Gracias, Patapalo.
No es un primer capítulo, pero sí que es parte de algo más grande, un libro de relatos entrelazados que, de momento, se llama Cuentos de la Marca.
Un relato de LCS
Aunque, a pesar de que estaba tiritando, casi llegué a agarrar la culata de la pistola que me había entregado mi padre poco antes de abandonar nuestras tierras, al final fue el Margrave quien se deshizo del demonio, delante de mi madre y de mí, sin apenas esfuerzo y sin que, ni siquiera, se le cayera el sombrero de copa. Mientras con una mano sujetaba del cabello al demonio que se había agarrado a la portezuela, con la otra lo degolló con el estilete que llevaba oculto dentro de su bastón. Hasta ese momento no me había fijado en su mango. Era la cabeza del dragón rampante de su escudo de armas que también llevaba en el anillo. El Margrave guardó el estilete de nuevo en su funda y se limpió las manos en un pañuelo blanco que también llevaba bordado el mismo dragón rampante con la leyenda de su familia: “Avanzamos hacia el Este”.
―¿Está bien señora? ―preguntó a mi madre.
Mi madre asintió con la cabeza sin decir nada. Parecía tan conmocionada como yo. El demonio había aparecido de pronto, como si se hubiera materializado de la espesa niebla que nos rodeaba desde que llegó la enfermedad. Vino corriendo y se agarró de la portezuela del carruaje. Si no llega a ser por el Margrave, quién sabe qué habría pasado. Desde aquel momento, ni mi madre ni yo podíamos dejar de mirar mucho tiempo por la ventanilla. Cualquier golpe, aunque tan sólo fuera el latigazo de la rama de un árbol contra el carruaje o los gritos roncos del cochero a los caballos, nos hacía girar la cabeza.
―¿Le ha mordido?―preguntó el Margrave.
―No―me apresuré a contestar.
Teníamos que tener mucho cuidado. La enfermedad parecía contagiarse con la saliva pero, por suerte, estaba convencido de que a aquel demonio no le había dado tiempo a mordernos a ninguno de los tres.
No sabíamos muy bien cómo se había originado la enfermedad. Contaban que después de unos cuantos días de niebla, empezaron a enfermar los criados. Al principio todos pensamos que se trataba de algún tipo de epidemia de rabia pasajera, pero, poco a poco, el Maestre nos convenció a todos de que más bien se trataba de un castigo divino por expulsar a las familias nómadas que habían llegado a nuestras tierras ofreciéndose como braceros por poco más que un plato de comida.
La mayoría de los nómadas no hablaban nuestro idioma. Tampoco rezaban a Aramuz, nuestro dios, sino que veneraban de rodillas a figuras zoomorfas que representaban a Yarimán y otros nombres impronunciables durante ceremonias que celebraban en lo más profundo de los bosques las noches de luna llena. Muchos aseguraban que por su culpa los caminos ya no eran seguros y que estaban infestados de ladrones. El Margrave encabezó un pequeño grupo de voluntarios con la intención de expulsarlos de nuestras tierras. No tardó mucho en conseguirlo. Después de incendiar todos los campamentos que encontró en su camino, los nómadas se marcharon. Pocos días después, como si se tratara de una maldición, nos envolvió la niebla y enfermaron los primeros criados.
La enfermedad se extendió muy rápidamente. Ya apenas quedaban unas cuantas personas sanas en la zona, cuando mi padre nos pidió a mi madre y a mí que subiéramos al carruaje y acompañáramos al Margrave a la ciudad. Él, mientras tanto, se quedaría a intentar defender de los demonios la mansión que había heredado de sus antepasados con el fiel puñado de criados que aún permanecía a su lado.
― Cuida de tu madre. Puede que muy pronto seas el hombre de la casa ―me dijo.
Y me entregó una pistola pequeña, de esas de un único disparo que se utilizan en los duelos, y la guardé, cebada con pólvora y un balín, en el bolsillo de mi levita.
Hasta que no apareció aquel demonio y se agarró de la portezuela del carruaje, no pensé que fuera tan difícil disparar a algo o alguien que, si no fuera, por lo que salivaba, todavía tenía el aspecto de una persona.
