Soy nueva en esta página y esta es mi primera aportación al foro. Se trata del último relato que he escrito. No responde a ningún reto ni nada, pero me apetecía compartirlo :D.
Un saludo a todos!!
LA GITANA
Las gentes de Norteña me llaman diablo. Hace solo unos días que llegué y ya ha corrido la voz de que soy el contrabandista más fiero del lugar. No les falta razón, pero ni el más taimado de los forajidos puede trabajar solo. Por eso, he pasado las últimas semanas buscando mano de obra en la taberna del puerto. Todo vale en este pueblo: ladrones, asesinos, piratas, malhechores. La pobreza los crió y ellos se juntaron en “La Sirena ensartada”, aunque dudo mucho que alguno de ellos sea adecuado para mí.
El infierno del contrabando no es cosa de risa, aunque el vaivén de las caderas de la gitana que baila en la taberna tampoco. La verdadera sirena ensartada. Por algo es la esposa del dueño de ese tugurio. Una diosa en un mar de almas sucias. Gracias a ella, este embarcadero de ratas y podredumbre es un poco más soportable.
Pero no hay mucho donde elegir. Las gentes de Norteña roban para comer, matan por un plato caliente y un vaso de vino, pero no tienen madera de asesinos. Lo hacen por dinero, no por placer. Les falta sangre fría y les sobran escrúpulos para formar parte de ese infierno de contrabando. Se mueven por impulsos y me dejarían tirado a la mínima de cambio.
Solo tengo que pasear por sus mesas para calar cada una de sus almas sucias. Ninguno de ellos es mucho más profundo que el gordo tabernero. Me basta con mirarles a los ojos y leer en su mente. En la de la esa vieja que se quita años con una dentadura postiza y un marido joven que hurga en su cartera cuando nadie le ve. La de ese pequeño que extiende una mano de dedos sucios y un bote de metal con tres monedas mientras su hermano mete mano en el bolso de los más crédulos. Almas sucias.
Aspiro una bocanada de humo. La gitana se bambolea una noche más, antes de que ese tabernero barrigudo intente endosarme una cerveza de Malta en lugar de mi habitual aguardiente.
-¡Tabernero!- mi voz grave, ronca precede un sonido de cristales rotos. La mesa de madera reposa en el suelo. – Esto no es lo que he pedido.- le susurro al oído mientras se agacha a recoger el estropicio. La gitana le mira, me mira. Contonea la cintura y estira un brazo lleno de pulseras brillantes y una alianza dorada que le aprieta demasiado el dedo. A la señal, las guitarras flamencas vuelven a tocar como si nada. Parece que sus ojos negros son más oscuros que otros días. Creo que el espectáculo le divierte.
El tabernero se levanta del suelo y se cruza entre nuestras miradas. Se muerde la comisura de los labios con dientes negros y gruñe como un perro.
– Es la tercera jarra en un mes.- Pronto empezará a babear, pero no será en el cuello de mi camisa. Me aparto sin quitarle la vista de encima.
– Esto no es lo que he pedido, viejo.
– El aguardiente es demasiado caro para estos tiempos. Tendrás que conformarte con la cerveza o buscarte otro nido de víboras para formar equipo.- Le miro más profundo y se aparta.
– He dicho que quiero un vaso de aguardiente de esa botella que guardas debajo de la barra. Ahora.- Solo un gesto, mi mano se acerca al bulto que sobresale del bolsillo de mi chaqueta. Mis dedos se cierran en torno al cañón que apunta al viejo. El tabernero cierra los puños me da la espalda y se aleja. Alma débil.
Al cabo de un rato vuelve con un vaso sucio rebosante de licor. Me lo pone delante de la cara y se mancha los dedos cuando lo coloca de un golpe en mi mesa.
- Es la última vez, miserable. Esta botella es solo mía.- me increpa. Le agarro del brazo antes de que se vaya.
- Cuídate mucho de mí, viejo. El día menos pensado te toparás conmigo en el callejón más oscuro de este pútrido pueblo y no habrá víbora que te defienda.- Mi aliento de aguardiente se derrama en su rostro mientras mis dedos se aferran al arma que espera en mi bolsillo.
La gitana baja del escenario y se acerca a su marido. Le roza la barbilla con sus uñas puntiagudas y me mira traviesa. Las guitarras españolas la acompañan desde el escenario. Entona canciones del amor y del abismo con su voz de sirena ensartada. Asoma una pierna morena entre los pliegues de la falda y se desliza la blusa a la altura del hombro. Mis labios no lo pueden evitar y se abren en una sonrisa turbia. A este paso, pronto seré más baboso que ese perro tabernero. La gitana se inclina hasta rozarme con el escote de esa blusa.
