Me quedan trece días de muerte. Trece días con sus trece noches, claro. Trece noches de paseos por el castillo de Sruighlea, trece días de paseos por los bosques, solo siendo percibida por los míos, los demás fantasmas, y también por algunos animales. Los faisanes tienen una sensibilidad especial para los seres que han cruzado el umbral entre las dos vidas. Es curioso, porque normalmente se les percibe como pájaros estúpidos que no se apartan cuando pasa un carromato y, cuando mueres, entiendes que su percepción va más allá de lo mortal y aburrido: son siervos del Más Állá. Nadie desconfiaría jamás de ellos, esa es su mayor baza. No sé cuál será su papel en todo esto, si es que tienen alguno; me preocupa bastante más el mío. Volver a la vida ya me daría pereza de por sí, pero es que encima volveré porque tengo que cumplir una misión: destruir el mundo en menos de 24 horas.
Es la típica cosa que piensas que nunca va a pasar o, al menos, que no te va a pasar a ti, con lo cual no es tu problema. Claro que el supuesto está recogido en toda la legislación referente a la post-muerte y, cuando te metes al mundo del funcionariado, sabes que es una posibilidad. Pero es una posibilidad tan remota que los beneficios del puesto superan con mucho al compromiso de formar parte del ejército destructor de mundos en caso necesario. Nunca pasa, nunca había pasado. Por supuesto, tenía que tocarme a mí, cómo no. Por supuesto que firmé mi compromiso y todo eso, era necesario para opositar, pero no es como el servicio militar obligatorio en vida, esto es algo muy remoto, como, no sé, los supuestos ante una pandemia mundial. ¿Cuántas posibilidades tienes de que justo te toque vivir esa circunstancia? Aunque bueno, en el caso del Amanecer del Sol más Oscuro, incluso una posibilidad entre un millón es peligrosa. Porque el marco del posible suceso no es la vida, sino la muerte, que es algo basante más definitivo. No del todo, como estoy a punto de confirmar.
Los primeros años aquí, en el Intermedio, son como una larguísima jornada de orientación. No has ido ni a la Eternidad Celestial ni a la Eternidad Infernal, bueno, nos pasa a casi todos. Nadie es tan bueno ni tan malo. Aunque es curioso que las ideas de ambos lados que tenemos antes de morir sean tan equivocadas. Haber hecho el mal en vida te condena a lo que algunas religiones llaman “Cielo” o “Paraíso”: te pasas toda tu muerte, que puede ser muy larga, entre nubes blancas esponjosas, templos vacíos de columnas de mármol del caro y… Nada más. Por lo que he podido comprobar en visitas institucionales, es aburridísimo. Una eternidad solo con tus pensamientos, en la nube que te hayan asignado, con derecho a un rato de paseo acompañado de un ángel que lleva aburriéndose mucho tiempo más. Pero si has sido una buena persona en vida, te mandan a lo que llaman “Infierno”. No tiene las buenas vistas del Cielo, claro, pero ni falta que hacen. ¿Todo aquello de lo que te has privado (o de lo que te han privado) en vida lo tienes. Y más. La única norma es que hay que intentar cumplir al menos dos Pecados Capitales por día. Bueno, allí los llaman Autohomenajes Capitales, aunque no sé por qué, si no todos son en solitario, de hecho, los más diveridos son en compañía. Dan todas las facilidades: estancias comodísimas con acceso a todo tipo de entretenimiento para disfrutar de la pereza, comida y bebida que no engordan a cargo de los mejores chef, y en cuanto a la lujuria… Uf, la lujuria. He visto cosas. Por desgracia solo eso, las he visto, no he podido experimentarlas. No es que me haya faltado sexo en la vida, me he dado (y me han dado) suficientes homenajes, pero en mis tiempos no existían algunos artilugios y ropajes que he visto en la Eternidad Infernal. Claro que tampoco existía eso que llaman Netflix, que es una especie de teatro que no se representa en directo. En las salas de la Pereza siempre está puesto, y me han contado que es combinable con cualquier otro de los Autohomenajes Capitales.
Pero el Intermedio es… Bueno, burocracia. Pero no de esa interminable de la que hablan los fantasmas más recientes que yo, que han tenido que lidiar con autenticos laberintos de papeleo, Teseo es afortunado de haberse enfrentado a un minotauro y no a la ausencia de un funcionario durante una interminable hora del café. Aquí también somos funcionarios, porque alguien tiene que hacer las cosas, pero la distribución es buena. Al menos lo era en mis tiempos, ahora hay demasiada gente para muy pocas plazas. Supongo que cada vez es más habitual quedarse en el rincón de enmedio, sin polarizarse en la bondad absoluta o la maldad sin frenos. Por eso somos muchos en este plano de la post-existencia. Cuando llegué yo éramos muy pocos y no conocía a nadie. Toda mi familia y amigos habían acabado arriba o abajo. Por suerte, he podido visitarlos un par de veces en estos últimos 400 años. Pero mi vida, estoooo, mi muerte, está en otro sitio. Junto a los vivos, aunque ellos no lo sepan. Porque cuando me saqué la plaza, volví a casa, o a la que me hubiese gustado que fuese mi casa cuando vivía y ahora al fin lo es, aunque me toque disfrutarla un poco más muerta de lo que esperaba.
