El cementerio de la miseria
Reseña de la novela de Silvia Ibáñez Cambra publicada por Grupo Ajec
Leer una obra con intención de reseñarla siempre tiene sus riesgos. ¿Si no me gusta? ¿Si traspasa el umbral de la imperfección, el límite que el propio lector se impone para catalogarla de aburrida, carente del más mínimo interés o simplemente mal escrita? La cosa cambia cuando uno tiene la novela de Silvia Ibáñez en sus manos y empieza a leer textualmente por la primera de sus cuatrocientas veinte páginas: “El resumen que nos envía el autor en francés, empieza contando que los hechos escritos en este libro han ocurrido realmente. Parece ser que es un investigador, inspector, periodista o algo así pues da datos, por lo que he leído en el resumen, bastante concretos. Explica que lo ocurrido tuvo lugar en Zaragoza y parece que la historia abarca una década entera… Como sabes, yo no tengo idea del castellano, así que me gustaría que leyeses el libro, para ver si el resumen coincide con la historia y si te parece buena, podrías traducirla para publicarla en formato libro…”
El cementerio de la miseria forma parte de una trilogía que la autora aragonesa inicia con El cementerio de los reflejos y ve la luz en este mes de abril con todas las perspectivas de éxito. Escrita en primera persona, como la anterior, aborda con la exquisitez y elegancia que ya caracterizan a Silvia los avatares de la vida de Christophe Maestre. Se trata de un joven escritor que, apasionado por la lectura desde niño, se ve atormentado en su última etapa por la muerte de su esposa, Evangeline, razón de peso por la que esquiva los consejos de familiares y amigos y busca un refugio fácil y cómodo en la bebida. Sin embargo, parece que los planetas se alinean y su amargura se ve impregnada de cierto interés cuando, procedente de Zaragoza, llega un extraño manuscrito a la editorial en la que trabaja escribiendo relatos. Dicho y hecho. Su redactor jefe, en un significativo gesto de generosidad para que el joven aparte la botella de su vida, lo envía a esa ciudad a investigar si lo relatado en el borrador se corresponde con la realidad o si por el contrario es pura fantasía del autor. Es entonces cuando la trama cobra toda la fuerza que la novela necesita y que la autora solventa con una pulcritud y un estilo dignos de encomio en cada uno de sus capítulos. Se supera a sí misma, y lo digo con conocimiento de causa, después de haber leído varias de sus obras. Christophe se ve envuelto en una tremenda aventura originada por la codicia que rodea a la alta sociedad zaragozana y, absorbido por una vorágine de sucesos confusos y escandalosos en extremo, se adentra en terrenos donde el hombre pierde la condición de ser humano.
El resto de personajes a destacar a lo largo de la obra son Thomas Fiers, director de la editorial en la que Cristo se inicia como escritor, un hombre afable y siempre dispuesto a ofrecer al protagonista el afecto y el apoyo que cualquier persona se merece y que su propio padre le niega. Sophy, su hija, una chica alocada por naturaleza, pero tierna y comprensiva cuando la ocasión lo requiere, que no oculta su pretensión de mantener un romance con el protagonista. Evangeline, la esposa de Christophe, como ya he dicho unas líneas más arriba, fallecida en la iglesia el mismo día de su boda. Lorik, Adam y Kylian son los amigos de Cristo, y aunque algunos lo son más que otros, habrá de ser el primero de ellos el que le profese más respeto y admiración. Donato Dicastillo es un sujeto que aunque se camufla con hipocresía tras un velo de compostura y elegancia, la avaricia lo hace capaz de llegar a realizar actos perversos e ignominiosos, como demostrará a lo largo de la obra. Isabel Andrés, su esposa, es una joven inocente y mal avenida, víctima junto con Abril, su hija, de las malas artes de su marido. Isaías Griján y Félix Carballal, sacerdote y médico respectivamente, amigos de Donato desde sus tiempos de estudiantes, representan la depravación y la crueldad en su máxima expresión. Son ingredientes básicos que se mezclan en una salsa donde el potencial de las especias crea una maquinaria a punto de estallar. Otros personajes que merecen ser nombrados son Fátima Abad y su hija, Pilar, que van tomando relevancia a medida que la novela avanza, y Josua que junto a Gerardo, su padre, adquiere cierta importancia en determinado punto de la trama. Son personajes estudiados con detalle y cada uno ocupa el lugar que le corresponde en el momento que le corresponde, formando una estructura a primera vista compleja –precisamente es ése el principal atractivo de la obra- que, sin embargo, no deja ni un cabo suelto al final.
