El cazador

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Un relato de Gandalf

El cazador miró detenidamente el camino que se adentraba en la espesura del bosque. Un poco más lejos, el camino desaparecía entre una espesa niebla. Detrás de él, los ansiosos aldeanos observaban con ojos aterrados tanto a la floresta como al hombre de hombros anchos que sostenía un rifle con ambas manos. Roberto García, el cazador, miró a los campesinos y esbozó una sonrisa casi imperceptible bajo su espesa barba. Vestía una raída chaqueta de lana, y dos tiras de cuero, una que partía del hombro derecho y la otra del izquierdo, se encontraban en el pecho. Tenían unos orificios por los que sobresalían el cilindro de plástico rojo de los cartuchos de la escopeta. Su atuendo estaba completo con unos pantalones de cuero marrón y unas gruesas botas de piel. Pero más que su aspecto, lo que asustaba a los aldeanos era el cruel y colérico carácter de Roberto.

El cazador no era una buena persona. Para él, todos eran una molestia, tanto hombres como animales. Lo único con lo que parecía disfrutar era con la caza, y tan sólo porque le daba la oportunidad de liquidar algunos cuantos animales. Pero los campesinos no tenían más remedio que servirse de las habilidades de Roberto. Había algo maligno en aquel bosque que todos observaban. Todo el que se llegaba a adentrar entre la espesa niebla, que jamás desaparecía, no volvía nunca. Desde entonces, corría el rumor de que algún tipo de bestia habitaba entre la floresta. Varios cazadores habían sido contratados para acabar con la amenaza, pero ninguno había regresado. Entonces, un día llegó Roberto y se ofreció a matar a la bestia. Aunque su precio era desorbitado, la fama de sus habilidades como cazador le precedían, así que el alcalde accedió. Mientras miraba hacia atrás, Roberto se cruzó con los ojos del regidor y le dijo torciendo un labio:

—Ve preparando el dinero, viejo. En seguida te traigo la cabeza de la bestia y se adentró entre la niebla del bosque.

Su primera sensación al atravesar la neblina fue frío. Notaba en la piel de la cara y de las manos la humedad propia de la bruma. Casi a ciegas, avanzó por el camino que discurría entre árboles y arbustos de toda clase. Tuvo que agudizar todos sus sentidos para no salirse de la pista ni desorientarse. Por lo demás, todo parecía normal. Podía oír el irritante canto de los pájaros y la brisa sobre las hojas de los árboles. Las pisadas de sus botas sobre el camino de tierra también hacían el ruido habitual. Definitivamente, se trataba de un bosque como cualquier otro. Esto decepcionó un poco a Roberto. Había oído hablar tanto de aquel lugar que esperaba encontrarse con una arboleda oscura y siniestra, como las que salían en las historias de terror que leía de niño. Pronto desechó estos pensamientos y, tras coger dos cartuchos de las tiras de cuero de su torso, cargó el rifle. Había empezado a acostumbrarse a la densidad de la niebla, así que apuró el paso. Con rápidos y profesionales movimientos de los ojos, buscaba a los lados del camino algún rastro o pista de la criatura que habitaba esas tierras. No encontró nada, así que siguió caminando.

De pronto, los rayos del sol incidieron directamente en sus ojos. Se había acostumbrado tanto a aquella niebla tan espesa que le cegaron con intensidad. Cerró los ojos con fuerza y se pasó por ellos una de sus manazas. Cuando los abrió, al principio sólo fue capaz de ver una gran mancha de luz blanca. A medida que pasaba el tiempo, fue recuperando la visión y la luz blanca disminuyó hasta desaparecer. Volvió la cabeza y descubrió que había dejado la bruma atrás. Ante él se extendía el bosque en todo su esplendor, iluminado por el astro rey. Los colores de la hierba y de los árboles eran ya perfectamente discernibles, y la imagen de un bosque oscuro y tétrico se alejó aún más. Aquel parecía un lugar de ensueño, una preciosa floresta donde nada malo podría habitar. Si en aquel momento hubiera surgido Bambi de entre los árboles y se hubiera plantado delante de él, no le hubiera sorprendido en absoluto. Tampoco encontró por allí rastro alguno de la bestia, y eso sí que le habría sorprendido.