Tras los primeros años aquí, me presenté a las oposiciones a Fantasma de Castillo, en la modalidad “Dama Atormentada”. Conseguí plaza en el Castillo de Urquhart. No era mi objetivo principal, pero estaba en Escocia, el país que me vio nacer, y también morir. Además, un siglo allí daba los suficientes puntos para pasar el resto de la eternidad donde eligieras. Porque en Urquhart el trabajo no es solo pasarse las noches entre lamentos y paseos lastimosos (sin ser vista, mostrarse ante humanos es muy ocasional y solo se hace dos veces por década). Allí también hay que cuidar a la mascota de lugar, esa a la que todos conocen pero de la cual no saben nada, y lo que creen saber está equivocado. Nessie, el mal llamado “Monstruo del Lago Ness” no existe. Pero existió, así que en mi mundo sí es real. Nessie es el fantasma de un dinosaurio que no fue capaz de asumir su propia extinción. Los fantasmas encargados del Castillo de Urquhart también deben cuidarle a él. Como en cada castillo de tamaño pequeño o mediano, hay plazas para cuatro: Susurrante, Maestro de las Cadenas Poltergeist y Dama Atormentada, que es lo que fui yo durante el primer siglo trabajando en esto. Mis años allí no estuvieron mal, porque tras unas cuantas escaramuzas graves con los ingleses, el Castillo fue parcialemente destruido y abandonado, con lo que no había demasiado trabajo. Además, Nessie todavía no se dejaba ver demasiado, así que la afluencia de visitantes era escasa. Más adelante cometería algunos descuidos y la zona del Lago acabaría convirtiéndose en un punto de reunión de gente que quería conocerle, pero él no cedió a las presiones y se volvió más esquivo que nunca. Pobre Nessie, con lo tímido que es. Pero para entonces yo ya estaba en Sruighlea, mucho más cerca de donde había pasado mi vida. Ha sido curioso pasar allí también mi muerte o, al menos, parte de ella. Pero todo esto terminó ayer cuando recibí la carta.
Ser funcionaria está muy bien, y más en mi caso: un trabajo para el que estoy cualificada (pasearme y lamentarme por las noches es algo en lo que tengo mucha experiencia, toda una vida de insomnio y desamor tenía que servir para algo), una vivienda que resulta ser un castillo y el entretenimiento que proporcionan los vivos sin saberlo. Siempre que no sea época de guerra, desde lueo. Claro que no temo por mi vida, yo ya no uso de eso, pero ver tanto dolor y muerte… Sigo teniendo sentimientos. La empatía es una enfermedad que ni muriendo se cura. Y ni siquiera puedo ayudar a los fallecidos a cruzar al otro lado, eso es otro departamento y las oposiciones a eso son imposibles, todo es política y favoritismos. Y además está la cláusula: “En caso de Evento Apocalíptico en el que se convoque a seres pertenecientes al plano de la Post-Existencia, los funcionarios de grados comprendidos entre Gamma y Omega serán objeto de selección para la primera avanzadilla”. Nunca piensas que vaya a pasar, hasta que pasa.
“El Amanecer del Sol más Oscuro”. Así se llama el hechizo de convocatoria que se ha lazado y, por lo que sea, el Consejo Común ha aceptado. Típico del Consejo Común: un órgano de gobierno que aúna las Eternidades Celestial e Infernal y mi zona, el Intermedio, no se pone de acuerdo en las flores de las mesas de la cena del solsticio, llegando a guerras existenciales abrumadoras (no es que muera nadie, claro, pero se hacen muchas palabras hirientes), pero se solicita un evento de Resurrección Beligerante Organizada y dan el sí. Está claro que lo han hecho porque se aburrían, porque encima el convocante no era un enchufado como aquel presentador español que firmó por la inmortalidad, era un mago cualquiera. A lo mejor ni siquiera era mago y había leído el hechizo en un tratado mal catalogado en una biblioteca abandonado entre las páginas de algún códice inacabado. Porque lo que la gente no sabe que, en gran medida, la magia depende de que alguien quiera hacerte caso. No necesariamente un ente sobrenatural, a veces para alcanzar la paz que suplicas con velas y amuletos solo necesitas que tu vecino el del laúd desafinado y voz todavía más desafinada haga voto de silencio.
