Reseña de la antología de José Ignacio Becerril Polo publicada por Saco de huesos
José Ignacio Becerril es el autor de esta antología compuesta por nueve relatos de terror, articulada entorno a tres relatos largos que, a juicio del que escribe, son las auténticas joyas de la obra. Para quien no lo conozca, dejemos que sea el propio autor quien se presente: «padre de familia feliz y escritor aficionado muy aficionado a escribir, lleva desde el 2006 publicando y compartiendo sus cuentos e historias en diversas páginas de Internet con mayor o menor fortuna. Ha tratado de participar también en el mayor número de certámenes, antologías y publicaciones que ha podido, con relativo éxito. En todo caso no se puede quejar porque el viaje ha sido divertido y ha conocido muy buena gente».
Una antología no apta solo para los amantes del género, ya que en ella su autor demuestra su capacidad para enfocar la propuesta que conecta temáticamente los relatos, una fuerza amenazadora que se percibe como monstruosa, desde diversos ángulos, y en la que demuestra su versatilidad para explorar territorios literarios de distinta índole, usando elementos del género para retorcerlos y elaborar sus imaginativas historias. Antes de hablar por separado de las partes que lo componen, quisiera trazar unas líneas sobre la estructura, el esqueleto de la obra como conjunto, si bien soy consciente de lo resbaladizo de la tarea, pues los relatos fueron engarzados en un todo pero no concebidos como tal, con lo cual el nexo de unión entre ellos es únicamente ese etéreo rastro de la personalidad autoral.
Una característica frecuente en los relatos es la impresión de estar construidos desde sus personajes principales, con un protagonista cuya presencia parece condicionar tanto los hechos como el marco en que se desarrollan, la relación de los otros personajes con el protagonista y el entorno en que se mueven, que, desde esta perspectiva, tiene un carácter no tanto de realidad objetiva y exterior, sino de proyección mental. A veces esta dicotomía entre realidad e ilusión se hace más explícita, especialmente cuando se usa la narración subjetiva o como en el sorprendente relato que cierra la obra, El hombre que soñaba con mariposas, al manifestarse la visión del personaje abiertamente errónea. Siempre planea sobre estas páginas, no obstante, esa idea de que lo importante es lo que el monstruo esconde y arrastra, acaso él mera quimera más allá de una abstracción humana.
Esta impresión se refuerza por la inclinación del autor a escribir desde el misterio, no tanto como género con sus pautas y códigos como la asimilación de una narración envuelta en una constante incertidumbre, que rara vez anticipa y que huye de efectos trágicos, siempre dispuesta a sorprender al lector; pero que nunca se despeña hacia lo críptico, sino que fluye hacia finales cerrados y coherentes (en ocasiones dominados por un excesivo afán explicativo). Así, el narrador a menudo complementa las acciones del personaje más que expandirlas; las enfatiza, las profundiza, les da dimensión psicológica, pero se mantiene atado al personaje y a sus percepciones, aunque no llegue al extremo de una narración por entero subjetiva, incurriendo en breves desviaciones del punto de vista cuyo ejemplo más evidente es la inclusión de epílogos relacionados con esa intención explicativa ya mentada. Este efecto de misterio delata el gusto de su autor por una narración que mantiene al lector en vilo desde el primer renglón. Se percibe una tendencia a que los relatos comiencen con fragmentos potentes o en plena acción, donde el lector debe intuir lo que ocurre más que asimilarlo plenamente para posteriormente desenrollar el relato y/o el enigma. De este modo, lo que en todo relato está siempre presente, el saberse sujeto a lo que el narrador enfoca y lo que mantiene a la sombra, aquí se potencia según una fórmula de misterio y sorpresa muy acorde con el género.