Se pasó todo el día buscando algo sobre el monstruo, pero parecía que la suerte no estaba con él, así que, cuando vio que el sol empezaba a ocultarse, decidió hacer un alto para pasar la noche. Hizo un fuego con la leña que había estado recogiendo en el camino, cenó algo de las provisiones que llevaba en sus alforjas y se dispuso a dormir. Pero, con la llegada del crepúsculo, toda la belleza y tranquilidad del bosque desaparecieron. La oscuridad, sólo iluminada en parte por la tenue luz de la hoguera, daba un aspecto sobrecogedor a los ensombrecidos troncos de los árboles. El ulular de los búhos no ayudaba a mejorar el panorama, pero lo peor de todo eran los chirridos de los árboles. Durante toda la noche, Roberto podía oír a los troncos crujir y chirriar, a pesar de que no corría ni una suave brisa. Por primera vez en mucho tiempo tuvo miedo, pero lo que más le irritaba era no saber a qué tenía miedo. Cuando al fin consiguió quedarse dormido, cogió un sueño intranquilo.

Se despertó con las primeras luces de la mañana. Cansado y ojeroso, se obligó a enderezarse y recoger sus cosas. Bostezó con fuerza mientras agarraba el rifle y seguía caminando por el sendero. Los pájaros cantaban de nuevo y los árboles habían enmudecido, y otra vez el bosque parecía un paraíso. Distraídamente, cogió la cantimplora que llevaba colgada al cinto y bebió un poco de agua. Hacía mucho calor, que chocaba con el frío que había pasado durante la noche. Mientras estaba al acecho por si se encontraba con la bestia, tenía que secarse continuamente el sudor de la frente. Resoplando avanzó unos metros más, pero finalmente acabó recostándose contra el tronco de un árbol para recuperar el aliento. Entre el sueño y el calor acabó por sentirse fatigado. Se sentó junto al árbol y cerró los ojos. Pocas veces se había sentido tan cansado como en aquel lugar, aunque tenía bastante claro que todo era causado por haber dormido poco. Poco a poco, el sueño fue venciendo y al final acabó por entregarse a los brazos de Morfeo.

Se despertó a medianoche, sin saber muy bien dónde se encontraba. Cuando al final se dio cuenta, dio un respingo y se levantó de un salto. La oscuridad de la noche había hecho su entrada de nuevo, y con ella llegaron el ulular de los búhos y los crujidos de los troncos. Agarró la escopeta y la apretó contra el pecho. Notaba el corazón en un puño. Aquel era un bosque muy raro. ¿Por qué los troncos crujían y chirriaban de noche y callaban de día? Entonces, se le ocurrió una idea. Seguramente, el monstruo que perseguía era un animal de hábitos nocturnos. Era posible que los troncos crujiesen porque la criatura pasaba entre ellos. Se dio un poco de tiempo para habituarse a la oscuridad imperante y se puso en marcha.

