Poli y Dori
En la penumbra del laboratorio, apenas iluminada por un par de lámparas de pie junto a la puerta, la doctora Adoración Stein acercó la jeringa a una pequeña rata de laboratorio. Sus manos tiritaban; no de nerviosismo sino de cansancio. ¿Cuántas veces habían sido ya las que había repetido el mismo procedimiento? ¿el mismo inútil e infructuoso ritual? suspiró mientras atravesaba con suavidad la epidermis de la rata gris e inyectaba el reactivo ochenta y cinco B en la zona inferior del músculo dorsal.
Se ajustó las gafas tras sacar la aguja del animal y se aseguró que las correas que afirmaban sus patas al centro de la jaula estuviesen firmes y en buen estado. No podía permitirse que al sujeto le pasara algo. Sólo había podido hacerse con diez ratas infectadas del centro de investigación antes de marcharse y no podía darse el lujo de perder ninguna.
Tras comprobar que el compuesto no provocaba ninguna reacción alérgica al sujeto, estiró la mano y encendió el estimulador: un aparato muy parecido a una lámpara, que apuntaba hacia la jaula. Un potente haz de luz iluminó a la rata que se encogió ante el repentino cambio de iluminación.
—Se inicia la estimulación del nervio óptico por luz lunar artificial —dijo con languidez a la grabadora que tenía a un lado mientras jugaba con un mechón de pelo que caía sobre su cara— el sujeto reacciona de acuerdo a lo esperado. No hubo shock anafiláctico y la respuesta visual/corporal es positiva. El sujeto se comporta tal cual como siempre lo ha hecho. Procedo.
Activó el cronómetro junto con otro botón del estimulador y la luz plateada de éste comenzó a parpadear. Apoyó la barbilla en las manos sin mucha esperanza mientras la pequeña rata gris se quedaba con la mirada fija en el foco.
—Hasta el momento no hay cambios, cinco segundos más y la transformación debería hacerse efectiva —Pero pasaron diez segundos sin que nada sucediera. Adoración tragó saliva y se incorporó con nerviosismo, a los veinte comenzó a impacientarse. ¿Sería posible que esta vez si funcionara? se mordió la uña del índice. Veinticinco segundos... treinta segundos.... iba a comenzar a grabar cuando la rata, con un doloroso y agudo chillido, borró por arte de magia la sonrisa de su rostro.
El animal se arqueó sobre si mismo hundiendo el hocico entre las patas delanteras y comenzó a convulsionar. La doctora Stein se pasó ambas manos por el pelo con frustración mientras observaba como las vértebras de la rata se cubrían de cartílago empujando la piel sobre ellas, todo para poder sostener los hinchados músculos que la transformación otorgaría al animal y que apenas alcanzó a notar antes que un hirsuto y negro pelaje cubriera a la criatura por completo.
Detuvo el cronómetro y apagó el estimulador.
—Reactivo número ochenta y cinco B, a excepción de un ligero retardo de alrededor de treinta segundos, tampoco ha... no ha tenido éxito —Suspiró mientras trataba de tragarse la rabia que sentía en ese momento— El sujeto ha presentado una trasformación completa al estadio intermedio de Rata-lobo sin que el reactivo haya provocado ningún cambio. No hay disminución de la agresividad ni de la actividad. Otro fracaso... otro maldito fracaso...
Se levantó de la mesa y cogió una de las muestras que tenía encima. Siempre preparaba más por si el reactivo funcionaba. Sopesó la ampolla entre sus dedos y, en un arranque de rabia, la lanzó contra la pared donde estalló en una pequeña lluvia de cristales. Sin poder contenerse más rompió en amargo llanto mientras la rata recién transformada aullaba con sus chillidos al cielo.
—¿Dory... bien? —preguntó con delicadeza una titubeante y cristalina voz desde el otro lado de la puerta del laboratorio contra la que la doctora Stein se había puesto a llorar.
—Sí Poli, no te preocupes... es sólo que... —Se limpió la nariz con la manga de la bata— ¿ya está lista la cena?
—¡Sí! te va a encantar. Preparé pierogis de queso y carne que te van a encantar.
