La maldición de Tutankamon
Hablemos de momias, hablemos de faraones y maldiciones en este retorno de la Biblioteca Fosca
El éxito de la maldición de Tutankamon reposa sobre dos claves: el magnífico tesoro que ocultaba su tumba -no en vano es la mejor conservada jamás excavada- y el seguimiento que los medios de comunicación de la época dieron a los luctuosos sucesos relacionados con su descubrimiento. Si los periódicos ingleses no hubieran dado cobertura a las muertes supuestamente causadas por la momia, ni algunas personalidades de la época (Arthur Conan Doyle entre ellos) hubieran echado romeritos al fuego, seguramente no se seguiría hablando con tanto entusiasmo de este tema a día de hoy.
Como suele pasar en estos casos, a las estadísticas se les puede hacer hablar de muchas formas: ocho muertos en doce años de los cincuenta y ocho presentes durante la exhumación de la tumba no parece una cifra tan impresionante -sobre todo teniendo que hablamos de los años 20- como la de treinta muertos relacionados con Tutankamon que se llegaron a cifrar en algunos medios de comunicación. Seguramente por ello, el caballo de batalla de los partidarios de la maldición fue el exceso de casualidades.
Desde piernas rotas tras patear una caja con ajuar funerario a conservadores egipcios que mueren tras haber soñado que no debían permitir que el este abandonase Egipto... y haber dejado que las piezas volaran a Europa. Quizás la más chocante del conjunto fuese la muerte de Lord Carnarvon, el que fuera mecenas de la expedición, como resultado de una banal picadura de mosquito infectada en la mejilla... en el mismo punto que la momia de Tutankamon mostraba una perforación. A la casualidad a la que, obviamente, no se presta oído es a la de la supervivencia de los principales profanadores: el egiptólogo Howard Carter, descubridor de la tumba, y Douglas Derry, el médico que llevó a cabo la autopsia del joven faraón. Teniendo en cuenta el largo reparto de víctimas, entre las que se llegó a contar al actor Ian McShane en los años ochenta, me extraña que nadie dijera que su longevidad fue la forma en la que se manifestó la maldición para hacerles ver el resultado de su blasfema conducta.
Teniendo en cuenta el reparto de cobras devoradoras de canarios, operarios muertos de infarto, científicos atropellados, esposas enloquecidas, suicidas y perros muriendo en Inglaterra al tiempo que sus amos como preludio de un apagón en El Cairo, no cuesta trabajo creer que esta aventura haya servido de inspiración a autores posteriormente -aunque se hayan tenido que ver abocados a reducir el número de elementos para, paradójicamente, ganar credibilidad-. Personalmente, me atrae el enfoque de Arthur Conan Doyle, quien postuló la presencia de un hongo venenoso en el interior de la tumba, puesto ex-profeso para castigar a los que perturbasen su calma, como explicación de la macabra serie de coincidencias.
Esta idea del aire envenenado, reelaborada con distintos elementos científicos, se ha convertido en un clásico de las profanaciones de tumbas, así como la leyenda de advertencia sobre el dintel de la puerta (que en este caso se habría perdido al demolerse el acceso a la antesala) o los pergaminos que consignan las maldiciones (cosa no tan descabellada teniendo en cuenta que los árabes temían a las momias y la magia faraónica por la interpretación que hacían de los jeroglíficos encontrados en las tumbas). Otros elementos, por el contrario, han quedado relegados a rincones más oscuros del imaginario popular, como el hecho de que la tumba ya hubiera sido profanada -aunque siguiera conteniendo tesoros sin cuento- o que se encontraran rastros de campamentos de ladrones de tumbas sitos sobre la última morada de Tuntakamon, la cual, sin duda, debieron pasar por alto.
Sea como fuere, la tumba de este faraón cuyo mayor mérito parece ser haber pasado inadvertido hasta el siglo XX ha resultado ser una fuente inagotable de tesoros. Materia de sueños, al fin y al cabo, pero lo suficientemente rica para haber hecho soñar con terribles momias y arcanas maldiciones a generaciones enteras de lectores.
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La vida tiene pinta de ser mucho más interesante creyendo en este tipo de cosas. Qué suerte tienen algunos.
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