A pesar del frío y de la oscuridad, Roberto se movía por el bosque con presteza y confianza. Estaba acostumbrado a trabajar en penumbras, y aprovechaba la poca luz que le daban las estrellas para estudiar el camino y la vegetación circundante. Sin embargo, todas sus búsquedas parecían infructuosas. No era capaz de encontrar un sólo rastro de la bestia. Empezaba a creer que lo del monstruo era una patraña. Entonces, ¿por qué habían desaparecido tantos experimentados cazadores entre la vegetación de aquel bosque? Algo tenía que haber allí, eso era cierto. De pronto, se sintió tremendamente sediento. Cogió la cantimplora y bebió. Prácticamente estaba vacía, así que volvió a guardarla, vociferando y lanzando tremendos juramentos. Un suave murmullo llamó su atención, por lo que dejó de lado su mal humor y se detuvo para escuchar. Le sonó como el rumor de una corriente de agua. En seguida comprendió que no estaba lejos de un río, entonces dejó el camino y se internó entre la maleza. Mientras corría hacia la fuente del sonido, esquivaba con profesionalidad los arbustos y los troncos. Al final llegó hasta la orilla de un ancho río. El cazador se abalanzó sobre el agua y bebió haciendo un cuenco con las manos y llevándoselo a los labios. Estaba fresca y deliciosa, nunca le había sabido tan bien. Llenó su cantimplora y decidió pasar allí la noche. Antes de irse a dormir, encendió un fuego, sin fijarse en el cuerpo que yacía a escasos metros de él.

A la mañana siguiente se levantó temprano. Todavía estaba de mal humor, pero el hallazgo del río lo había mejorado levemente. Apagó la hoguera con un poco de agua y se dispuso a recoger sus cosas. Al darse la vuelta para coger el rifle, que tenía apoyado contra un árbol cercano, lo vio. A poca distancia de donde se encontraba, yacía el cuerpo sin vida de un hombre. Con paso dubitativo, se acercó al cadáver. Al parecer, llevaba algún tiempo muerto, en vista a su avanzado estado de descomposición. No sentía ningún tipo de compasión por aquel hombre, sino más bien todo lo contrario, pero era necesario descubrir lo que había ocurrido. Vestía unas descoloridas ropas de camuflaje, la chaqueta con manchas de sangre reseca. Esto y el hecho de que sujetaba un rifle, le confirmaron que se trataba de un cazador. El cuerpo estaba sentado, con la espalda apoyada contra una roca. Tenía un agujero en su frente descarnada, y por la posición de la escopeta y la forma en que la agarraba con sus manos muertas, Roberto comprendió que se había suicidado. Sin el menor escrúpulo, registro las ropas del cadáver, pero no encontró balas para la escopeta, por lo que perdió el interés y se alejó de la orilla.

Mientras se dirigía hacia el camino aprovechó para comer algo de las provisiones. Se lo pensó mejor y acabó por comérselas todas. No sabía por qué, pero se sentía más animado. Empezó a silbar una vieja melodía, al tiempo que buscaba el sendero con los ojos. No lo vio, pero eso no empeoró su buen humor. Cuando corrió hacia el río había ido muy rápido, era muy posible que el camino estuviese algo más adelante. De lo que sí que estaba seguro era de la dirección que había tomado, con lo cual marchó hacia delante. Pero pasaba el tiempo y seguía sin aparecer el pequeño sendero de tierra que había estado siguiendo. Su buen humor se tornó en cólera. Cambió la cancioncilla por gritos y blasfemias. Era incapaz de admitir que se había perdido. Era un cazador demasiado experimentado como para perderse. Sólo se extraviaban los novatos, eso no iba con él.

—Venga, Roberto se dijo cuando se hubo calmado un poco, tranquilízate. A todos nos llega una primera vez. No es culpa tuya, los ruidos de los árboles te han desorientado. Ahora pensemos con lógica, estabas caminando hacia el oeste, así que si vamos hacia el este saldremos de este bosque, y empezaremos la cacería desde el principio.

