Buenas gente abro este post para que no olvidemos el juego mas viejo y pare de todos los juegos de estrategia el ajedrez. Desde aqui podremos compartir opiniones,estrategias, aperturas y hablar de campeonatos de ajedrez y a ver mas tarde si conseguimos una categoria para este juego milenario jugado por nuestros antepasados siglos antes.
Un saludo
Vie, 10/07/2009 - 11:20 — ftemplar
¿Qué tuvieron en común Alfonso X “El Sabio”, Lenin y Humphrey Bogart? Una afición unió a estas tres figuras: todos fueron apasionados amantes del ajedrez, un juego que, durante más de un milenio, ha sido considerado el más inteligente, un auténtico reto para mentes privilegiadas.
Aunque hoy en día los grandes deportes de masas (léase fútbol o básquet) han relegado al ajedrez a un estatus de juego relativamente minoritario, no siempre fue así. En la Edad Media era el entretenimiento favorito de las clases ilustradas y se practicaba en todas las cortes europeas, a las que había llegado a través de los árabes.
Concebido en sus inicios como una metáfora de la guerra, pronto demostró que su esencia no era bélica, sino intelectual, pues encerraba en un tablero los elementos necesarios para un fenomenal duelo estratégico. Por eso quizás sigue siendo el pasatiempo mental más popular mil trescientos años después de su invención.
Se han encontrado frescos en las tumbas egipcias que representan a faraones jugando a algo similar al ajedrez, pero su primer antecedente conocido aparece lejos de allí, en la India, ya en el año 700 de nuestra era, y lleva el curioso nombre de Chaturanga. Llama la atención que su formato sea ya prácticamente idéntico al del ajedrez medieval, padre de la variedad moderna: se disputaba sobre un tablero de 64 casillas y cada contendiente contaba con 16 piezas, aunque algo diferentes a las que hoy en día conocemos: en el extremo se situaba el carro (actual torre) y a su lado estaban el caballo, el elefante (hoy alfil), el rey y su consejero (la Dama no aparece hasta el Renacimiento). Frente a ellos estaban los soldados de a pie o peones. Esta disposición respondía con exactitud a la composición de un ejército indio con sus dos cuerpos: la infantería en la línea más avanzada y, a continuación, la caballería, que en la India contaba con carros, elefantes y caballos, como experimentó Alejandro Magno cuando invadió este territorio y tal como fue transmitido por historiadores griegos, como Megástenes. El rey y su consejero eran los comandantes de todo el ejército y, al igual que en la guerra, el objetivo era aniquilar al rey contrario, el jaque mate.
Desde la India, el Chaturanga siguió dos vías de expansión. Una hacia el Este, que lo llevó a introducirse en todas las civilizaciones de Asia, el Tíbet y Malasia, hasta Corea, China y Japón. Allí las piezas fueron adaptándose a los símbolos de cada cultura. Por ejemplo, en Siam, con tradición marina, el carro era un barco y los peones se representaban con conchas marinas; en el Tíbet se sustituyeron los elefantes por camellos y en China el rey no existía, siendo sustituido por un general, algo bastante lógico en una sociedad feudal dominada por los señores de la guerra. La segunda ruta de expansión llevó al ajedrez hacia Occidente. Primero viajó hasta Persia (actual Irán), dada su proximidad tanto geográfica como comercial con la India. De aquí pasó a Bizancio, pero fueron los musulmanes los que le hicieron dar el salto definitivo al continente europeo. De autoría árabe son los primeros tratados de ajedrez que se conocen, y datan de la llamada edad de oro árabe, la de los califas abatidas. El propio Harun al-Rasid, que aparece en Las Mil y Una Noches, consideraba los elementos del juego como objetos de gran valor; sus piezas estaban elaboradas con materiales exóticos y piedras preciosas. Desde el punto de vista occidental, son frecuentes los relatos de cruzados que describen cómo, al visitar a un general árabe, lo encontraban jugando al shatranj (“juego del rey”), palabra de la que procede ajedrez.
