Reme estaba muerta de sueño y no se encontraba bien, añoraba los remedios caseros de la abuela para cualquier mal, pero su abuela estaba muy lejos y ya no podía beneficiarse de sus ungüentos. Deseaba acostarse pronto, a la mañana siguiente tenía un examen, se había pasado la tarde estudiando. Quizás ese era el motivo de su molesto dolor de cabeza, pensó. Por fortuna, su compañera de piso había salido esa noche, Silvia era bastante ruidosa y solía ver la televisión hasta altas horas de la madrugada, era un incordio, sin ella en la vivienda podría descansar tranquila. Entró en su dormitorio y se puso el pijama, se metió en la cama y en breve se quedó dormida.
Reconoció su tierra nada más mirar a su alrededor, la niebla inundaba la parte baja de las cañadas entre montes dando un aspecto irreal al paisaje. Se escuchaba el correr del agua por el río truchero, caía el atardecer, la luz del día lo delataba. Calzada con altos tacones y ataviada con el ajustado vestido que su compañera Silvia le dejó la noche que salieron juntas a divertirse, se paseaba por la sierra de los Ancares sin saber cómo había llegado hasta allí. El canto del urogallo se escuchó en la densidad de la serranía haciendo ecos en las montañas más lejanas. Pronto empezaría a oscurecer y las aves diurnas enmudecerían para dejar paso a las melodías nocturnas. Sabía que la noche no era segura en los montes, las múltiples leyendas ya lo advertían, y aunque no fueran más que cuentos de viejas, en el fondo ella las creía, y no solo ella, intuía que en realidad todos las creían en Cebreiro, como también creían en meigas. Tras el hábito enlutado de su abuela, con su grueso chal de lana a los hombros y su bien envuelto pañuelo aferrado a sus blancos cabellos, estaba segura que se escondía una vieja meiga, aunque nadie se atreviese a difamarlo por el pueblo. Presentía que era por miedo a malos augurios, las meigas seguían siendo temidas por muchos. Le pareció verla caminar con su cesto de mimbre en la lejanía, recogiendo hierbas y plantas bajo el resplandor de la luna llena. La niebla estaba creciendo a su paso y si no le daba alcance echando a correr la perdería pronto de vista por el sendero. Se despojó de inmediato los incómodos zapatos que calzaba y los tiró entre los matorrales.
-¡¡Espere abuela!!,¡abuela!,¡soy la Reme,su nieta!,¡espere!
El incómodo vestido que tanto se ajustaba a su cuerpo se le subió hasta las caderas con la carrerilla que emprendió para darle alcance.
-¡Abuelaaaa!
La mujer al fin pareció escuchar los gritos y se detuvo. La miró y esperó a tenerla frente a frente para abrir la boca. Cuando la tuvo a su vera enseguida se limitó a relatar: -El abuelo nació un veinticuatro de diciembre, fue el séptimo hijo varón de nueve hermanos. Lo amé como jamás a nadie he amado. Tras mucho sufrir por su amor supe que me había enamorado de una bestia. Cuando lo hirieron de muerte como alimaña que acechaba por Cebreiro mi corazón se rompió en mil pedazos.
Reme,¡escucha!,tu apellido está marcado. La sangre de una bestia corre por tus venas y aunque no llegues jamás a adoptar su forma atraerás a las bestias como una loba en celo. Pero esas bestias que tú atraerás serán peor que los lobos, y tú peor que una loba en celo. La loba atrae a los machos para procrear, pero tú los atraerás solo para fornicar allí en esa ciudad. No debiste marcharte de aquí encabezonada con estudiar. Tu sitio está en estas tierras. Pecarás de lujuria hija mía.
¿Por qué vas vestida así?,¿acaso ya has comenzado a atraer a los lobos?Deja al menos que me marche, ya puedo escucharlos cerca,¡ya vienen!-
La abuela se esfumó trasformándose en niebla.
-¡Espere abuela!-exclamó ella.
