Veraspada II

Imagen de Capitán Canalla

Segunda entrega de esta novela de fantasía del Capitán Canalla

La mitad que faltaba de la paga llegó a la mañana siguiente. Escondió buena parte dentro de una pata de la cama y marchó a comprarse algo de ropa de abrigo y botas nuevas. Con suerte o sin ella, las que tenía apestaban demasiado: la habitación que ocupaba había sido inhabitable toda la noche.

Era cajorat, el quinto día de la semana según el calendario de los valles, y llovía ligeramente, lo cual era maravilloso ya que tenía el pelo sucio. Los comerciantes gritaban las virtudes de sus productos con virtuosismo e insultaban a los de la competencia, pero también se escuchaban cuchicheos sobre toda una patrulla de quince guardias asesinados en la Roca de los Piadosos junto a un miembro de la corte. Volaban las acusaciones como si fueran rocas de onagro.

Una gruesa verdulera acusaba a Cikar Protal del asesinato, un vendedor de pescado visiblemente indignado insinuaba que la asesina era la señora Ven’turr. A veces las palabras se convertían en piedras de verdad, cabezas de pescado y fruta podrida.

A él le daba bastante igual quien hubiese matado a quien.

—Que se maten entre ellos.

Las calles en aquel momento estaban poco transitadas ya que la mayor parte de la clase baja de la ciudad trabajaba en las minas o en aquellas fábricas. Se veían mujeres, sirvientes domésticos y ancianos haciendo las compras, niños que jugaban o robaban (a veces sin saber diferenciar muy bien entre una cosa y otra), vendedores de todo tipo, esclavos que eran llevados a sus puestos. Algunos mercenarios transitaban tambaleantes las calles después de una noche de jarana, y se mezclaban, como el aceite con el agua, con extraños vocingleros rodeados de personas que escuchaban un discurso difícil de entender sobre la salvación del alma gracias a las estrellas.

Y, como no, estaban los guardias conduciendo grupos de condenados a su cita con la soga.

Solo por curiosidad, Helar miró entre los rostros llorosos, pero no encontró al albino.

—Mejor para él.

Dejó atrás a los condenados para dirigir sus pasos hacia la tienda donde recordaba haber visto una recia capa negra y unas botas de aspecto cómodo.

 

La capa le quedaba muy bien, y ocultaba perfectamente su espada, y las botas eran una auténtica gozada. Se había dejado un buen pico por ellas, el comerciante era perro viejo y muy duro a la hora de regatear, pero había contado con ello. Aún tenía algunas estrellas para gastar, de modo que decidió que comprar una hermosa peineta que había visto; se la podía regalar a Juleka, una de las cocineras de la posada, que era guapa y, por lo que sabía, doncella.

—Estaría bien.

Mientras fantaseaba con aquella idea un niño de no más de ocho años chocó contra él y luego salió corriendo hacia las callejuelas. Cuando se dio cuenta de que aquel pillo se había llevado las pocas estrellas que le quedaban, Helar le siguió. El pelo del mocoso era rojo como el fuego y verle no era difícil; eso sí, corría a una velocidad endiablada y le costaba alcanzarle. Las botas nuevas de pronto no le parecieron tan maravillosas.

Durante unos instantes, lo perdió entre aquel mar de carne y ruido, pero luego volvió a verlo con la vista hacia atrás y mascullando una maldición.

—Muy mal: además de ladrón malhablado.

Lo cierto es que disfrutaba con aquello, con la emoción, la suave lluvia en la piel y aquella sensación a acero al rojo en los pulmones. A su mente veían las tardes de día sagrado en los que la praesa le perseguía para instruirle, como se escondía en los tejados, como mejoraba día tras día hasta que dejó de atraparle y empezó a librarse de aquellas tediosas lecciones.

El ladrón cometió un error y se metió en un callejón sin salida. Sonriendo, le siguió. No sé percató de que no era el único que participaba en la persecución. Por ello no comprendió la mirada de terror que le lanzó cuando se encontraron cara a cara, cuando un muro derruido que hedía a orines había dado fin a la carrera.

