(D)Ripper

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Un relato de LCS

 

N.A. –El título es un juego de palabras en inglés. Dripper significaría algo así como Goteador mientras que Ripper significa Destripador.

 

No pudimos entrar en la casa. A la rubia de la inmobiliaria se le habían olvidado las llaves y nos tuvimos que quedar en el porche hasta que la morena llegara para abrirnos la puerta. Seguramente me dijeron su nombre, pero no quise recordarlos. Era más fácil distinguirlas así. La rubia y la morena.

Me senté a esperar en una mecedora mientras contemplaba el bosque de nogales que rodeaba la casa y me fijaba en la rubia. Iba completamente de rojo (zapatos y bolso incluidos) y se comportaba como si yo no existiera, aunque a veces, cuando nuestras miradas se cruzaban, me sonreía y volvía a mirar para otro lado. Estaba claro que no quería entablar una conversación conmigo.

Cuando llegó la morena con las llaves entramos en la casa. A pesar de tener dos pisos, no era demasiado grande. En la planta baja estaban la cocina, el salón, el cuarto de baño pequeño y el garaje. El piso de arriba estaba reservado para los dormitorios y el cuarto de baño grande. Se notaba que la habían reformado hacía poco. Los muebles parecían nuevos y toda la casa aún olía un poco a pintura.

—¿Quién vivía antes aquí? —pregunté.

—Un pintor —dijo la rubia sin dejar de sonreír.

—Ah, sí, ¿uno de brocha gorda o uno de los famosos?

—Uno muy raro, de los de arte abstracto.

—Un loco que se creía el Ripper —añadió la morena.

—¿Ripper? —pregunté.

—No, Ripper no: Dripper. No recuerdo su nombre. Ese que salpicaba los cuadros —puntualizó la rubia.

Mi madre es norteamericana y soy bilingüe. Estaba convencido de que la morena había dicho Ripper y no Dripper, pero tampoco me importó demasiado. Lo más probable era que se tratara de alguna tontería, de algún cotilleo de pueblo. Hasta ese momento era la casa que más me había gustado de todas las que había visto, tenía un alquiler asequible y aceptaban mi condición de no firmar ningún tipo de contrato. Parecía el lugar apropiado para desparecer durante unos meses y escribir mi próxima novela.

Volví al motel en el que me encontraba hasta entonces, metí la maleta en la parte de atrás del coche y me mudé esa misma mañana. No cambié de sitio ninguno de los muebles, salvo el escritorio de uno de los dormitorios que elegí como despacho. Lo coloqué junto a la ventana para disfrutar de las vistas al bosque. A veces me entretenía mirando cómo una ardilla trepaba a uno de los nogales o escapaba a saltos de un cuervo que casi siempre la perseguía. En los momentos en los que me faltaba inspiración me quedaba un rato con una taza de café entre las manos observando la persecución desde la ventana.

Por suerte no tenía ni teléfono ni acceso a Internet. Me apetecía sentirme aislado. La civilización más cercana se encontraba a varios kilómetros de distancia, en un centro comercial donde solía ir los lunes a comprar para toda la semana y a revisar el correo electrónico. Nunca tenía nada especial en la bandeja de entrada. Unos cuantos correos basura y algunos amigos preocupados por mi paradero. A los pocos que contestaba me limitaba a comentarles que me encontraba bien, pero sin desvelar a nadie donde me había mudado.

Las primeras manchas de la casa las debí de encontrar uno de esos lunes, después de volver del centro comercial. No eran más que unas gotas de color rojo en la pared del fondo del salón, como si alguien la hubiera salpicado pintura con una brocha mojada. Por un momento pensé que, por el motivo que fuera, el pintor había decidido volver a la casa, pero después de recorrer una a una todas las habitaciones no encontré a nadie.

Intenté escribir, pero había algo en aquellas manchas que no me permitía concentrarme. Seguramente alguien pretendía gastarme una broma, pero no me gustaba que nadie interfiriera en mi retiro voluntario. Salí al porche y me senté en la mecedora a fumarme un cigarrillo tras otro hasta que anocheció.

