Presente y futuro del monstruo clásico
Algunas pinceladas sobre estos arquetipos que siguen muy presentes en artes y espectáculos
El vampiro, el hombre lobo, la momia, el zombi, incluso el alienígena son encarnaciones de temores primarios que han ido tomando forma en nuestro acervo cultural hasta constituirse en personajes con una entidad propia. Desde los primeros relatos orales se han concretado a través de la literatura y la pintura primero, de los cómics, el cine o los videojuegos después, por poner algunos ejemplos, y, aunque puedan resultar multifacéticos e incluso contradictorios, tienen sin duda una identidad definida.
La cuestión, sobre la que tuve el placer de reflexionar en voz alta la pasada Semana Gótica de Madrid con Víctor Conde —cuya revisitación del monstruo a través de una serie de novelas encuentro particularmente interesante—, es ¿qué puede aportar el creador contemporáneo a estos personajes, qué nuevas vías se pueden explorar o se están ya explorando?
Lo que aporta el propio personaje es evidente: es un símbolo, la condensación de temores e inquietudes humanos que se han perpetuado durante generaciones y que, como una gema enterrada en la arena, tienen las aristas tan pulidas que permiten conectar directamente con el lector / espectador. Sin embargo, esto no está exento de riesgos, puesto que, por ese mismo carácter, sugerirá cosas a dicho receptor con las que quizá el creador no contaba o a las que no se quería dar tanto protagonismo. De nuevo, queda claro que resulta vital sujetar las riendas con fuerza. Pero ¿para guiar en qué dirección?
A día de hoy, encontramos al monstruo contemporáneo convertido en gran medida en un elemento prácticamente estético. La fuerza visual de estos arquetipos tiene, como es normal, bazas muy importantes para jugar dentro de una sociedad que es en buena parte audiovisual. Son seres mediáticos, que con una sola instantánea suscitan reacciones: fascinación, repulsión, miedo, deseo... Símbolos, como decíamos, que se pueden reinventar para el público adolescente (Crepúsculo) o para hablar de la sociedad actual de un modo indirecto (Voraz, por poner un exponente del género zombi).
La corriente pulp que los está rescatando, desde películas como Van Helsing o las fantasías de Tim Burton a colecciones de novelas como Monsters Unleashed, de Tyrannosaurus Books, son ejemplos claros de esta vocación estética en los que se añade un elemento adicional: la nostalgia. Si el monstruo quedó en tiempos ancestrales recluido en el terreno de la leyenda y los cuentos de viejas, los géneros populares lo han ido reivindicando para el mundo adolescente y juvenil, luego adulto, hasta convertirlo en un icono transgeneracional. En este sentido, el monstruo es utilizado como un juguete, como un guiño privado entre conocedores, como una herramienta de disfrute ligero.
El pulp contemporáneo no es, sin embargo, el pulp histórico, el que de verdad se vivió en el siglo pasado, y tras ese artificio de la falsa novela / película de consumo rápido hay una serie de autores que conocen bien el medio y su evolución. Si bien la Hammer o las novelas de a duro (o los cromos de monstruos) han brindado un pasto fértil para sus imaginarios, no ha impedido que siembren sus propios huertos para ofrecer sus propias cosechas.
Algunos han optado por explorar los intersticios del mito y el arquetipo para brindar una nueva luz sobre la propia criatura y lo que representa (Hija de lobos) mientras que otros buscan ángulos por lo generalmente olvidados de estas leyendas (El puente del Diablo) o su aproximación al folclore nacional (Cazador de mentiras), una vieja reivindicación en un país en el que el fantástico ha sido condenado a género menor sin juicio previo.
Finalmente, algunos creadores buscan una deslocalización del mito, una desnaturalización que mantiene ecos de la forma original —dentro de lo cuestionable de la originalidad de unos mitos construidos a partir de fuentes dispares y tan alejadas en el tiempo y la geografía— para formar un cuadro que sería irreconocible si no fuera por esa misma vibración casi ancestral que suscitan. Pensemos, por ejemplo, en Diástole y la sombra de su vampiro: si bien no cuesta identificar al protagonista yonqui con Harker en la primera visita a la mansión del pintor, da la impresión de que la llamada de la sangre nos elude hasta situarse en un incómodo punto más allá del rabillo del ojo.
En definitiva, valga este rápido y desordenado repaso para señalar lo difícil que resulta hablar de un presente uniforme del monstruo clásico y, por lo tanto, más aún imaginar un futuro. No solo es algo natural —después de todo, el monstruo está integrado en nuestro patrimonio de un modo intersticial y en parte subconsciente—, sino también deseable: las posibilidades de desarrollo son infinitas, o lo parecen. En un tiempo en el que se llegó a poner en un duda el interés del terror sobrenatural, el monstruo, que podría haber sido su adalid, ni siquiera se resigna a quedarse en una jaula tan pequeña. Bien por él.
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