MONKEY CRISIS
Esta historia sucedió en un reino muy lejano, y fue una historia completamente verídica. O eso es lo que me han contado, aunque me fío por completo de la persona que lo hizo. No era más que un mercader que iba de reino en reino cambiando toda clase de objetos, pero esta gente sabe más del mundo que el rey más poderoso y con más espías del mundo entero.
El que inició lo que estoy a punto de relatar fue un mago malvado y poderoso que acababa de llegar por aquellas tierras con la intención de instalarse para realizar sus experimentos mágicos. Como ser un mago malvado (y poderoso) no es ninguna tontería y hace falta mantener una reputación, le pidió a los gobernantes de la zona que le prestaran dinero para financiarse un castillo tenebroso, una risa maléfica, un ejército de secuaces inútiles, la típica clase de cosas que todo mago malvado (y poderoso) necesita para ser considerado tal. Pero como sólo le dieron dinero para financiarse un chalet en el bosque, con piscina, eso sí, un megáfono para que su voz sonara terrible, o más bien imposible de entender, y un secuaz que pensaba que los dragones son muy pequeños porque cuando los ve volar a lo lejos los puede tapar con la mano, pues va a ser que decidió vengarse.
Pero la venganza de este mago malvado (y poderoso) no fue una venganza cualquiera. Ya que le habían negado un crédito, decidió que atacaría donde más dolía a los gobernantes y al pueblo en general. Además de eso, como encima había hecho un pacto con las Fuerzas del Mal y había obtenido a cambio conocimientos de la magia negra más terrible existente (también conocida como Economía bursátil), su manera de vengarse resultó ser cuanto menos peculiar.
Ya la gente había escuchado algo de que un mago (malvado y poderoso) quería lanzar una maldición sobre el reino, y ya se sabe que esas cosas no suelen llevar a nada bueno. Todavía no se habían recuperado de la última maldición que había sido lanzada contra ellos, que consistió en que en vez de llover agua lo que caía del cielo era margarina baja en calorías, aunque tenía la ventaja de que si querías preparar una tostada en un día nublado sólo tenías que salir con una rebanada de pan caliente a la calle y ponerte a esperar.
Pero esta maldición fue mucho, mucho más terrible que las anteriores. Esta maldición, aunque no hizo daño a nadie, marcó para siempre el destino de todos.
El mago malvado y poderoso convirtió el dinero de todo el mundo en monos.
Claro, eso no parece muy peligroso. Pero imagínate que una noche estás durmiendo, oyes un ruido raro, te despiertas y descubres que todos tus ahorros salen correteando por la ventana después de tirarte un coco a la cabeza. Pues esto es lo que le pasó a muchos de los habitantes del reino nada más comenzar la maldición.
Como los gobernantes, que ahora tenían gran cantidad de monos danzando como locos en sus arcas, querían que las cosas siguieran estando como estaban, estipularon que a partir de ese momento la nueva moneda del reino serían los monos. Era lógico, al fin y al cabo. Si uno tiene grandes cantidades de un objeto que tiene mucho valor y de repente se lo cambian todo, pues acordamos que el nuevo objeto es tan importante como el antiguo. De ese modo los ricos siguieron siendo ricos y los pobres siguieron siendo pobres.
Parecía que el asunto estaba solucionado, pero hubo algunos pequeños problemillas.
Uno de ellos era que ahora resultaba mucho más pesado salir a hacer compras, aunque también estaba la ventaja de que ya no hacía falta llevar cartera ni monedero. Eso sí, los vendedores de correas para perros nunca habían ganado tanto como en aquella época. Todo el mundo quería llevar su dinero a salvo, no sea que le diera por escaparse o se marchara con un desconocido a cambio de un plátano.
El otro problema era que había que dar de comer al dinero, y cuidarlo lo mejor posible, no fuese a ocurrir que decidiera largarse a conocer mundo por su cuenta. Claro, mucha gente empezó a encariñarse con sus monos y no los cambiaba nunca. Aunque ahora que lo pienso ese problema también ocurría con la moneda anterior, sólo que a los que hacían eso antes los llamaban tacaños y ahora los llamaban defensores de los derechos del mono.
En realidad la mayoría de los problemas venían del hecho de que no suele ser una buena idea eso de que el dinero esté vivo. Ya no sólo porque pueda marcharse y dejarte sin blanca, también porque podía morirse, y además conservarlo implicaba tener que gastar dinero. Aunque eso también tenía su ventaja: si tenías que comprar suficientes bananas para alimentar a diez monos, como el kilo de bananas vale dos monos (aunque lo acabaron elevando a tres monos, ya se sabe que los precios siempre están subiendo) después de pagar no tenías que alimentar a diez monos sino sólo a ocho, con lo que el resto de las bananas… pues se acababan poniendo malas y había que tirarlas de todos modos.
Hubo gente lista que pensó que ya que el dinero estaba vivo, si se reproducía pues eso querría decir que el dinero generaba más dinero. Sorprendentemente (o tal vez no tanto) no cambió demasiado el orden natural de las cosas a pesar de este suceso.