La mañana siguiente volví al centro comercial y telefoneé a la rubia de la inmobiliaria. Después de varios tonos, se puso la morena, me dijo que su compañera no estaba y me colgó antes de que pudiera preguntarle por el pintor.

Entré en un ciber y busqué en el Google información acerca de algún pintor al que apodaran Dripper. Por lo visto el anterior inquilino de la casa debía de ser un imitador de Jackson Pollock, aquel pintor norteamericano de mediados del siglo XX que se alejó del arte figurativo y que se dedicaba a lanzar pintura al lienzo o a dejar gotear encima el pincel.

De vuelta a casa me encontré junto a la puerta del garaje los restos picoteados de la ardilla que veía desde la ventana.

—Así que al final, amiga, el cuervo te alcanzó —dije.

Tengo que reconocer que sentí un poco de lástima por ella. Entré en casa con la intención de coger una pala para enterrarla, pero me olvidé de la ardilla cuando comprobé que toda la planta baja estaba llena de manchas de color rojo. La mayoría eran gotas o salpicaduras, pero también había manos y palabras sin sentido que parecían escritas con los dedos. Más que manchas de pintura parecían manchas de sangre. Corrí a la cocina en busca de un cuchillo y miré de nuevo por toda la casa sin encontrar a nadie, ni siquiera en escondites tan absurdos como dentro de los armarios o debajo de la cama.

Subí una cafetera, un paquete de galletas y un par de botellas de agua a mi habitación, atranqué el picaporte de la habitación con una silla y dejé el cuchillo en una de las mesillas. Después de varias horas en las que intenté permanecer despierto, me dormí con la televisión encendida. Creo que soñé con gritos de mujeres.

Cuando abrí los ojos ya era de día. La televisión continuaba encendida y la silla en su sitio, impidiendo que se pudiera abrir la puerta, pero en las paredes de la habitación habían aparecido también salpicaduras. Busqué el cuchillo y en un gesto instintivo lo dejé caer al suelo. Estaba manchado de sangre. Salí de la habitación y bajé corriendo las escaleras. Cuando entré en el garaje me resbalé con un charco con el que casi perdí el equilibrio. Arranqué al coche y conduje lo más rápido que pude hasta la inmobiliaria.

Abrí con fuerza la puerta y grité a la rubia para que me explicara qué había ocurrido en aquella casa. Sin dejar de sonreír en ningún momento, me dijo que nada, que habían encontrado al pintor muerto. Seguramente se había suicidado.

La morena se levantó de su sitio y se acercó a nosotros.

—Dile, la verdad —dijo—. Dile cómo pintaba sus cuadros. Dile qué hacía con las modelos.

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Patapalo
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Muy pulp el relato. Hubiera quedado muy bien como historieta corta en Creepy Resulta complicado lo del doble sentido en inglés con todo el relato escrito en castellano. Quizás metiendo los diálogos en inglés hubiera resultado más fluido. La historia es muy sencilla y en realidad no hay giro final, lo que deja sensación de ligereza, pero está muy bien ejecutada (valga la expresión). Un placer leerte.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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LCS
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 Hubiera quedado muy bien como historieta corta en Creepy

Para mí, habría sido un honor.

 

Resulta complicado lo del doble sentido en inglés con todo el relato escrito en castellano.

 

Sí. Puede que tengas razón. El relato se me ocurrió porque acababa de leer que a Jackson Pollock le llamaban Jack The Dripper e inevitablemente, me surgió el juego de palabras.

 

 La historia es muy sencilla y en realidad no hay giro final, lo que deja sensación de ligereza, pero está muy bien ejecutada (valga la expresión).

Ya sabes que a mí me gusta escribir de una forma sencilla y sin aspavientos.

Muchas gracias a tí, compañero, por tus comentarios.

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L. G. Morgan
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Me ha gustado, muy bueno. Aunque coincido en lo de los términos en inglés, no me convencen en el título pero los veo imprescindibles en la narración. Tal vez cuando cuenta que es bilingüe podría explicar el significado para no tener que meter la introducción arriba. Me ha convencido mucho el final, con pocas palabras y pocas explicaciones dejas todo perfectamente claro.

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