Adoración sonrió a la vez que inspiraba hondo y profundo para calmarse. Debía reponerse por Poli, no podía rendirse, por ella no debía jamás dar un paso atrás. Se secó las lágrimas y abrió la puerta de seguridad del laboratorio; del otro lado una chica menuda, de delicada silueta y una lisa melena manchada de blanco y negro, la miraba con inocente admiración. No tendría más de diecisiete años, pero no podía asegurarlo. Los estudios afirmaban que algunos casos de licantropía envejecían a un ritmo más lento de lo normal y Poli podía bordear los treinta sin siquiera demostrarlo.
—¿Cenamos? —preguntó escuetamente la chica jugando con el bordillo de su delantal.
—Sí linda, déjame, ordeno un poco y te alcanzo. Por mientras puedes poner la mesa ¿te parece?
Poli movió la cabeza arriba y abajo sin disimular su sonrisa y, tras dar la vuelta, se fue cojeando con alegría por el pasillo. ¿Cómo creería alguien que era la misma criatura que hace apenas un mes habían encontrado matando pastores y ovejas en las faldas del Tarnica? Ni siquiera hablaba cuando el equipo de extracción de Moonlights Researches la había traído al laboratorio.
Tomó la jaula de la rata transformada que aún luchaba por liberarse y la llevó con los otras nueve con las que ya había experimentado esa tarde: una pila de amenazantes mini bestias. Estaba obligada ahora a esperar medio día para continuar, hasta que los sujetos volvieran a su estado natural. Las observó un momento, gruñendo, y no pudo evitar que la mente le trajera la imagen de Poli transformada y atada al centro de la mesa de estudio; un monstruo de metro y medio de altura y musculatura aberrante, su pelaje negro y blanco reluciendo bajo el estimulador, su saliva bajando por la comisura de la boca hasta el suelo, sus garras crispadas arañando el aire y sus ojos amarillos inyectados en sangre. Tan sólo para atraparla se habían necesitado diez guardias. Dos de ellos jamás verían su transformación de nuevo.
Hasta ese momento Moonlights Researches solo había avanzado sus investigaciones en base a los experimentos sobre ratas infectadas del virus de la licantropía. Jamás habían encontrado un monstruo de menos de dos metros, por lo que nunca habían podido someter a uno sin matarlo como para haberlo observado. Era un hito en la historia de toda la compañía y un logro gigante para la filial en Wölfetöt.
Estudiaron a la criatura todo lo que pudieron mientras estaba adormecida; la composición de su sangre, la estructura y disposición de su pelaje, la extraña formación de sus garras: que más que uñas eran una prolongación del vello carpiano, y el venenoso filo de sus colmillos.
Cuando ésta despertó se centraron en vigilar su comportamiento. En una habitación acondicionada para evitar su fuga la observaron devorar ovejas y otros animales pequeños, todo en pos de entender la ferocidad y las habilidades de la transformación. Fue herida en infinidad de formas sólo para medir sus debilidades y resistencias, tanto físicas como mentales. Hasta entonces la doctora Stein no había tenido hasta entonces ningún problema en supervisar cada uno de los experimentos contra la bestia; ver como cada herida o lesión se curaba al instante la tenía fascinada, la forma en que los músculos acribillados se reparaban a si mismos o como el pelo chamuscado se regeneraba por completo. Incluso los tímpanos desgarrados por una bomba de sonido terminaron por curarse en apenas un par de días. Todo fue fascinación tras fascinación, hasta que el periodo de trasformación acabó.
Fue una sorpresa para todos. Que aquella máquina de matar se transformase en una delicada jovencita, a la que apenas se le marcaban las curvas del cuerpo, no parecía verdad. Apenas unos leves rasgos caninos en los labios, una forma peculiar en las orejas y en la composición de la mandíbula delataban su condición de licántropo. Lo único que quedaba de la monstruosa y asesina criatura eran los asustados ojos dorados de la chica.
No parecía mantener recuerdos de su estado bestial, por el contrario, parecía estar llena de un cariño y una alegría sin comparación. Confiaba sin dudar en cualquiera que le diese alguna pequeña muestra de cariño y pedía, sin vergüenza alguna, ser acariciada y mimada. Bastó sólo un día para que prácticamente todo el laboratorio se encariñara con la adorable muchacha. Poli, la llamaron, por el lugar donde la habían encontrado.