Un apocalipsis zombie, qué pereza. Volver a la vida, supongo que con los ropajes con los que me enterraron, ya que me dijeron que me enviarían instrucciones e indumentaria. ¿Hay algún nigromante especializado en restauración de ropa que se habrá descompuesto hace siglos? A saber. Por lo menos me han avisado con tiempo. Otra cosa poco conocida por los vivos es que los hechizos no suelen ser instantáneos, no deseas ser rico y de repente encuentras un cofre lleno de monedas de oro, no funciona así. A no ser, claro, que pilles a un Concededor Instantáneo de buen humor, como los grandes emprendedores que empezaron en un garaje y forjaron un imperio. En ese caso, el Concededor Instantáneo suele ser un progenitor millonario. Pero en términos generales, suele haber unos plazos. Y en este caso, trece días me parece muy poco. Tengo que despedirme de mi trabajo y mis amigos, hacerme a la idea de volver a estar más o menos viva (o, al menos, ser perceptible para los vivos), acudir a los cursos intensivos de formación apocalíptica, conocer a los demás seleccionados… ¿Cuántos seremos? No me lo han dicho. Está claro que no todos, el equilibrio del universo debe mantenerse. ¿Será solo para los del Rincón Intermedio o los de las Eternidades también están convocados? Los del Cielo agradecerían un poco de acción, y en eso de arrasar con todo lo que se les ponga por delante son profesionales. No creo que los de abajo tengan ganas de dejar sus olimpiadas de Autohomenajes Capitales. Además, pueden alegar casos graves de pereza o convalidar la resurrección con una maratón especialmente intensa de lujuria. Ahí están los mejores abogados (llegaron a base de apelaciones cuando fueron enviados al Cielo), seguro que tienen hasta documentos preparados para estos casos.
Trece días. Sería divertido seguir trabajando hasta el último día viendo a los turistas paseando inocentemente por Sruighlea sin saber lo que se les viene encima. Pero tengo que prepararme. El Amanecer del Sol más Oscuro dura 24 horas, de un amanecer a otro, el que marca el final, con un sol completamente negro. El primer amanecer es normal, lo que ocurre después no. Tenemos todo ese día y su correspondiente noche para sembrar el caos, para destruir el mundo. Me parece fascinante el desafío de arrasar con todo y convertir la realidad de los vivos en nuestro reinado del terror a plena luz del día. No tiene ningún mérito aterrorizar gente y provocar el apocalipsis bajo el manto de la oscuridad. Cuando anochezca, la mayor parte del trabajo debe haberse hecho. A lo mejor hasta tenemos tiempo para asuntos pendientes de esos que todos los fantasmas tenemos. Las post-vida es muy ajetreada y nunca llegas a resolver tooooodo lo que has dejado a medias en tu existencia corpórea. Esto de morir sin preaviso es un jaleo. Pero bueno, en mi caso, puedo colar mis “recados” dentro de la misión, siempre que priorice la venganza. Hay gente que merece ver cuchillos volando y sentir un aliento gélido en la nuca, y eso cuadra dentro del amplio concepto de arrastrar a la humanidad a la locura, que es lo que se nos ha encargado. Creo que entiendo por qué nos han encargado esto a los fantasmas: siempre es horrible que tu pasado venga a pedirte cuentas, así que debe de ser aterrador que lo haga en forma espectral. En casos como el mío, cuando ha pasado demasiado tiempo, no hay individuos directamente relacionados con nuestra existencia a los que ir a morder el culo, pero aquí entra en juego la parte teórica de nuestra preparación: la constanstoria. Es como estudiar historia, pero a medida que sucede. No es lo mismo que estar al tanto de la actualidad, porque la actualidad es muy amplia y pasa todo el rato. Aunque parezca que sí, los fantasmas no tenemos una post-vida tan ociosa como para estar pendientes de lo que sucede en otros planos de la existencia todo el rato. Así que para eso está la constanstoria, una disciplina remotamente familiarizada con la historia (no es su hermana ni su hija, quizás la nieta de un primo lejano de esos que solo se ven en la BBC: bodas, bautizos y comuniones). Los constanstoriadores elaboran resúmenes generales y tratados específicos para que nos hagamos una idea del contexto, y luego cada uno podemos investigar a los grupos (familias, ciudades, tribus, cuadrillas…) que nos interesan, segmentando de la forma que más nos convenga, con su ayuda. Creo que van a estar muy ocupados antes del Amanecer del Sol más Oscuro: la mayoría de los participantes querremos organizarnos para hacer alguna visita a descendientes de nuestros enemigos que sigan viviendo del legado (y las ideas) que nos destruyeron, o al tataranieto de aquel vecino que movió los límites de su finca y se apropió de la cosecha de patatas de nuestros ancestros, obligándoles a recurrir a las tortillas francesas. Todos esos pagarán, nos ocuparemos de ello, cada fantasma se tomará la venganza por su invisible mano (que pese a ser incorpórea, sigue pegando unas buenas collejas). No se puede sembrar el caos de cualquier manera, somos un ejército organizado. Podemos y debemos ofrecer atención personalizada mientras empujamos a los vivos por el tobogán de la locura. Con cuádruple tirabuzón.
Así transcurrirá el día. La noche estará reservada para cuestiones que se nos hayan resistido, como los repartidores explotados, que ya están acostumbrados a trabajar en condiciones apocalípticas y para quiénes esto será como un martes cualquiera. Anochecerá. Las horas echarán a correr, les prestaremos nuestros caballos para que galopen con nosotros. Durante la madrugada, todo resquicio de normalidad y cordura será aniquilado.
Y entonces saldrá el sol, el sol más oscuro. Pero ya no habrá nadie para verlo.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.