- Diablo.- me dice al oído antes de pasar la mano por los cabellos ralos de su marido y volver a sus tonadas de mujeres hermosas y hombres condenados de amor.
- Es solo mía- repite el tabernero en un intento de advertencia.- Solo mía.- me dice dándome la espalda. Ni puede apartar la vista de ella ni soporta mirarme a la cara. Mis dedos abandonan el arma en el fondo de la chaqueta. El viejo no lo merece. Ese cadáver zafio y vulgar a mis pies ensuciaría mi reputación.
Ya es casi medianoche y aquí no hay ni un alma. Solo quedan unos cuantos corsarios. Entran pisando con patas de palo y matan para rendir pleitesía al rey y embolsarse, con suerte, dos o tres monedas de oro. Ninguno es lo bastante bueno para llevármelo conmigo, ni siquiera el mercenario que comparte cerveza con su próxima víctima. La pobreza los crió. Almas sucias, débiles.
Ya es más de medianoche. Ya no suenan las guitarras. La gitana se cubre con un chal de lentejuelas y baja del escenario. Al pie de la tarima la espera su perro guardián. Él me mira por encima del hombro y aprieta fuerte el brazo moreno de la sirena. Seguro que está pensando que el aguardiente, como las otras cosas buenas de la vida, es solo para él. No temas, perro viejo, que aunque ellos son demasiado malos la diosa es demasiado buena para venir conmigo. A pesar de que clave su mirada negra en mi corazón negro y se agite para escapar del abrazo del tabernero.
No puedes venir conmigo, gitana, no sabes lo que es vivir en el infierno. Me mira y la miro por última vez. Hasta mañana, pequeña. Su cola de pez intenta escurrirse del anzuelo que la ensarta antes de perderse en la noche. Después, el brillo dorado de su alianza se apaga en la oscuridad.
Aspiro una bocanada de humo en la esquina del callejón. Me miro las manos negras, sucias de hollín, ascuas, carbón, qué sé yo. Aspiro otra bocanada de humo mientras las almas perdidas de Norteña descansan. Cuanto antes salga el sol, antes volverá a caer.
Me apoyo en la esquina del callejón y los minutos se deslizan hasta el crepúsculo. La gitana se bambolea una noche más. Esta noche viste de negro. El escenario se llena otra vez de acordes flamencos y canciones del averno. El brillo de la alianza llega hasta mi mesa. Y es lo único, porque esta noche ni la cerveza ni el aguardiente ni el tabernero han hecho acto de presencia.
Me mira y la miro desde la tarima. Pero con aguardiente o sin él, ya es hora de encontrar un alma digna en este tugurio. Mi infierno está cada vez más lleno de almas pobres. Pero una noche no hay más que ansia de dinero en “La sirena ensartada”. Los corsarios ya están borrachos de ron. Dentro de poco se enzarzarán en una pelea sin sentido y terminarán matándose el uno al otro. El joven se fundirá en putas la fortuna de la anciana. Los niños morirán en la horca cuando el policía al que intentan robar les descubra. El mercenario se disparará un tiro por error al limpiar el rifle. Norteña solo alberga almas perdidas.
Aspiro una bocanada de humo y una botella de aguardiente golpea contra mi mesa. Alzo la cabeza para insultar a ese gordo maleducado y me encuentro con los ojos de la diosa. Otra vez brillan oscuro. La miro, me mira. El pobre tabernero no volverá a servir. No necesito leer su mente para saberlo. No la de ella.
- Diablo.- susurra. – A partir de esta noche, esta botella es toda tuya. – Y desliza las manos por sus caderas. Esta noche su dedo brilla distinto. Luce dos alianzas. Otra vez pones la sonrisa turbia en mis labios, gitana.
La sirena alza una copa y brinda por los muertos. Ahoga una lágrima mientras mira al público de frente y me esquiva de reojo. Las almas perdidas del bar la miran con deseo, la codician casi más que el ansia de riqueza que les ha llevado a ese lugar. La sirena ensartada sube de nuevo al escenario. Un alma digna de matar por placer. Demasiado buena y demasiado mala para hacer negocios con el diablo y terminar en el peor de los infiernos.
Aspiro una bocanada de humo y subo al escenario a cobrar el botín. El aguardiente me abrasa la garganta cuando mi pistola clava un tiro en el corazón negro de la gitana. Al pie de la tarima, las almas sucias de Norteña gimen por ella. Pero la diosa es mía.
- ¿Diablo?- susurra. La envuelvo con mis brazos y desciendo con ella. En el escenario solo queda un rastro de azufre.
Guau.Es muy bueno, y consigue engancharte hasta el final, inesperado.Sigue así de bien y que tengas suerte!Bienvenida!
No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!