Aquella iba a ser la primera vez en que John Collins realizaba El Salto. Estaba nervioso; las manos le temblaban mientras entregaba el casco de moto y su mochila a la amable encargada de la consigna a cambio de una ficha de color anaranjado. Pese a que estaban ya a mediados del siglo XXI con sus trajes autorreparables y cascos autoajustables, algunas cosas seguían realizándose según los anticuados cánones del siglo pasado.
Firmó el contrato que le tendía el amable empleado; en él se comprometía a pagar el precio estipulado y a cumplir una serie de normas cuando por fin realizase El Salto. Dejó que el joven le pasase el lector electrónico por el antebrazo; automáticamente trescientos dragones fueron descontados de su cuenta corriente. Era una cantidad elevada, pero merecía la pena
Pasó a otro cuarto donde le dieron el equipamiento necesario y un adusto empleado con aspecto de profesor le realizó una serie de tests para comprobar que estaba listo para realizar la actividad. Se sentó en una silla ergonómica y permitió que le conectasen diverso cables a su traje; por último le aplicaron un caso que solo dejaba ver su boca; era totalmente opaco. Sintió una extraño dispositivo se puso en marcha, tragó saliva y se dejó llevar.
Se despertó en una habitación de hotel que le resultaba por completo extraña. Para empezar, las paredes estaban decoradas con un recargado papel con estampados florales que hacían juego con la colcha. En su mundo tales cosas solo se veían en los museos etnográficos. Los muebles eran de madera y no de biotal; tampoco había comunicadores de video ni pantallas de ordenvisor. Se levantó de la cama; el traje gris que vestía en nada se parecía a su ropa habitual. Se encaminó al baño para acicalarse y afeitarse para la cita; el espejo le devolvió un rostro que no era el suyo. Ya no estaba en el año 2055 sino en 1955; no era John Collins, historiador, sino Peter Burke, periodista cinematográfico, o al menos se había introducido en la mente de éste.
El salto había supuesto una verdadera revolución en el campo de los viajes al pasado. En los primeros ejemplos de este tipo de experiencias era el sujeto quien se desplazaba al pasado, con el consiguiente riesgo de ser descubierto o crear alteraciones de impredecibles y terribles consecuencias. Fue entonces cuando Parker Corporation, presentó su proyecto al mundo: El Salto, una experiencia en que solo la mente del sujeto viajaba, para ver el pasado a través de los ojos de un tercero. Una especie de posesión en la que el poseedor no podía influir ni manipular al poseído.
Peter Burke se miró en el espejo con gesto aturdido. Había tenido que hacer un largo viaje en tren para hacer aquel trabajo y se sentía cansado; por eso se había tumbando un rato en la cama con el traje de viaje y todo. Sin embargo, la siesta lejos de tener un efecto reparador, le había aturdido aún más. Se sentía como si estuviesen hurgando en su cabeza.
Se adecentó y cambió su gastado traje por uno más elegante y limpio., antes de salir corriendo del hotel para subirse al taxi que le esperaba No todos los días se entrevistaba a una estrella de cine emergente de la categoría de Sherry Lace. Y sin embargo, mientras miraba sus notas camino de su cita, Burke se sentía extrañamente triste; su madre probablemente habría dicho que el joven tenía un “Presentimiento Irlandés”.
El taxi le dejó la las puertas de los estudios y al punto, una joven empelada le acompañó hasta la agradable salita donde se celebraría al entrevista.
Peter no tuvo que esperar demasiado. La puerta se abrió y en el umbral se recortó la figura de aquella a la muchos de sus colegas definían como “un ángel con piel de mujer”. Su rostro dulce y de piel clara bien podría haber inspirado la pietá de Miguel Ángel; el cabello negro, largo hasta los hombros, brillaba como el azabache pulido; las largas pestañas enmarcaban unos ojos azules como el mar y dulces como el caramelo. No era demasiado alta; era esbelta, adolecía de esa delgadez excesiva que proporciona un aspecto demacrado. Sus manos eran largas y bien torneadas; su pies, a juzgar por lo que dejaban entrever los zapatos, debían ser pequeños y delicados.