El shatranj se transmitió a la cristiandad desde España, donde la larga dominación árabe (casi ocho siglos) creó las condiciones para un intercambio pacífico de costumbres y usos culturales entre ambas civilizaciones. Los habitantes de la península se familiarizaron con el ajedrez antes del año 1100. Lo demuestran pruebas muy diversas, como el testamento del conde Armengol de Urgel, que murió en la batalla de Córdoba del 1010 y dejó un juego de ajedrez como herencia a un convento, o las citas de historiadores árabes, que mencionan al visir de Almería Abu Ja´far Ahmad (sobre el 1038) como un notable jugador, u otra que se refiere a una partida entre el rey Alfonso VI y un musulmán llamado Bin Ammar hacia 1078.
Fue precisamente un médico de este rey español, Petro Alfonso, de origen judío, el autor de uno de uno de los primeros manuscritos que revela la importancia creciente del ajedrez: en su Disciplina Clericales, citaba las siete materias que un buen caballero no podía dejar de conocer, entre las que se encontraba el ajedrez junto a otras como la composición de versos, la equitación o la natación. Dicha relevancia quedó de manifiesto doscientos años después, cuando el propio rey Alfonso X el Sabio compiló una serie de reglas, modalidades del juego, consejos y problemas en su gran tratado Libro del Ajedrez, dados y tablas (1283), uno de los principales códices de la época por sus brillantes miniaturas en color.
Hay una línea de continuidad en la consideración social del ajedrez que arranca en los califas, pasa por los reyes medievales y llega hasta los jóvenes caballeros renacentistas españoles e italianos. Ya Alfonso X consideraba al ajedrez como un juego “más noble y de mayor maestría que los otros juegos” y lo situaba, junto a la música de los trovadores, entre las alegrías que permitían a un gobernante recuperarse de los pesares de su obligación. La búsqueda renacentista de un ideal antropocéntrico lleva a contemplar el ajedrez como una forma de ocio que invita a la reflexión y la abstracción, virtudes que han de adornar al hombre noble.
Un personaje ejemplifica este ideal: el Calixto de la Celestina, el ocioso joven que pasa sus días rimando versos, montando a caballo y armando mates, es decir, jugando partidas de ajedrez. No es extraño pues, que los reyes e incluso los papas tengan a sus jugadores preferidos, de los que se convertirán en mecenas. Felipe II financió la carrera de Ruy López, que era obispo de Segura (Badajoz) y se convirtió en uno de los principales jugadores del siglo XVI en dura pugna con los italianos Leonardo da Cutri y Paolo Boi. Todos ellos iban de corte en corte demostrando su arte en encuentros que nada tenían que envidiar a las grandes finales del fútbol actual, en cuanto a emoción y expectación.
Italia dominó el panorama ajedrecístico hasta el siglo XVIII, en que la Ilustración francesa lo convirtió en una de sus distracciones preferidas. Diderot, padre de la Enciclopedia, acudía a París para ver jugar a los grandes profesionales de la época. Un ejemplo del dominio galo sobre el ajedrez en este tiempo es el primer niño prodigio del que se tiene noticia, François André Danican, más conocido como Philidor. Miembro de la capilla real, empezó a destacar a los seis años, y en poco tiempo se convirtió en un campeón invencible.
No fue Philidor una mera atracción para cortesanos y burgueses; también desarrolló uno de los tratados que más ha revolucionado la concepción del tablero: Análisis del juego de ajedrez (1748). Su pensamiento se resume en una frase: “Los peones son el alma del juego”, en la que algunos han querido ver una premonición de la ya cercana Revolución de 1789. La idea básica de Philidor es que los ocho componentes de la infantería del tablero, hasta entonces sacrificados como simples comparsas durante el acoso al rey rival, son mucho más importantes de lo que parecen: “De su buena o mala disposición depende el triunfo o la derrota en la partida”. Esta premisa, válida en la actualidad, inicia el moderno pensamiento del ajedrez, caracterizado por una mayor sutileza en las estrategias.