El aullido de los lobos se escuchó en las cercanías. La noche se hizo presente apagándose la totalidad del día. Oyó aproximarse a sus espaldas a las bestias hambrientas y cuando se dio media vuelta encontró a la manada parada frente a ella. Los lobos la observaban acechando cada uno de sus movimientos. Reme caminó hacia atrás muerta de miedo, esperaba ser atacada en cualquier momento. De pronto, sin que lo esperase, unos brazos envolvieron su cintura, y una seductora voz varonil le susurró al oído:-No temas-
Se giró sorprendida y encontró tras de sí a un apuesto joven desnudo. Sus hermosos ojos color esmeralda enmarcados por unas pobladas cejas arqueadas que parecían juntarse en el entrecejo la miraban con deseo. Su fornido cuerpo estaba cubierto de vello y sus carnosos labios parecían estar pidiendo ser besados.
-¡Escapemos de las bestias!-le sugirió sintiéndose atraída por él.
-No van a hacernos daño-le contestó él al tiempo que la aferró hacia sí. Ella pudo sentir el calor de su recio cuerpo.
-¿Por qué estás tan seguro?-le preguntó comenzando a excitarse al advertir la rigidez de él.
-Porque ellos te desean como yo, pero saben que soy el macho alfa. Yo ejerzo el dominio de la manada-Reme lo miró sin encontrar qué respuesta dar a su comentario. Él, aproximó sus carnosos labios a los suyos y la besó con fervor. Al sentir la calidez de aquel beso ella se estremeció, la humedad en su sexo se hizo presente y no supo cómo él pudo intuirlo, le rompió el vestido y a bocados con sus dientes le arrancó la ropa interior. Ella creyó estallar de excitación. El joven la tumbó en el suelo con delicadeza y comenzó a lamer todo su cuerpao bajo la atenta mirada de la manada. Embelesada de gozo, Reme pudo admirar la luna llena sobre el cielo estrellado de la sierra, la lengua del atractivo desconocido alcanzó su sexo y ella creyó morir de placer mientras observaba su rerplandor en el cielo. Cuando pensó que más deleite no podía ofrendarle sintió como la penetró con impetú. Quiso gritar pero de su boca surgió un aullido. Los lobos al escucharla se inquietaron y comenzaron a corretear aullando de un lado a otro. Sorprendida por aquel bramido que escapó de su garganta intentó hablar, pero otro aullido surgió de su laringe. Los ojos del joven que la poseía comenzaron a brillar, de su boca asomaron afilados dientes, Reme intentó apartarlo de sí, se percató de que a ella le habian crecido las uñas, no dudó en clavarlas en el pecho del apuesto desconocido. El chico aulló de dolor, pero no se apartó de ella, comenzó a brotar sangre de sus heridas mientras continuaba penetrandola mostrandose aún más excitado. Ella se sorprendió de las garras que habían emergido de sus dedos, en su boca sintió poseer largos colmillos. Se apagó su fogosidad, hincó en el cuello del muchacho sus recién nacidos colmillos, lo mordió con ferocidad y éste se apartó de ella al recibir el bocado. Aprovechó ese momento para escapar corriendo por los montes. Se impresionó de la velocidad que podía alcanzar y de cómo su visión parecía a la perfección adaptarse a la oscuridad. Se desplazaba con gran agilidad entre las rocas y maleza. Tan pronto como llegó hasta un arroyo frenó en seco, se acercó hasta la orilla y obserbó en sus aguas su reflejo. Lo que encontró al reflejarse en el agua la hizo gritar, pero de su interior no surgió un grito, sino el aullido de la loba en la cual se había transformado.
