Una cosa es "no precipitarse", otra distinta es meter la cabeza en un agujero en el suelo y confiar ciegamente en la incapacidad de los oponentes o en las circunstancias políticas del momento para que los problemas se arreglen por arte de magia.
La gestión de la cuestión catalana ha sido tan espantosa que a ratos me sigue resultando difícil no pensar que todo ha sido un montaje entre PP y Convergencia.
A ver, las cosas como son:
El tomar una decisión sin precipitarse, es siempre digno de alabanza.
Y pongamos de ejemplo la reciente moción de censura: Pablo Iglesias se precipitó a anunciar su apoyo, y cuando se dio cuenta de que la cosa iba en serio y de que regaló sus votos a cambio de nada ya era tarde (ahora pide algún ministerio... tarde piou).
En general, en todos los procesos de toma de decisiones es una cualidad necesaria. El no precipitarse, ni dejarse llevar por el pánico de situaciones previstas pero difíciles.
Pasa a los que invierten en Bolsa, pasa en los juicios, pasa en proyectos inciertos de toda índole, y pasa en política.
En el lado contrario, esa capacidad de inacción política puso la situación catalana en un estatus mucho peor que el que se daría con un presidente más activo.