Cuando avanzó hacia él, parecía levitar más que caminar. Le tendió la mano; pese a su delicada apariencia su apretón era firme, seguro; el de una mujer consciente de su valía: la de la joven actriz que en tan solo cuatro películas estrenadas y una a punto de serlo, había enamorado a todo un país. Los hombres la adoraban; las mujeres deseaban tenerla como amiga, como hija.
Hablaron durante lo que fueron horas, pero se le antojaron minutos; realmente era una criatura divina. No parecía estar en una entrevista con un periodista desconocido, sino en una conversación con un amigo al que no veía desde hacía largo tiempo. De vez en cuando, su risa argentina invadía la sobria habitación dotándola de alegría y vida. En cierto modo pudo comprobar Peter, era tan caótica como encantadora. Saltaba de un tema a otro con asombrosa rapidez, pero con un encanto sin igual: le habló de sus comienzos en un pequeño teatro de aficionados donde el director tenía que hacer las veces de apuntador, a veces, incluso de maquillador; de su asombro cuando le dieron su primer papel cinematográfico, con el que cerca había estado de ganar un Oscar; de su futuro matrimonio con el guionista George Kaplan; de la obra con la que iba a debutar en Broadway.
Un universo de esperanzas parecía abrirse ante sus ojos.
— Dentro de dos días comienzo los ensayos en Nueva York— su voz estaba teñida de entusiasmo— Estoy tan nerviosa.
— Seguro que lo hace muy bien— la tranquilizó Peter, mientras un extraño escalofrío recorría su columna. Aquella sensación de tener a alguien dentro de su cabeza había regresado.
— Me gustaría que viniese a verme debutar.
— Yo— tragó saliva; sentía como una mano de hielo estrujaba su corazón: No llegará a debutar, parecía lamentarse la voz— no creo que esté en el país por esas fechas.
Algo en su rostro debió de traicionar sus sentimientos, pues la siguiente pregunta de una extrañada y preocupada Sherry fue:
— Señor, Collins— le miró con verdadera preocupación- ¿se encuentra bien?; se ha quedado pálido
— Sí— mintió— es solo que creo que me ha sentado mal la siesta que eché en el hotel. — Se levantó—.Si no le importa, creo que será mejor que me marche. — Trastabilló hasta la puerta y se alejó de la habitación sin volver la vista atrás, sin prestar atención a las alarmadas preguntas de la joven actriz.
Entonces se desmayó. Minutos más tarde se despertaría en el estudio sin saber muy bien si aquellas sensaciones que le habían invadido, eran reales o solo un sueño.
En otra habitación, casi un siglo después, John Collins recuperaba la consciencia con los ojos anegados en lágrimas. Sabía que la señorita Lance no llegaría a debutar en Broadway; ni siquiera llegaría a celebrar los ensayos: El avión de pasajeros en que viajaba se estrellaría provocando la muerte de todos sus ocupantes. Menos de un año después George Kaplan acabaría con su vida de un disparo. Por eso John había realizado El Salto. Como experto en Historia del Siglo XX e investigador de la figura de Kaplan, necesitaba comprender que había impelido a un hombre, cuya obra estaba cargada de optimismo, a terminar con su vida. Ahora lo entendía demasiado bien.
Mientras abandonaba el edificio de Parker Corporación, no podía dejar de pensar en algo que le había dicho un su jefe de departamento: Con el Salto han logrado que no puedas cambiar el pasado; lo que no han podido evitar evitar es que el pasado le cambie a uno.
Ups. No sé que he hecho mal a la hora de colgar el relato , pero antes del texto del msimo aparecen una serie de códigos que yo no puse. y se han perdido las partes que había puesto en cursiva.
Spoy una manazas.
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