Diástole

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Reseña de la novela de Emilio Bueso publicada por Salto de página

 

Diástole no es solo una muy buena historia muy bien contada. Diástole es literatura. Pero no literatura para críticos, académicos ni otros autores, sino literatura para lectores, para disfrutar leyendo. Es además, o al menos esa es la impresión que tengo, la primera obra de madurez de Bueso. En ella palpita un estilo propio, un modo de concebir la narrativa que tiene su sello. Es como si, a varazos, el autor hubiera hecho desfilar sus demonios literarios. No hay impostura en estas páginas, sino una vitalidad que se palpa auténtica.

Empecemos por hablar del narrador. La historia viene en primera persona, pero esto no es lo que la convierte en una narración a quemarropa, sino el modo en el que se usa esta voz. El protagonista, que es quien nos desgrana la trama, es un artista politoxicómano. Del mismo modo que ha querido exprimir su vida y se ha visto exprimido por ella, toma las palabras y les saca el jugo, y este quema como el ácido. El arte fue su perdición y su tabla de salvación, y esa intensa relación amor odio estético rezuma en el modo en el que nos cuenta su existencia. Lo mundano y lo sublime, lo bajo y lo excelso, lo vulgar y lo refinado... miles de extremos, positivo y negativo, polarizan la existencia del narrador y Bueso consigue plasmarlo con una prosa que se electriza entre lo coloquial y lo lírico formando un campo magnético coherente y uniforme en su conjunto.

Este gran acierto en el tratamiento de la voz narradora es el vehículo que nos conduce por el resto, que no es, además, poca cosa. Sigamos por el tono.

En Diástole se teje un mosaico que fascina en cada etapa. Desde la ominosa entrada del artista en la mansión, digna del encuentro entre Jonathan Harker y Dracula, pasando por el delicado acierto de las escenas de creación artística, hasta las reflexiones autocondenatorias del protagonista cuando disecciona su mundo, sus relaciones, a sí mismo, la novela muestra la cantidad de registros que podemos tocar dentro de un mismo tono, dentro de un mismo estilo, por radical que sea este. Profundidad es la palabra.

Y ni siquiera este acierto a la hora de retratarlo todo, y que está ligado a ese narrador del que hablábamos al principio (cómo, si no, me iba yo a interesar por un coche), completa el cuadro. Porque además de una novela bien enfocada, bien estructurada, bien escrita y con un buen tratamiento de personajes, Diástole es una novela que encierra una historia apasionante.

Chernobyl, el sitio de Stalingrado, la Rusia comunista, el arte... temas que darían para enciclopedias de los que se ha destilado una pequeña e intensa dosis, como con los perfumes, como con los venenos, para jalonar la narración del ocaso de la vida de un solo hombre. Lo que nos remite de nuevo a la dualidad cardíaca de Diástole: el miserable reducido a escoria que se convierte en protagonista del universo, la paradoja humana.

Es difícil transmitir tanto en tan poco espacio, como resulta igualmente difícil transmitir en esta reseña hasta qué punto este libro concatena un acierto detrás de otro, hasta qué punto es rico y complejo en su aparente sencillez. Es de lo mejor que he leído. Cuanto más lo pienso, más claro lo tengo.

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