpresas. Más que un capítulo de resolución, parece un epílogo que incluso se adorna con cierta nota humorística que quizás trasluce lo que Thomas comentó alguna vez: que el Conan aventurero parece más auténtico que el que se sienta en el trono. A veces da la impresión de que algunos hubieran preferido verlo muerto antes de que completara su destino de coronarse rey. En cualquier caso, el pasaje está bien planteado y, a pesar de la falta de tensión, se lee con interés.
A continuación nos metemos en la adaptación de otra novela, en este caso Conan y el hechicero, de Andrew J. Offut, uno de los numerosos seguidores de la obra de Robert E. Howard y, al menos por mi parte, uno de los menos conocidos. Aunque esto nos ponga en guardia, la verdad es que es esta historia adaptada por Roy Thomas tiene el inconfundible sabor de la Era Hiboria y, además, un planteamiento muy ingenioso para poner al bárbaro al servicio del malvado hechicero conspirador de turno.
En los dos capítulos que podemos disfrutar en este tomo, El hechicero y el alma y El que acecha entre las arenas, nos encontramos a un joven Conan ladronzuelo (la acción se sitúa las el derrumbamiento de la Torre del Elefante) que, por su afán de aventura y botín, se mete en la boca del lobo y queda ligado a un mago a quien vienen de robar un importante objeto mágico. Palacios repletos de guardianes sobrenaturales y trampas, carismáticos ladrones (entre los que se cuenta la bella Isparana), monarcas buscando remedios mágicos para mantenerse en el trono (u ocupar uno) y aventuras en los desiertos misteriosos del este forman parte del decorado de esta aventura. En la adaptación nos encontramos algunos de esos detalles incongruentes de la estética del bárbaro, como cuando se menciona que abandona su casco de cuernos por un turbante cuando, en realidad, lo único que cambia es que se ha puesto una capa, pero tampoco nada nuevo en la versión comiquera del cimerio.
En cuanto al apartado gráfico, John Buscema sigue al timón de los lápices y se ve complementado por las tintas (supongo) de Rudy Nebrés en el primer capítulo y Ricardo Villamonte en el segundo, lo que, sin grandes exabruptos, sí provoca cierto contraste, sobre todo porque El hechicero y el alma tiene una carga de tinta muy baja, que da cierto aspecto de boceto a lápiz, mientras que El que acecha en las arenas está tan cargado que los trazos se vuelven más severos.
Algunas peculiaridades que no empañan un tomo muy seductor, en el que, de nuevo, las historias largas nos permiten disfrutar más de los escenarios y de ese sabor especiado de los reinos del este que nos remiten a unas Mil y una noches con el inconfundible sabor de la Era Hiboria.
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