Conan la leyenda: Cimmeria
Reseña del tomo de Truman, Giorello, Corben y Villarrubia publicado por Planeta DeAgostini
La Cimmeria natal de Conan es probablemente el entorno que más quebraderos de cabeza y más patinazos ha fomentado en cuantos se han lanzado a narrar las aventuras del bárbaro. Por eso, es un placer enorme encontrarse con un cómic como este, que sabe volver a ese punto de partida y sacarle todo el provecho que merece.
El rastro de Howard en Cimmeria es tenue, como suele pasar con las adaptaciones al cómic de su obra: un poema, el mismo con el que describió la tierra natal de Conan y que sirvió de germen para el personaje, y una breve referencia a que el aventurero volvió a su tierra natal después del episodio de Villanos en la casa. A partir de aquí Timothy Truman ha tenido que ir recomponiendo el puzle para brindarnos una fabulosa historia de espada y brujería.
La narración se divide en dos historias que discurren en paralelo: la de Conan, que vuelve a su tierra natal y se ve envuelto en una trifulca entre clanes cimmerios y aesires, punto que sirve de excusa para un despliegue de sabor escandinavo muy bien integrado en la era Hiboria, y la de su abuelo, Connacht, que funciona como un reflejo de la primera y, al mismo tiempo, como ventana abierta a escenarios más exóticos (para los cimmerios, claro). Ambas dos se complementan y entrelazan con una habilidad inusual este tipo de cómics y nos brindan una aventura antológica y llena del sabor del mejor Howard.
La primera viene ilustrada por Tomás Giorello, quien se encarga también de las portadas, en un estilo preciosista, duro y salvaje que hará soñar a los aficionados a la espada y brujería. Sus páginas son una auténtica delicia que contemplar durante horas. La segunda, por el maestro Richard Corben, que imprime su particular estilo al mundo del bárbaro. Si puede resultar chocante al principio para los que hemos crecido con los cómics de Conan el bárbaro, solo hay que esperar a ver sus retratos de las exóticas ciudades del Este para quedar rendidos: los templos y sus dioses oscuros, con reminiscencias de los mitos de Cthulhu, por ejemplo, son impagables.
Del color, y también de una interesante introducción, se ha encargado con mucho acierto José Villarrubia. Nos trae con buena mano las luces y las sombras de la era Hiboria y, sobre todo, la gélida luminiscencia de Cimmeria, esa que captó Howard en una tarde de lluvia y que queda inmortalizada de un modo único.
La edición de Planeta DeAgostini Cómics está a la altura de este memorable volumen: tapas duras, contenidos adicionales (prólogo, epílogo, bocetos, ¡hasta una foto de Howard!)... ¿Qué más se puede pedir?
Una cita ineludible para los amantes de la espada y brujería, y no solo por ver una nueva adaptación del poema Cimmeria que poco tiene que ver con la de Barry Windsor-Smith. Este tomo desborda originalidad y aciertos por los cuatro costados.
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