Por eso cuando la compañía indicó inducir la transformación y proseguir con los experimentos fueron muy pocos los que estuvieron de acuerdo. Moonlights Researches llevaba estudiando a los cambiaformas desde más de diez años y no tenían problemas en inducir el cambio cuando ellos quisieran. Con el estudio llevado a cabo sobre las ratas habían aprendido como la radiación lunar estimulaba el nervio ocular y, en menor medida, ciertos receptores de la piel. Simulando los patrones de la luz lunar lograron crear un estimulador artificial para provocar el cambio en las ratas infectadas. Pero ahora no era un animal lo que estaba en la esterilizada ala de pruebas sino una niña a la vista de todos.
Sin embargo, los directivos amenazaron con poner término al contrato de todos si no acataban las ordenes y al final el laboratorio terminó cediendo. Las dos semanas que siguieron fueron un suplicio casi para todos. Los hierros ardientes con los que marcaban a la bestia les dolían en el alma, las marcas con ácido horadaban su conciencia y los huesos quebrados para ver su capacidad de regeneración les escocían como si se los estuviesen rompiendo a cada uno de ellos.
Adoración, quien también había caído bajo el encanto de la muchacha, hacía lo que podía por redimir la culpa que sentía pasando cada tiempo libre que tenía con ella, le enseñó todo lo que podía, incluso logró que Poli lograra articular unas cuantas palabras. Durante ese tiempo todos aprendieron algo, sino sobre los hombres lobo, sí sobre ellos mismos. También aprendieron que las heridas hechas con plata no se curaban tras la transformación.
La gota que rebalsó el vaso fue a poco de terminar la investigación. El alto mando de la compañía quería que los experimentos continuaran, pero esta vez en la forma humana de Poli. Un murmullo de desaprobación comenzó a circular por los pasillos del laboratorio. Nadie estaba de acuerdo, pero la amenaza de perder su puesto, su sueldo, era demasiado grande. ¿Valía la pena arriesgar sus familias por una niña... no, por un monstruo? pero Adoración sabía que no podría soportar que hiciesen eso con la pequeña. Estuvo planeando la fuga toda la noche. ¿Cómo querían que se quedara indiferente ante aquella tortura? ¿cómo podían ignorar aquellos dulces ojos dorados?
El chillido de terror de una de las ratas la obligó a abandonar sus recuerdos.
—¿Chillido? —se preguntó confundida, aún deberían haber pasado horas antes de que alguno de los sujetos revirtiera su estado, no podía ser posible. Miró hacia abajo y se sorprendió al notar que era la rata que acababa de dejar la que se retorcía de miedo en sus amarras mientras las otras se desesperaban por devorarla. Sintió que el corazón le daba un vuelco.
—¡Lo he logrado! ¡kurwa! ¡lo he logrado! —exclamó llevándose la mano al pecho y luego a la boca con emoción. Saltó en el lugar sin saber si aplaudir, gritar o tirarse el pelo.
—Tengo que comprobarlo, maldición, tengo que repetirlo.
Cogiendo de nuevo la jaula para alivio del animal regresó con ella a la mesa del laboratorio y, tras preparar una doble dosis del reactivo, se la inyectó sin demora a la rata que se quejó por lo brusco de la operación.
—Tranquila pequeña, todo va a estar la mar de bien, primero trataremos contigo y luego con una de tus amigas transformadas para ver si remite.
Con impaciencia encendió el estimulador y esperó, un minuto, dos minutos, hasta que la rata apenas mostró un oscurecimiento en el color del pelaje.
—¡Genial! ¡la transformación es nula! ha funcionado. Puedo evitar la transformación ¡y quizás hasta revertirla! ¡lo he logrado! —orgullosa se dio la mano a si misma mientras ponía una expresión de solemnidad— Doctora Stein es usted una...
—Dori, la mesa está...