Silvia giró la llave de la cerradura del piso dos veces, su compañera Reme debía haber echado el cerrojo, la gallega no había querido salir esa noche, la consideraba un bicho raro, costaba despegarla de los libros, además parecia un poco anticuada y supersticiosa, pero no era mala compañera de piso. Palpó a tientas la pared en busca del interruptor de la luz, se tambaleó un par de veces, había bebido demasiado. Se percató de que no llevaba bragas, estaba segura de que se las había dejado en el siento trasero del coche de Pedro, su ligue de aquella noche. Sonrió en la oscuridad, recordó que el coche del chico pertenecía a su padre, le hizo gracia pensar que el padre de Pedro encontrara sus bragas al día siguiente en el vehículo. Mientras sonreía como una tonta a oscuras, escuchó algo inusual que la alertó, un extraño gruñido y el agitado caminar sobre el suelo de parquet de un animal con garras en las patas. Continuó buscando a tientas el interruptor de la luz, sintió un frío hocico olfatearle las piernas, un aliento que subió por sus muslos hasta hundirse en su entrepierna. Asustada se echó a un lado para liberarse de la extraña presencia que la acosaba. Tropezó en la oscuridad con un mueble del recibidor y cayó al suelo de espaldas. Los efectos del alcohol parecieron esfumarse de inmediato. Lo primero que pensó es qué la maldita gallega había incumplido las normas y había traído una mascota a la vivienda.
-¡¡Reme, despierta!!-gritó-¡¡llévate a este asqueroso bicho del piso o cambio de compañera!!
No hubo respuesta. Escuchó al animal emitir un aullido. Se levantó del suelo quejumbrosa y de nuevo palpó a tientas las paredes hasta dar con el interruptor de la luz. El bicho saltó sobre su espalda, la empotró contra la pared y se golpeó la frente contra el cristal de un espejo que decoraba el recibidor. El espejo se hizo añicos, sintió la calidez de la sangre recorrer su rostro, había conseguido encender la luz y presintió a la criatura observarla a sus espaldas. Escuchó otro aullido. Muerta de miedo se dio media vuelta para enfrentarse al animal que la asediaba. El encuentro con la criatura aceleró su ritmo cardiaco, esperaba toparse con un perro de gran tamaño, pero a sus espaldas lo que la acechaba parecía ser un lobo. Sus miradas se cruzaron en duelo que le parecío eterno, la alimaña olió la sangre que brotaba del corte de su rostro y comenzó a agitarse excitada. Corrió hacia el dormitorio de su compañera, la puerta estaba abierta, la bestia saltó sobre ella a sus espaldas y la alcanzó. Cayó de nuevo al suelo, el animal le mordió en el costado, chilló al recibir el mordisco. Intentó escapar de la criatura pero en el intento recibió otra dentellada en el brazo, sintió la carne desprenderse de su miembro. El dolor fue terrible, aunque no tan tremendo como observar al animal masticar el pedazo de carne que le había desgarrado del brazo. Si no actuaba con rapidez sabía que pronto recibiría otro bocado. Le asestó con fuerza una patada en el morro, el animal retrocedió de ella menos de un metro. Intentó ponerse en pie y resbaló con la sangre que había bañado el piso. La criatura volvió a lanzarse sobre ella, esta vez la dentellada fue en el vientre. Notó como su piel se desgarraba y sintió el frío hocico de la bestia haciéndose camino hacia sus entrañas, desgarrando con sus dientes la carne para devorar sus vísceras. Estaba a punto de desmayarse de dolor cuando un concluyente esfuerzo por aferrarse a la vida la iluminó. El animal estaba entretenido con el festín que ella misma suponía, como pudo logró alcanzar a quitarse uno de los zapatos que calzaba. Sin pensarlo se armó de las últimas fuerzas que le quedaban antes de desfallecer y golpeó a la criatura con su zapato, el tacón de aguja se hundió en la carne de la fiera, la improvisada estocada fue letal. El morro de la bestia sin vida quedó hundido en el interior de su vientre desgarrado, a los segundos el cuerpo ya inerte del lobo comenzó a sufrir una trasformación. Silvia creyó que lo que estaba atestiguando eran sus propios delirios antes de fallecer. La criatura se trasformó en un ser humano, una mujer de larga y oscura cabellera que a ella le resultó muy familiar. Agarró del pelo la cabeza que se hundía en su vientre, parecía pesar una tonelada. La vista comenzaba a nublarsele, sabía que estaba a punto de desfallecer pero deseaba mirar ese rostro, no podía morir sin ponerle punto y final a su delirio. Tras un espantoso esfuerzo consiguió alzar esa faz ante ella. Lo último que sus pupilas pudieron vislumbrar fue el semblante ensangrentado de su compañera de piso Reme, ¡la maldita gallega!, pensó.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.