El siglo XIX traerá consigo la profesionalización del ajedrez y su práctica en torneos, con la organización propia de un deporte mucho antes de que lo hicieran la mayoría de las disciplinas modernas. El primer gran torneo se disputó en Londres en 1851. El éxito de la fórmula hará que en 1862 surja un compañero inseparable de las partidas profesionales, el reloj de ajedrez, dedicado a limitar el tiempo de reflexión y a castigar a quien lo sobrepase. Los primeros relojes, de arena, marcan el final de la caballerosidad y señalan el inicio de las competiciones a ultranza.
El primer campeonato mundial se disputa en 1886, entre Wilhelm Steinitz, judío afincado en Londres, y el prusiano Johannes Zukertot. El dominio centroeuropeo vuelve a ser una metáfora de cómo las culturas florecientes ejercen también su influencia sobre las 64 casillas. La confrontación, también significativamente, cruza el Atlántico para disputarse en Nueva Cork, San Luis y Nueva Orleans, en un auténtico festival por etapas que hace las delicias de los aficionados estadounidenses. Además, casi contra pronóstico, el veterano Steinitz, a punto de cumplir cincuenta años, se impone al joven Zukertot (treinta y dos años).
Ya en el siglo XX, el ajedrez ofrece al mundo su primer ídolo de masas, el cubano José Raúl Capablanca, otro niño prodigio que aprendió a jugar a los cuatro años observando las partidas que su padre jugaba contra sus amigos. El psicólogo Reuben Fine dijo, en relación con su precocidad, que “el ajedrez es su verdadera lengua materna”. Capablanca disputó infinidad de partidas simultáneas y apareció constantemente en la prensa de la época. Fue campeón desde 1921 a 1927.
Tras Capablanca, Rusia fue la gran dominadora del ajedrez. El régimen soviético dedicó una atención fundamental a este juego como herramienta imprescindible del proceso educativo. Aunque es cierto que Rusia tenía ya una importante tradición ajedrecística anterior a la Revolución, solo la sistematización de la enseñanza del juego permitió que surgiera la escuela soviética de ajedrez, que dominó el panorama mundial hasta el desmembramiento de la URSS, con la sola interrupción del estadounidense Bobby Fischer, que derrotó al ruso Boris Spassky en 1972.
A pesar de la desmembración del Imperio Soviético, de cuyas repúblicas independientes procedían muchos campeones, Rusia pudo mantener su liderazgo gracias al impetuoso Gary Kasparov y sus enfrentamientos contra Anatoly Karpov. Kasparov, nacido en Azerbaiyán pero con residencia en Moscú, es el jugador que ha contribuido a un renacimiento de la popularidad del ajedrez gracias a su condición de campeón del mundo durante más de una década y a sus duelos contra ordenadores (fue derrotado en uno de ellos en 1997), que han puesto de moda las competiciones hombre-máquina en este juego de mentes.
Potentes ordenadores ajedrecísticos son capaces ya de calcular más que cualquier jugador, pero sobre todo, y a merced de sofisticados algoritmos matemáticos, empiezan a exhibir ciertas cualidades de razonamiento estratégico que los especialistas en informática no dudan en anunciar como el primer ejemplo reconocible de la superioridad de la tecnología digital sobre las neuronas. Pero esto es de momento algo más que Ciencia Ficción.
¿Deporte o juego? Lo que sí está claro es que, sea lo que sea, es el más noble de ellos.
A mí me gustaba tener en mente incluso la posibilidad de incluir la opción de jugar partidas en los post (de un foro específico), pero no sé si tendría mucha acogida.
A mí siempre me ha gustado jugar, pero lo hago a un nivel muy muy amateur.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.