Luego estaba el caso del filósofo Demencio, que vivía en una isla apartada del reino, donde nadie tenía especial interés en viajar. Demencio era un tipo un poco chalado (entre otras cosas, pensaba que el mundo tiene forma de taza de café y por eso los océanos no se derraman por los lados) que no le gustaba recibir visitas. Sin embargo su isla tenía una peculiaridad, y era que estaba llena de monos. Hasta los puñeteros topes. Por lo tanto, después de la maldición, como no había manera de distinguir a los monos viejos de los monos nuevos, Demencio pasó de ser un tipo extraño que salía todas las noches con paraguas, no fuera que las estrellas empezaran a caerse, a tener más riqueza y poder que muchos gobernantes del reino juntos.
Hubo mucha gente que, dándose cuenta de lo que le había pasado a Demencio, organizó expediciones a las islas lejanas del reino con la esperanza de encontrar colonias de monos y así hacerse rica. Aunque esto tampoco era muy distinto de cuando en el pasado la gente se lanzaba al mar en barcos a buscar tesoros. La única diferencia era que ahora, en vez de tener que cavar para encontrarlos, había que subirse a las copas de los árboles a por ellos. Ah, y se me olvidaba que ahora el tesoro podía cagarse encima de aquel que pretendía conseguirlo.
De todos estos nuevos piratas que surgieron, el más audaz fue Duro de Madera, un pirata un poco falso (de ahí el nombre) que, aunque no sabía hablar, se comunicaba con los suyos por medio de silbidos. En el pasado siempre llevaba una moneda falsa y oxidada como amuleto de la suerte; después de la maldición pasó a convertirse en un mono rojizo, típico color de los monos falsos, que le acompañaba a todos lados. Al menos es mejor que un loro, pensaba a menudo.
Duro de Madera siempre había sido discriminado entre los otros piratas, no sólo por el hecho de ser mudo, sino por poseer las dos piernas en vez de patas de palo, tener los dos ojos en vez de llevar uno (o dos) parches y no necesitar garfio alguno. Y encima ni siquiera tenía la dignidad de caminar encorvado ni gritar jaujaujau.
Por lo menos, había una cosa que todos los piratas hacían y él también, y era cantar. No usaba la voz para hacerlo, sino una flauta, pero con eso se las bastaba y sobraba para hacerlo tan bien o mejor que sus colegas de profesión.
Había algunos sujetos que cuando escuchaban hablar de un pirata que sabía tocar la flauta se echaban a reír considerándolo ridículo. Pero cuando veían la manera brutal en que sacaba notas graves y riffs clásicos de la misma (nah, nah, nah-nah-nah, nah-nah, nah-nah), no sólo dejaban de reírse, sino que empezaban a preguntarse cómo sería el heavy metal si en vez de guitarras eléctricas empezaran a usar flautas empleadas de esa manera. Las guitarras eléctricas eran conocidas en este reino, por cierto, porque otro mago (más malvado pero menos poderoso que el anterior) lanzó una maldición en la que todos los instrumentos acústicos se volvieron eléctricos. Esto puede parecer una ventaja, pero uno acababa pensando muy distinto al tener la oportunidad de escuchar una pandereta eléctrica. O un matasuegras eléctrico. Aunque eso sí, las ventas de tapones para los oídos se dispararon en todas partes del reino.
El asunto es que este peculiar pirata, si es que algún pirata no lo es, empezó sus andaduras de un lado para otro cual corsario de los mares, asaltando los puertos y llevándose los monos de los ricos (que solían estar vestidos con polos de Lacoste en versión miniaturizada, o chic, como la solían llamar sus dueños) para dárselos a los pobres (cuyos monos llevaban camisetas de Carrefour). Pero como ésta no era una actividad demasiado lucrativa, no tardó en tener que ofrecer sus servicios como explorador y mercenario.
Un buen día, sin embargo, decidió que ya era hora de liarla parda. Fue a una remota isla del Sur, en un reino muy alejado donde todos los navegantes se sacaban la licencia de barcos (permiso estándar, de menos de cincuenta remos y sin cañón), a visitar a un fabricante de instrumentos ciego que en el pasado había sido gran amigo suyo. Le hizo un encargo muy singular, tanto que tardó muchos días y noches en llevarlo a cabo, pero al fin, en un viaje, estuvo acabado. Duro de Madera le pagó con su mono especial, le agradeció muchísimo el esfuerzo realizado y salió cagando leches antes de que alguien le dijera al viejo que su mono era más pelirrojo que Pipi Calzaslargas.
Dejó el barco, previo pago, estacionado en el puerto más importante de la capital del reino (todo el mar es zona azul) y caminó solo hasta la plaza principal de la misma, a los pies del palacio del rey supremo de todos esos dominios, que había hecho su fortuna especulando con castillos y violando la ley de fosos y fortalezas. Sacó la flauta especial que había encargado y comenzó a tocar.
Todos los monos del lugar salieron de allí atraídos por el son de la música mágica, que por cierto empezaba igual que Money de Pink Floyd, aunque personalmente siempre he preferido Another Brick in the Wall. Y después de eso empezó a caminar de vuelta al barco, llevando detrás de él lo único que hacía diferentes a todas las personas del reino.
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