Mi madre comenzó a rascarse la muñeca. Llevaba unos guantes de encaje de color negro, como el resto de su ropa. Había elegido vestirse de luto porque seguramente estaba convencida de que mi padre no podría continuar mucho tiempo más con vida. Al principio intentó disimular, pero poco a poco se fue rascando de una manera mucho más evidente, no sé si porque no podía soportar la picazón o porque no era consciente de lo que le estaba ocurriendo.
Estaba casi seguro de que no le había mordido aquel demonio. No le había dado tiempo. El Margrave le degolló después de agarrarse a la portezuela. Además se trataba de su mano derecha, precisamente la que estaba más alejada del lado del carruaje por el que nos atacó.
El Margrave estaba sentado enfrente de nosotros y miraba a mi madre casi sin parpadear.
―¿Seguro que se encuentra bien señora?
Examiné la muñeca de mi madre de reojo y descubrí las marcas infectadas de un mordisco.
―Madre ―dije.
Pero mi madre tampoco me contestó y continuó rascándose. Decían los criados que otro de los síntomas también era la afaxia. La primera facultad humana que perdían los demonios era la capacidad de hablar, como si se animalizaran. Después empezaban a salivar.
El Margrave sacó con lentitud el estilete de de su bastón. Yo busqué en el bolsillo de mi levita la pistola que me había dado mi padre y la amartillé. El Margrave colocó el estilete en el cuello de mi madre. Le bastaba con apretar un poco para terminar con ella. Saqué la pistola del bolsillo de mi levita y apreté el gatillo con los ojos cerrados. No imaginé que el ruido del disparo fuera tan ensordecedor. El olor de la pólvora me hizo estornudar. Cuando abrí los ojos, y disipé la nube de humo que se había formado, reconocí al Margrave porque, aunque tenía la cara destrozada por el disparo, todavía llevaba puesto el sombrero de copa.
Mi madre me agarró del brazo y tiró de mí. Me enseñó los dientes. Salivaba. Intenté cargar la pistola, pero el balín, la pólvora y la baqueta que utilizaba de cebador se me cayeron. Abrí la portezuela y salté del carruaje en marcha. Rodé unos metros por el suelo, me levanté y eché a correr. Detrás de mí escuché gruñidos.
Gracias, Patapalo.
No es un primer capítulo, pero sí que es parte de algo más grande, un libro de relatos entrelazados que, de momento, se llama Cuentos de la Marca.
¡Leches! ¿Dónde está el segundo capítulo? Me has dejado con ganas de saber más... ¿Y la pobre niña?
Se nota que es un relato corto pensado para un compendio de cuentos entrelazados. Te mete en vereda. Y me dejas con un: ¿Te gusta el caramelo? A que está rico?... Pos ahora vinagre... jejeje
No, en serio, está bien. Me ha gustado lo del estornudo después del disparo. Le ha dado un toque que me parece sumamente realista. Algo que, en mitad de una escena dantesca, podría parecer hasta gracioso... No todos controlan todo en una escena de acción.
La cara reventada y con el sombrero de copa,... ...no sé... ...otro detalle que me ha gustado.
Sí, coincido en que te quedas con las ganas de saber qué va a pasar, pero me ha gustado.
A veces hay que ser un pedazo de cabrona para sobrevivir. A veces ser una cabrona es lo único a lo que una mujer puede aferrarse.
Stephen King: Eclipse total.
Gracias por vuestros comentarios, pero sobre todo, gracias por leerlo. Y eso que no hay mejor elogio que te digan que un lector se queda con las ganas de que haya algo más. Soy más partidario de insinuar que de contar directamente, pero si algún día publico el libro, ya veréis como todo cobra sentido.
Te voy a confesar algo... (Creo que) no había leído nada tuyo hasta ahora, y reconozco que la historia deja con ganas de más.
De mucho más.
Mi más sincera enhorabuena, porque el relato me parece un cañón.
Aun aprendo...
Ya me gustó en el Monstruos, pero con una segunda lectura ha ganado aún más. Excelente ambientación.
Me temo que voy a insistir en lo de que necesita más partes. No es que tengas que dar todo mascado, se entiende bien así, es que, en este caso, no tienes la sensación de que la historia esté acabada en este formato y tamaño, parece claramente una parte de algo.
OcioZero · Condiciones de uso
Uno de mis relatos preferidos del Monstruos de la razón. Me resultó muy evocadora la escena. Deja con ganas de que sea el primer capítulo de algo.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.