En seguida se puso en marcha. Más tranquilo, en parte debido a tener el estómago lleno, cargó con el rifle y avanzó entre la espesa vegetación. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo enmarañado que era el bosque. Tampoco le importaba que se hubiese quedado sin provisiones. Él era un experimentado cazador, y no tendría ningún problema es conseguir carne. A media tarde, detuvo la marcha y se dispuso a conseguir algo para la cena. Cazó dos pequeños conejos, que asó con la fogata que encendió al anochecer. Los comió con avidez y después se fue a dormir. Aquella vez llegó pronto el sueño. Los tétricos ruidos nocturnos ya no le afectaban, así que descansó perfectamente durante toda la noche. Por la mañana continuó merodeando entre la floresta, siempre hacia el este. Seguía de buen humor y volvía a entonar la melodía del día anterior. Pero, a medida que pasaban las horas y no tenía noticias de los lindes del bosque, llegó otra vez la cólera. Al paso que iba, ya tenía que divisar la niebla perpetua de la zona de la arboleda que limitaba con el pueblo. No tenía sentido. Era tiempo suficiente para que hubiera llegado a los términos de la fraga. Se pellizcó la mejilla para comprobar que no estaba soñando. Se sentía como en una terrible pesadilla de la que no podía despertar.

Estaba a punto de lanzar un terrible alarido de impotencia, cuando oyó unos pasos a su espalda. Se dio la vuelta, lentamente y con un miedo terrible a encontrarse cara a cara con la terrible bestia de cuya existencia había empezado a dudar. Pero lo que vio se lo esperaba aún menos. Un anciano, vestido con ropas descoloridas y rotas, avanzaba hacia él, lentamente pero con decisión. No podía decir la edad que tenía, lo único que sabía es que parecía extremadamente viejo. Sus barbas y cabellos grisáceos le llegaban a la cintura, y en sus ojos se leía cansancio y dolor, mucho dolor. Cuando se acercó lo suficiente, dijo con voz cascada y triste:

—¿Otro cazador? Más te valdría haberte quedado en casa, lo de este bosque no se soluciona con una escopeta. Lo de este bosque no tiene solución, jamás debiste haber entrado aquí, ahora ya estás perdido, como lo estoy yo.

—No digas sandeces, viejo dijo Roberto de malos modos. Sólo estoy un poco desorientado, no tardaré en encontrar el camino correcto.

—Pobre necio replicó el anciano tras soltar una carcajada débil. Todos pensábamos lo mismo, pero después de todos estos años, incluso yo ya he perdido la esperanza. No es cuestión de orientarse, este bosque parece no tener fin.

—¿Años? inquirió el cazador. ¿Cuándo tiempo llevas aquí?

—¿En qué año estamos? preguntó inmediatamente el anciano.

Roberto se quedó atónito. ¿Tanto tiempo llevaba aquel vejestorio perdido en aquel lugar que había perdido la cuenta de los años que habían pasado?

—2010 respondió finalmente.

—Eso hace un total de 95 años.

—¿Cómo dices? gritó Roberto. ¿Me quieres hacer creer que llegaste aquí en 1915? ¿Cuántos años tenías entonces?

—Tenía 20 años respondió el anciano. Estaba jugando con mi sobrino a la pelota, y ésta cayó en este bosque y atravesó la niebla. Yo sabía lo de las leyendas sobre este bosque, pero no creí que por entrar un momento en la niebla y coger la pelota fuese a pasar nada. ¡Qué equivocado estaba! Juro que entré en la niebla y me di la vuelta al instante, pero la salida ya no existía. Hazme caso, estamos atrapados aquí para siempre. Sé inteligente como los otros cazadores y usa esa escopeta contigo mismo.

—¿Estás loco? aulló Roberto. ¿Crees que me voy a creer todas esas patrañas? Esas no son más que las alucinaciones de un viejo chocho. Apártate de mi camino, viejo.