Silvia Ibáñez es siempre Silvia Ibáñez, es decir, muestra su carácter de escritora consagrada y segura de lo que cuenta, pero me atrevería a decir que es en los relatos retrospectivos –que tanta rapidez y energía dan a sus novelas- cuando la encontramos más auténtica y profunda. Es en ellos donde hace uso de toda su pericia para escribir uno de esos libros que recordaremos con cariño el resto de nuestros días, que contiene los elementos necesarios para persuadir a un lector muy exigente y ávido de intriga y acción. En definitiva, sus páginas rebosan una vida y un movimiento feroces, que difícilmente se encuentran en otros autores de nuestra época, y deslizarse por ellas conlleva una lectura continuada y atropellada, debido a la agilidad de su estilo, la construcción de sus frases y, sobre todo, su argumento, que enriquece cada página de la obra con sus constantes idas y venidas. Eso sí, hay que leerlo con los ojos muy abiertos desde el principio. Sus escenarios son variados y bien ambientados, alimentados por la constancia y la disciplina que la joven autora se impone a sí misma, y pueden ir desde la casa desordenada y dejada de un escritor que no se preocupa de sí mismo hasta la mansión de una de las familias más acaudaladas de Zaragoza, pasando por una estación de ferrocarriles, una cabaña perdida en un bosque del Pirineo o un bar donde desahogarse con una botella.
Los diálogos son justos y muy estudiados, ni se exceden ni se quedan cortos, y las descripciones son concretas y gozan de una riqueza que no necesita de largas parrafadas para cobrar la chispa de magia que Silvia pretende transmitir en el texto. Es de destacar el fino humor con que el protagonista se enfrenta a las situaciones, sobre todo en sus respuestas irónicas, a veces mordaces. Hay que advertir que al formar parte de una trilogía y tener un título donde la palabra “cementerio” se repite, el lector podría confundirse y pensar que es más de lo mismo. Nada más lejos de la realidad. La autora dota al Cementerio de la miseria de un fuerte carácter que nada tiene que ver con su anterior obra. La historia se desarrolla entre París, Zaragoza y una aldea del Pirineo llamada Cuatro Valles. Como lector, no puedo dejar de decir que me ha llamado la atención la cita de varios personajes de su primera novela, como son Bruno Sanpedro, Emilio, que regenta el bar del mismo nombre, Susana, su esposa, o Ángel Tomás.
En cuanto a la estructura, es importante resaltar que consta de cinco partes y un epílogo, en las que Silvia va contando las cosas a retales, es decir, a modo de ejemplo, igual se arranca con un capítulo dedicado a 1950, que sería la última etapa que relata, que continúa con otro en el que narra hechos acaecidos tiempo atrás, cuando conoce a Evangeline. Incluso nos habla de la infancia del protagonista, en los años treinta, al coincidir con sus amigos en el colegio. En la primera parte, “1950”, la autora plantea unos sucesos de la vida de Christophe y de cuantos lo rodean y describe con la intuición de una escritora cultivada los escenarios en los que se ha de situar la obra. En la segunda, “1950-1918”, se inicia la incansable investigación que Cristo lleva a cabo durante su viaje a Zaragoza. Comienza, podríamos decir, la enjundia de la novela. Sin desperdicio. Es en esta parte cuando Donato, Isaías, Félix y la anciana encargada de la cabaña de la aldea van desgranando distintas versiones de los hechos que motivaron la escritura del manuscrito, unas versiones que el protagonista se encargará de contrastar para sacar sus propias conclusiones. El nacimiento de Abril se cuenta con una intensidad aplastante, y la historia de la anciana, que para hacer justicia habría que decir que pide a voces una lectura atenta e ininterrumpida desde el primer párrafo, es densa en cuanto a la información que el lector obtiene de ella y trepidante respecto a lo que cuenta. No se puede pedir más. Cada narración va aportando nuevos datos que Cristo aprovecha para ir desenredando la trama. La de Isaías imprime un ambiente tétrico y espectacular que Silvia se encarga de complementar a la perfección con la de Félix, desgarradora y tremendamente explícita. En la tercera parte, “1950-1951”, es un mendigo quien cuenta la oscura experiencia vivida junto al sacerdote, tomando el relevo en la cuarta, “1951-1918”, Santiago Morata Blanca, inspector de policía que hubiera de llevar en su día el caso de la esposa de Donato Dicastillo y su familia. Su historia aclara no pocos enigmas. En la quinta, “1902-1951”, le toca a Fátima desenlazar con un relato demoledor una obra admirable en su conjunto, y el epílogo, que habla de futuro y esperanza, mantiene el tono cultivado durante el resto de la obra.
Puedo decir, y estoy convencido de ello, que El cementerio de la miseria es una gran obra para leer una y otra vez, llena de unos matices tan especiales y enriquecedores que, lejos de pasarlos por alto, sitúan al lector directamente en los escenarios creados por Silvia, sin duda una de las grandes escritoras de nuestros días.
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