La estrella de la mañana
Panini retoma las aventuras del Capitán Torrezno, de Santiago Valenzuela
Cuando llevas tanto tiempo leyendo, viendo y disfrutando fantasía épica de todo pelaje en todo tipo de formato, llega un momento en el que, lamentablemente, empiezas a temerte que solo te queda encontrar más de lo mismo. Entonces, como un huracán de aire fresco, vas y te encuentras con Las aventuras del capitán Torrezno y vuelve la esperanza y la emoción, porque no solo te queda mucho por descubrir, sino que lo tienes a la vuelta de la esquina. Y aquí, para empezar, cabe felicitar a Panini Cómics por el espacio que está brindando en su catálogo a los autores nacionales.
La estrella de la mañana es la última entrega (que no el final, espero) de esta particular obra de Santiago Valenzuela que empezó a editar Edicions de Ponent y que contaba ya con siete volúmenes. Esto no supone ningún impedimento para disfrutarla —como fue mi caso— de un modo independiente. Me pregunto, de hecho, qué encerrarán esos tomos, si contendrán alguna de las claves del increíble escenario que he encontrado en estas páginas.
Lo primero que hay que señalar es que La estrella de la mañana es peculiar. Es fantasía épica, sin duda, con impresionantes batallas, escenarios exóticos, tramas rocambolescas y emociones hasta el último momento y por donde menos te lo esperas. Pero no es fantasía clásica. El mundo que se nos presenta es como una dislocación del mundo real, donde encontramos botellas de coca-cola a modo de torres de cristal y avistamos en lontananza sillones enraizados en la tierra que constituyen macizos montañosos. Pero tampoco creáis que se trata de jugar a los soldaditos de plomo cambiando la escala de las cosas; hay algo más profundo que palpita en esta extraña mezcla que es mejor que descubra cada lector.
Tampoco es un espejismo estético. Hay discrepancias mucho más profundas en este mundo donde transcurren las aventuras del capitán Torrezno, fisuras que remiten a nuestra existencia y dan mucho juego al autor, que crea una sociedad propia donde nos sentimos tan fuera de lugar como el propio protagonista. En cierto modo, recuerda al concepto de Los viajes de Gulliver. Y digo al concepto porque la realización tiene poco que ver.
Para empezar, el tono de la narración está impregnado hasta el tuétano de un humor socarrón y punzante que te arranca una carcajada detrás de otra. Es tan excesivo como todo lo que ocurre y se vale del contrapunto mundano de los protagonistas para salpimentar toda la acción. Así, no se resta intensidad a la épica pero, al mismo tiempo, se deja que predomine el humor.
Además, Santiago Valenzuela no quita importancia al elemento fascinador que ha de tener toda historia fantástica. No lo anula para cimentar sus puyas, sus reflexiones o sus ironías, sino que le permite ser un elemento de disfrute principal más. Uno tan peculiar como fascinante, porque en él hay hueco para muchos guiños a la cultura popular y en concreto a la que se ha nutrido del fantástico, aunque también para otra más cotidiana, e incluso para rescatar algunas ideas peregrinas propias de cuando éramos niños (¿alguien dijo desagües?).
El resultado es una obra formidable, extraordinaria. Fresca, intensa, con calado, ligera, simpática, perturbadora. La estrella de la mañana es altamente recomendable, y parece que es solo la punta del iceberg.
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