Northlanders: La hija de Thor

Imagen de Kaplan

Analizamos el sexto tomo de la serie vikinga de Brian Wood

 

Hace unos meses comentábamos cómo DMZ, la serie que había terminado de lanzar a Brian Wood al estrellato, daba muestras de agotamiento en sus últimos números, que estiraban la trama de forma innecesaria con el fin de rebasar los setenta capítulos. Este problema desaparece en Northlanders, la serie centrada en el pueblo vikingo que el guionista ha venido desarrollando a lo largo de los últimos cinco años. El hecho de que se trate de una colección formada por historias independientes, unidas solo por el hecho de que sus protagonistas son vikingos, da a Northlanders una libertad y una constante capacidad de reinvención que no le habrían venido nada mal a DMZ. Lo mismo ofrece una historia de venganza en El retorno de Sven, como una de supervivencia en La ciudad de la plaga o una de choque de religiones en Metal.

Tres diferentes historias son las que componen este tomo. La primera y más larga es El asedio de París, que narra cómo una expedición de 30.000 vikingos acechó durante un año la ciudad del Sena. La trama se centra, no obstante, en un grupo de soldados de fortuna vikingos comandados por Mads, el protagonista, a quien acompañaremos a lo largo de toda la campaña. Los tres números que componen la aventura bien podrían haber sido concebidos por Sam Peckinpah: Mads es un hombre que vive por y para la guerra, tan hastiado como enamorado de ella. El dibujo tiene el trazo meticuloso y enfebrecido de Simon Gane, con reminiscencias claras de Corben, que da al relato una atmósfera salvaje e infernal (recordemos esa dantesca página de las infinitas tropas vikingas echándose encima del torreón francés que defendía el acceso a la ciudad).

La segunda es el opuesto total de El asedio de París. Del estruendo al silencio gélido. En un páramo invernal desolado, un ignoto confín del mundo, un hombre va a la caza de un ciervo en una lucha desesperada por la vida. Nada más. Sin embargo, Wood se las apaña en La cacería para armar un relato emotivo, entre lo abstracto y lo mítico, sobre la anecdótica crueldad de la vida. Como ocurrió con Viaje por el mar (su particular versión de esa escalofriante película que es Valhalla Rising, del hoy tan popular Nicolas Winding Refn), Wood demuestra que se maneja de maravilla en la narración corta. El ilustrador Matthew Woodson aporta un trazo etéreo, perfecto para lo que Wood quiere expresar (otro de los grandes aciertos de Northlanders es lo apropiados que resultan los dibujantes escogidos para cada arco argumental).

Por último, el volumen se cierra con la historia que da nombre al tomo: La hija de Thor. De nuevo, un relato de un solo episodio, pero bien diferente al anterior. Aquí Wood, con un gran dominio narrativo, logra contar una historia sobre la soledad y los riesgos de la mujer vikinga en una sociedad tan viril como la suya solo con la parte central de la historia (no contemplamos ni el planteamiento ni el desenlace) y un par de recuerdos de niñez de la protagonista. Con la ayuda del estilo gélido de Marian Churchland, Wood realiza un cómic fenomenal, lleno de sutileza.

En numerosas ocasiones Wood ha manifestado que escribir Northlanders era para él un sueño hecho realidad. No hay más que ver cuánto se ha involucrado en ella, con cuánto mimo ha dado forma a cada nueva saga y cómo ha mantenido hasta el final su inconformismo característico. Habría sido muy fácil y exitoso plantear Northlanders simplemente como un despiporre de cráneos machacados a hachazos, pero Wood se arriesgó y presentó una colección que caminaba entre la violencia, sí, pero también entre la introspección y la desubicación de sus protagonistas (como, no lo olvidemos, el Matty Roth de DMZ o los protagonistas de Demo). Y por ser tan única en el panorama actual y estar tan llena de calidad, deberíais leerla más, caray.

 OcioZero · Condiciones de uso