Desde el primer relato, cuando la sorpresa nace del contraste entre la aparente familiaridad de una escena con la irrupción de un elemento percibido como extraño y ajeno, la obra mantiene una tensión constante entre esa realidad estable, coherente, cercana, con lo extraño y anómalo que la cambia o la perturba y a que lo monstruoso va intrínsecamente ligado mucho más que a una maldad o peligro que no siempre son reales. Aquí entra en juego, de nuevo, la ya mencionada dicotomía entre realidad e ilusión, y es donde cobra mayor sentido la elección de relatos diversos, más allá de su adscripción temática, por la diversidad de naturalezas marginales, amenazadoras y extrañas, siempre extrañas, que permiten abordar el tema en toda su complejidad. Esta distinción confusa entre qué es lo monstruoso en una realidad a menudo distorsionada y difícil de comprender, se enfatiza con la alternancia entre “monstruos” humanos y otros monstruos, o seres percibidos como tal, con frecuencia de una inhumanidad, o deformación de su humanidad, manifiesta, pero que son seres orgánicos, vivos, palpitantes, lo que propicia cierta conexión con ellos y cierra el círculo vicioso con aquello que es a la vez intruso y familiar. Otra característica que incita a la identificación con lo monstruoso es una soledad forzada, una soledad que marca, que discrimina, que transforma en excepcional. Asociada al monstruo aparece también la figura del semidiós, en un sentido simbólico, con un microcosmos propio, con sus reglas y su fuerza controladora que busca amoldar y doblegarlo todo a su voluntad (en esta sobreexcitada voluntad de dominación es donde la pluma de Nacho encuentra las creaciones más terribles).
Así, el conflicto y el monstruo son indisociables, y el primero no surge inevitablemente de la irrupción del segundo sino que quizá sea el propio conflicto el que determina la naturaleza del monstruo, moldeando una realidad ambigua, cambiante y alucinada en la que lo externo y ajeno, lo interno y lo propio y la afinidad entre ambas cosas no parece nunca clara ni definida.
No querría terminar sin destacar una característica que considero muy definitoria del autor y que encuentro admirable: la fuerte carga emocional de los relatos. No debe confundirse con el sentimentalismo, pues lo que hace de los relatos intensos a nivel emocional es esa sensación del lector de que, sin recurrir necesariamente a la identificación con los mismos, los personajes que merodean por estas páginas son seres cercanos que incitan a la empatía. No hay, ni ante la verdad más dolorosa, lugar para el distanciamiento o el desapego. El ojo del lector se sitúa a la altura de los personajes, y no sobre ellos. No son estos arquetipos, ni representaciones del mal, sino individuos complejos retratados con todas sus aristas y contradicciones, y si uno se aleja un instante de todos los horrores que desfilan por estas páginas podrá limpiar su mirada y mirar con renovados ojos, con esos mismos ojos inocentes de la niña de Casa ocupada, y podrá ver al niño que se oculta tras el monstruo. De ahí que los momentos más emotivos surgen de una pérdida que perturba un mundo con su propia idiosincrasia, maldito y monstruoso, del que el protagonista es autor o partícipe, no puede escapar o se contagia. Conjugar esto con elementos que harán las delicias de los lectores más aficionados a las historias sórdidas (no se rehuye la violencia: cadáveres vomitados por un ente; muertes y torturas innombrables; estallidos de violencia repentinos y salvajes; venganzas sanguinarias) es una arriesgada maniobra de acrobacia narrativa de la que no era fácil salir airoso.
Sin más rodeos, diseccionemos una por una las criaturas:
La ciudad inhabitada es un comienzo espléndido en el cual dos personas se mueven por una ciudad desierta sin saber qué ha ocurrido para llegar a esa situación y con la única compañía de hologramas que repiten días tras día las mismas acciones. Aunque sus primeras lineas son muy intrigantes, la presentación de sus premisas no resulta demasiado ágil. No obstante, paulativamente te atrapa el cóctel de misterio, escalofrío y tensión in crescendo que desemboca en un final que transfigura todo lo vivido.
Si el primero me parece un estupendo arranque, ahora me toca ponerme más criticón. De sueños y monstruos no me gusta. De esta historia sobre una madre que convive con un hijo aquejado de una enfermedad mental, me atrae la idea y la reflexión, pero no las palpo. Me atrae la estructura de monólogo interior de los personajes, cómo se pone en contraste ambas realidades, pero sus discursos son demasiado lineales y previsibles a pesar de la locura. Falta caos en sus pensamientos y sobran lugares comunes, algo más críptico y más etéreo que refleje su desconexión con el mundo.
Todo está hecho presenta a un asesino en el momento de su captura, pero esta no será más que el inicio de un relato de monstruosidades reales y brutales que oprimen y no dejan resquicios para respirar. Un relato ágil, con muy buen ritmo, acertada narración paralela y un asfixiante descenso hacia el horror en el que la fórmula antes mencionada de misterio y sorpresa se explota de forma poco novedosa pero muy efectiva. Quizá le falta ese punto de originalidad que tienen los mejores relatos de la antología, y se desmarca de cualquier atisbo de narración subjetiva o realidad deformada siendo uno de los relatos más sórdidos, directo, sin concesiones, sobrio y con un final para el recuerdo.
