Moby Dick

Imagen de Anne Bonny

Reseña de la adaptación de Roy Thomas y Pascal Alixe publicada por Panini

 

Aunque la famosa novela de Herman Melville se encuadra dentro de ese amplio cajón de sastre que es el género de aventuras, siempre he tenido el convencimiento de que entronca más, de algún modo, con la literatura de terror. La obsesiva búsqueda de venganza del capitán Ahab, los particulares arponeros que suben a bordo del Pequod, el opresivo ambiente que se respira a lo largo de los viajes... sí, es cierto que hay una pátina de aventuras e incluso información muy técnica sobre la caza de ballenas, pero el trasfondo, lo que palpita en Moby Dick, vibra con unas notas entre inquietantes y tenebrosas que pueden llegar a causar auténtico espanto.

Esta adaptación realizada para Clásicos Ilustrados Marvel que nos presenta Panini me deja con la sensación de que no iba nada desencaminado. El dibujo de Pascal Alixe (que cuenta con los entintados de Victor Olazaba) plasma muy bien esa sensación algo siniestra que me suscitó el original en su día en un perfecto equilibrio con otros elementos más “propios” —por decirlo de alguna manera—, como podrían ser la fascinación ante los horizontes abiertos o la sensación de libertad al navegar por los siete mares.

Algunos encuadres, que encuentran sus ecos en las portadas de John Watson para la colección original —y que Panini ha recopilado intercaladas en el volumen—, sin perder el dinamismo que cabía esperar, apelan a esas inquietudes ancestrales del hombre enfrentado a la bestia, del hombre, más aún, a merced de los poderes insondables, y a veces incomprensibles, de la naturaleza. Una lucha que, dicho sea de paso, es lo que convierte a Moby Dick en una obra inmortal y atemporal.

El propio guión de Roy Thomas parece haber querido privilegiar con sus elipsis ese hilo argumental que da más peso a la obsesión del capitán Ahab que al viaje iniciático de Ismael, quien en el cómic queda relegado a personaje secundario despojado incluso de su interés como narrador; se convierte, en cierto modo, en la botella que porta el mensaje, inerte. Está bien perfilado, como todo el reparto, pero su rol es de mero comparsa.

El resultado es una adaptación con carácter propio, a mi entender particularmente inspirada. Permite reencontrar las emociones del original sin necesidad de sumergirse por completo en el largo viaje del Pequod y, en la cuidada edición de Panini, constituirá, estoy seguro, ese anzuelo privilegiado —parafraseando libremente a Roy Thomas— que nos impulsa a descubrir el original. Si es que todavía no lo hemos hecho, claro.

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