Adoración miró con espanto el umbral de la puerta. Con la excitación provocada por el éxito había olvidado asegurar la entrada al laboratorio. Poli se quedó mirando el estimulador como un conejo al foco del cazador. Se pasó la lengua por los labios secos y tensos, una línea fina y recta en su rostro. Tragó saliva y sin pestañear apenas fue consiente cuando la doctora Stein le saltó encima tirándola al suelo. Rodaron en un abrazo de esperanza por el viejo piso de madera.
—Vamos mi niña, vamos mi niña, es sólo una luz, no es más que una maldita luz. ¡Lucha, resiste!
Apretó sus hombros y la aferró contra sí con fuerza, como si con eso pudiese retener la temida maldición. Llorando de desesperación sintió como los crecientes músculos desgarraban la sudadera blanca que le había regalado ayer, oyó el crujir de los huesos al extenderse y sintió las apófisis de las vértebras apretarse contra su piel. Pronto los estertores se detuvieron y un jadeo animal reemplazó a la agitada respiración de la chica. Un desgarrador aullido atravesó la noche como el cuerpo de Adoración atravesaba de lado a lado el laboratorio.
—¡Poli, despierta! —gritó, tratando de incorporarse— ¡Poli!
El monstruo rugió a modo de respuesta mostrando un juego completo de colmillos largos como dedos y una lengua correosa y oscura. Apoyándose sobre los nudillos se lanzó cojeando hacia la doctora, quien con rapidez se arrastró detrás del mesón donde efectuaba las pruebas.
—¡Polonia Stein! ¡detente ahí mismo! ¡yo te salvé, me debes la vida! —intentó otra vez mientras se esforzaba en mantener la mesa entre la bestia y ella. Asustada la rata en la jaula soltó un chillido que el monstruo calló de un solo zarpazo, lanzando a la rata con jaula y todo contra una esquina de la habitación. Adoración se llevó las manos a la boca ahogando un grito al ver la pequeña mancha de sangre que se derramaba bajo los alambres retorcidos.
—¡El reactivo! —recordó de pronto al ver la bandeja con las jeringas sobre la mesa. Iba a cogerlas, pero la bestia fue más rápida y dio vuelta la mesa y la empujó contra la pila de jaulas provocando un estruendo. Algo tibio se escurrió sobre su ojo y, tras llevarse la mano a la cabeza, palpó la sangre cálida.
—¿Entonces... aquí termina? —se preguntó mirando como la muerte se acercaba lenta y babeante. Unos agudos gruñidos a su espalda le devolvieron una respuesta.
Un enjambre de ratas salvajes y transformadas pasaron por sobre su cuerpo enfurecidas, ciegas de ira y se lanzaron contra la criatura quien, sorprendida por el ataque, comenzó a sacárselas de encima. Viendo una oportunidad Adoración se arrastró por el suelo y recogió un par de jeringas en sus manos. Un par de ratas volaron por sobre su cabeza mientras intentaba levantarse y una garra atenazó su garganta contra la pared.
—Poli... yo... te quiero... perdóname —balbuceó entre sollozos ahogados por la sangre a la vez que hundía ambas agujas en el cuello del animal. Poli dio unos pasos atrás, soltó un aullido y se alejó tambaleando.
Adoración se dejó caer al suelo dejando una huella roja en el muro, se pasó la mano por la frente apartando el pelo del único ojo con que aún veía y se quedó observando el efecto del reactivo sobre el cuerpo de la criatura que poco a poco comenzaba a transformarse.
—Mi Poli —murmuró con una sonrisa forzado— quién lo habría imaginado... mi linda niña.
Se arrastró hacia ella como pudo y la cogió entre sus brazos, una lágrima roja dibujo un trazo en su mejilla y cayó sobre su protegida. Poli la miro con unos ojos negros llenos de agradecimiento y lamió con ternura el camino dibujado por la gota. Lo habían conseguido, habían encontrado la forma de revertir a las víctimas de la licantropía, de aquella bestia humanoide en la que se convertían, a su forma original.
Poli se acurrucó sobre una de sus piernas y cerró los ojos mientras la mano de Adoración caía con delicadeza entre sus peludas orejas. Con ternura la doctora Stein miró al perro pastor de Valee que antes había sido una chica llamada Polonia y, sin entender si por tristeza o felicidad, lloró.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.