Tumbas en la ciudad es un breve pero contundente relato cuyo protagonista escribe una historia aparentemente anodina que comienza a afectarle más profundamente de lo que pensaba. Un monstruo diferente al resto, con más humor, que también juega con la realidad mediante el recurso de la ficción. Esboza una reflexión muy interesante pero creo que adolece de algunos problemas de estructura y de ritmo.
Sobre Casa ocupada, una historia sobre una casa encantada de la que es mejor no desvelar nada, es difícil encontrar qué decir sin hacer del comentario una concatenación de halagos. Es mi favorito de la antología. Suena a único, novedoso, imprevisible. No comienza en acción, como muchos relatos, pero cubre todo de un halo de misterio que una medida y elaborada descripción indirecta desvelará poco a poco en emocionante crescendo. Aquí la primera persona coincide con una realidad tan alucinada y la creación de una atmósfera tan singular, a pesar de manejar elementos muy reconocibles del género, que el lector no tendrá dónde aferrarse. La idea de un microcosmos con su propias reglas alcanza su más redonda expresión en este relato de la antología, y su plasmación es lúcida, densa y precisa, incluso cuando el exceso amenaza envuelto en una dinámica de violencia descarnada, excesiva, salvaje en su más desmesurada expresión, que mezclada con algunos de los momentos más emotivos de la antología consigue un resultado memorable.
No habrá descanso en la muerte es la narración de una venganza ejecutada mediante un siniestro ritual. No le encuentro grandes problemas pero tampoco grandes virtudes. El misterio inicial que suscita la hermética figura femenina se enturbia con unos flashbaks, si bien reveladores, algo confusos e innecesarios; y el relato no termina de alcanzar la contundencia y el mazazo emocional que persigue. No obstante, no deja de tener interés por ser uno de los relatos en que se percibe más claramente cómo lo monstruoso atrapa y contagia a todos cuanto toca.
Ocho esferas plateadas, el cual arranca cuando un personaje despierta en la guarida de un abominable bicho, es otro de los grandes relatos de la antología. Lo encuentro particularmente intenso y uno de los más ajustados al horror y lo monstruoso en el ámbito de las realidades deformadas. De nuevo la narración en primer persona es empleada para crear una mayor ambigüedad y una ruptura con una realidad reconocible (esto se acentúa con elementos narrativos como los recuerdos fragmentados y la ingesta de sustancias alucinógenas), de manera que queda difuminada la linea divisoria entre aquello monstruoso y lo que no lo es, qué auténtico y qué falso.
Ni el infierno querrá tu alma es otra narración de corte policíaco, más apegada a la realidad y que no encaja demasiado bien con el tono de la antología, pues bajo su turbio inicio se oculta un durísimo drama. Pero es un excelente relato en que la tragedia todo lo empapa: desde el núcleo de una familia marcada por la fatalidad a la conmoción social causada por una serie de asesinatos, todos ellos ven perturbada su tranquilidad.
El hombre que soñaba con mariposas, a pesar de que no aúna tantas virtudes como Casa ocupada ni resulta tan pulido, quizá sea más personal y tiene el sabor de los grandes finales, esos que te abren aún más el apetito de buenas historias y dejan huella. Se inicia con una reunión en la que un joven escritor está cerca de lograr su sueño, publicar por primera vez, pero todo comienza a tambalearse cuando empieza a sufrir extrañas visiones. Te atrapa desde su inicio desconcertante y ambiguo para sumergirse después en un horror que, si bien recuerda a otras obras, no deja de estremecer por su crudeza y lo vívida que resulta la descripción de un mundo de pesadilla. Me parece uno de los relatos más elaborados en cuanto a la estructura, con un juego de cajas chinas, distorsión de realidades, una narración desde la perspectiva del protagonista y una arriesgada forma de jugar con la sorpresa capaz de convencer a los más escépticos. Más que cerrar la obra, la abre hacia un mundo nuevo y hermoso en un final muy propio de una antología que, bajo su crudeza y brutalidad, esconde luminosos destellos y que, pese a sus errores y deslices, resulta intensa, emocionante y entrañable, esto es, nacida de las entrañas de alguien que tiene mucho que decir.
Mi favorito, con diferencia, sigue siendo Casa ocupada. Me pregunto cómo hubiera funcionado presentado en formato separado, como una novela corta... Muy completo el análisis, compañero. Debo decir que coincido en muchos puntos.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.