Una reflexión surgida de las brumas del sueño e inspirada, no tengo duda, por las novelas de Manel Loureiro. Hay quien dice que los zombis son los enemigos sin cerebro. A mí se me aparecieron, más bien, como un ecosistema hostil, como un sistema cerrado con sus propias inercias.
Esta noche he soñado con zombis. Esta noche, más bien, he soñado que estaba dentro de una historia de zombis. La perspectiva en primera persona me ha hecho levantarme con una extraña reflexión martilleándome el cráneo que no sé, lo reconozco, si sobrevivirá a las luces de la vigilia. En cualquier caso, nada se pierde por dejarla por escrito.
He oído en alguna conferencia y leído en algún foro que los zombis son un monstruo muy contemporáneo porque es un enemigo con el que no se puede razonar. A priori me parece una buena teoría, y confieso que, en muchos aspectos, no le veo fisuras. Para mí, no obstante, el zombi siempre ha sido la alienación de la sociedad llevada al extremo, y su plaga una extrapolación en la que unas personas siguen manteniendo la perspectiva y otras se han abandonado al consumo desenfrenado (de carne): ya no piensan, ya no necesitan más (demonios, están muertos), pero siguen avanzando implacables como heraldos de la sinrazón; de repente, tu vecino está en otra onda que, además, te resulta nociva. Me parecía una interpretación también muy contemporánea del tema y una explicación de por qué nos tocaba de un modo tan particular.
Me permito un inciso: no es que sea de quienes piensan que toda la literatura funciona en tanto que metáfora. Soy plenamente consciente de que, en primera instancia, las historias de zombis gustan porque tienen tensión, aventuras, desafíos y un largo y siniestro etcétera. No obstante, creo que sí que hay ecos que hacen que ciertos enfoques encajen más o menos con el lector, y de ahí viene lo de buscar filones subyacentes en los subgéneros: si en la época victoriana andaban locos explorando nuevos territorios, es normal que les inquietase el terror venido de oriente a corromper sus costumbres (Drácula); actualmente, pues zombis.
Y así volvemos a mi sueño peregrino de esta noche, donde los zombis no eran ni terroristas con los que no se puede razonar (el enemigo testarudo e irracional) ni consumidores desaforados (los alienados asimilados por una sociedad sin norte). Eran, simplemente, un ecosistema maligno.
Esta lectura (o visionado, porque era como una película) me ha resultado muy enriquecedora. En primer lugar, porque la inercia del sistema era muy interesante: los zombis se mueven en busca de carne y cerebros por la presencia humana. Es decir, el ser humano perturba el equilibrio del sistema generando con su visita el medio hostil; si no atravesara esa ciudad abandonada, el zombi se quedaría dando cabezazos contra una puerta. Es más, el propio ser humano es el que crea el entorno hostil a priori en la mayor parte de estas historias, generalmente desatando en el medio ambiente una sustancia artificial con la que destruye el equilibrio natural (y no es tan absurdo el concepto: tenemos el ejemplo de las mutaciones creadas por medicamentos vertidos en aguas fluviales).
El tema, como resulta obvio, es también muy propio de nuestros días: no sabemos convivir con el medioambiente y nosotros mismos lo degeneramos hasta que nos resulta nocivo. En el lote entran enfoques variados, desde las lluvias ácidas y los desiertos nucleares a las reacciones de una vengativa Madre Tierra (así, con mayúsculas) que anhelan los revanchistas. El enfoque zombi, no obstante, es particularmente sangrante, porque hace responsable directo al ser humano, quien además propaga la plaga (las palomas zombis de Zombie Island eran más kitch que efectivas), y porque, además, pone un rostro al fenómeno, lo humaniza para aumentar el horror. Es particularmente interesante ver que, además, se establece como presa natural del depredador de ultratumba el mismo ser humano: otros animales, dependiendo de las explicaciones del autor, quedan más o menos fuera de la ecuación.
Los paralelismos con un ecosistema herido no terminan ahí. Como en las historias de aventuras que se emplazaron en territorios hostiles o ignotos, como En el país de las pieles, de Julio Verne, en las historias de zombis redescubrimos la importancia de los recursos "naturales", que entrecomillo porque en un mundo que se ha ido al garete, donde los urbanitas vuelven a la tierra y las ciudades en ruinas son los nuevos páramos, "natural" engloba las latas de conserva, la gasolina de los depósitos, los medicamentos ya fabricados, etc. Son narraciones en las que, de nuevo, el consumista se responsabiliza. De acuerdo que no con una mentalidad ecologista -la inercia del sistema, con la desaparición de la mayor parte de la gente y la transformación de los ausentes en zombis, está totalmente desquiciada-, sino con una utilitarista, pero no deja de ser cierto que obliga a que el ciudadano de a pie se responsabilice y apechugue con las consecuencias y los "pecados" de su civilización. Son historias que hablan más de sostenibilidad que de fuentes renovables, pero es imposible no prestar atención a este detalle cuando, con la sobreproducción que vivimos, sería plausible, al menos a corto plazo, que se estableciera un sistema de carroñeros más que de pioneros colonos.
Sí, lo sé, es una reflexión bastante peregrina, y, como digo, soy plenamente consciente de que la literatura no funciona por lecturas subyacentes ni por profundidades metafóricas. Pero si esa impresión de que hay ciertos ecos que tocan al lector por sus circunstancias y filosofía tiene algo de cierto, creo que la racionalización de los zombis como un ecosistema herido -y hostil- no es absurda en absoluto, sino más inquietante y, en definitiva, un reflejo de una de las inquietudes de nuestro tiempo.
Interesante reflexión Patapalo, muy interesante. Yo en mi GDM trato al zombi no como un cuerpo que sólo se mueve a impulsos del hambre, sino como un ser que siente y padece, que recuerda vagamente cosas y que lucha contra su destino.
Utilizo el tema para hablar del temor de los humanos a lo diferente, ya sea unos zomnis o los inmigrantes, los indios de las películas del Oeste o los marcianos de Ray Bradbury.
No sé si me he explicado correctamente.
"LA GUERRA DE LA DOBLE MUERTE" ha sido publicada por Almuzara: http://www.editorialalmuzara.com/editorial.php?idioma=1&a