—Venga, dame la bolsa y vete a casa. —Se acercó, lo cierto es que sonreía—. Es más, puedes quedarte con una estrella. —De cerca le podía contar las costillas. Sin duda era un asesino, pero no un monstruo.

Se echó a llorar y lanzó un grito de puro terror, luego se agarró a su pierna. Aquello lo confundió: no tenía sentido.

Un segundo después todo se aclaró. Cuatro guardias de la compañía del perro bloqueaban la entrada al callejón, y en las manos tenían gruesas porras de madera llenas de muescas y teñidas de rojo; también llevaban espadas cortas envainadas y pesados grilletes en el cinturón. El jefe de aquel grupo de matones dio un paso hacia delante. No tenía nariz.

—Coge todas tus monedas y vete de aquí, niño guapo. La justicia se va a encargar del niño.

Aquello no le gustaba un pelo.

—Dejadle ir; me devuelve mis estrellas y aquí no ha pasado nada. Que vuelva a su casa.

Se echaron a reír como hienas. Helar empezaba a imaginarse como acabaría aquello.

—No lo entiendes: ese monstruito ha robado en un mercado de Veraspada. —Sonreía mostrando sus negras encías. Evidentemente disfrutaba con lo que iría a continuación—. Eso es un delito que se castiga con la muerte, pero como aún no tiene pelo donde toca solamente le romperemos dos piernas y dos brazos. Es la ley.

—¡Es un mocoso!

—Por eso la ley es magnánima con él.

Los cinco empezaron a caminar adentrándose más y más en el callejón. El niño lloraba, sus ojos estaban rojos, temblaba de tal forma que parecía que iba a romperse. Maldiciéndose a sí mismo le indicó que se colocase detrás de él. Lo que pensaba hacer era su condena, pero permanecer a un lado no le dejaría vivir en paz el resto de sus días.

La decisión era fácil de tomar, las consecuencias difíciles de digerir.

Desenvainó su espada y sacó su daga de la bota mientras se encomendaba a la Señora del Otro Lado. Solo le pidió que fuese rápido y no doliese demasiado. Lo dudaba.

—No hagas ninguna estupidez: es solo un mocoso de la Escombrera. Si te gustan ahí los tienes por cientos —comenzó a reírse emitiendo un sonido asqueroso.

Estaba furioso y harto de aquella grotesca imitación de risa humana, de modo que la acalló clavándole la daga en el cuello, y con un rápido movimiento destrozó la tráquea. El ruido que emitió mientras moría era mucho menos desagradable. Luego se abalanzó contra los otros cinco mientras le gritaba al niño que desapareciese.

Su visión era roja, y en su mente solo existía la idea de llevarse algún matón más por delante. Justicia. Propinó un potentísimo rodillazo a uno de sus atacantes tras agarrarle la muñeca de su mano armada, quizás aquello no funcionase más. Justicia, aquella palabra resonaba en su cabeza.

Era solo un niño.

La broma terminó al poco de caer de rodillas y llorando aquel guardia. Le habían rodeado y comenzó a recibir fuertes porrazos por todo el cuerpo. Hirió de gravedad o mató, no le quedó claro ya que todo se volvió negro por los golpes, a otro matón justo cuando el niño desaparecía tras girar la esquina. En la oscuridad siguió lloviendo leñazos y el sabor de la sangre le acompañó en su pesadilla.

No lo mataron, había otros planes para él.

Imagen de Nachob
Nachob
Desconectado
Poblador desde: 26/01/2009
Puntos: 2197

El problema con los relatos por capitulos en internet es que tienen que funcionar como los antiguos folletines. Es decir, tienen que tener la entidad e interés suficiente para captar de por sí la atención de los lectores. Creo que no es bueno poner capítulos de transición, no al menos tan al principio. Este en concreto me ha parecido algo prescindible, sin que aporte mucho a la trama, aunque reconozco que me ha gustado la anécdota del personaje que muestra la existencia de humanidad en su interior, y también que no haya caido en el tópico que heroe gana siempre.

Aún así, aunque correctamente escrito, aporta poco a la historia y queda en mi opinión algo insulso (para este formato, al menos).

 OcioZero · Condiciones de uso