El cazador empujó al hombre, casi haciéndole caer, y se alejó dando zancadas. No le gustaba la gente, pero menos aún las tonterías de los viejos chochos. Estaba claro que aquel anciano estaba loco. Su historia no tenía ningún sentido, la salida del bosque no podía desaparecer así como así. Sólo tenía que orientarse un poco y saldría de aquel lugar infernal. Se había perdido en lugares peores que aquel. Ya admitía que se había extraviado, pero eso era algo fácil de remediar. Si esperaba a la noche podía guiarse por la estrella polar. Mientras esperaba, cazó dos piezas más para cenar y las asó al espeto. Las comió poco antes del ocaso y se quedó mirando el cielo. Cuando éste se oscureció y se llenó de brillantes estrellas, no tardó en localizar la Estrella Polar, e inmediatamente supo hacia dónde tenía que ir. Se puso en marcha en seguida. Aunque no estaba tan furioso como antes, no tenía el suficiente humor como para silbar la melodía de antes. Pronto olvidó el desafortunado encuentro con el anciano, y caminó despreocupadamente entre la flora enmarañada del bosque. Los búhos baladraban y los troncos de los árboles rechinaban, pero eso ya no le importaba.

Caminó durante toda la noche, pero sus pasos no le llevaban a ningún sitio. Era como si estuviese caminando en círculos, y esto enfurecía tremendamente a Roberto. Se sentía impotente y cansado. Dio por finalizada la marcha para dormir un rato. Vería las cosas desde otro prisma cuando despertase. Pero el día siguiente fue tan infructuoso como el anterior, el siguiente más, y el otro más. A media que los días pasaban, tanto sus fuerzas como sus balas se iban agotando. Y llegó un día en que únicamente le quedaba un cartucho. Lo sostuvo un momento con dos dedos, y luego lo guardó en un bolsillo. Había perdido la cuenta del tiempo que había pasado en el bosque, pero no se daría por vencido tan fácilmente. Apuró el paso, casi desesperadamente, sin saber muy bien a dónde dirigirse. Su caminar confiado se había convertido en un atormentado deambular. Se sentía cada vez más desmoralizado. Al final llegó al río que había encontrado el segundo día de su estancia en la floresta. Se sentó junto a la orilla y cerró los ojos. La depresión había hecho mella en él, y sentía que las lágrimas pugnaban por salir. Miró hacia una lado y se topó de nuevo con el cadáver del cazador. Se levantó y acercó al cuerpo. Aquélla vez sintió pena por aquel hombre. No sabía quién era, pero sabía exactamente por lo que había pasado. Cogió la bala del bolsillo y la estudió minuciosamente. La introdujo pensativamente en el rifle y lo cerró. Antes de meterse los cañones en la boca y apretar el gatillo, Roberto García comprendió la verdad sobre aquel bosque. La gente no desaparecía porque hubiese una horrible bestia que devorase a todo aquel que se internase en la fraga. Era el propio bosque el que no permitía escapar a nadie. Ahora entendía los crujidos de los troncos de los árboles. ¡Era el bosque en pleno movimiento! El bosque estaba vivo, y no permitiría que nadie escapase de sus redes.

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Nachob
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Es curioso lo que me pasa con tus escritos. Este es un buen ejemplo. A fuer de ser sincero, si lo analizo en distancia no está mal escrito, y la historia en sí está bien (aunque la ambientación moderna en el 2010 no me casa para un relato tan clásico, faltarían elementos hoy en día comunes como el gps, el movil, y la guardia civil investigando una desaparición XD).

Pero al leerlo tengo la sensación de que es muy plana, que no lleva bien el ritmo, de modo que describes muchas cosas en mi opinión innecesarias para la trama, te extiendes mucho en su primera parte y luego el final es demasiado abrupto. Es como cuando ves una película que por partes está bien, pero que al unirse no acaba de ensamblar.

Creo que en los relatos, dado que su tamaño es su principal característica, hay que tener especial cuidado tanto en no pasarse como no quedarse corto. En este caso, empiezas con mucho detalle, y tal vez se extienda más de lo necesario, mientras que por otro lado, hablas poco del otro protagonista, el bosque, revelando su final demasiado rápido y expositivo.

Es solo una opinión, espero que te sirva de algo, aunque sólo sea para desecharla.

 

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