Licántropos, C.B.
La luna llena era un pálido fantasma que se desvaía al lado de los focos que alumbraban el estadio. Desde el césped, un lleno espectacular impresionaba por la sensación que producían casi cien mil seres humanos enfebrecidos vestidos de oro, verde y rojo. El vaho desprendido se elevaba al frío de la noche. El coche en promoción se encontraba en una tarima en el centro del campo, el nuevo todoterreno Aurus de la casa Clorórrodo. Su color de lanzamiento era un dorado perfectamente liso. En el capó, como tatuado, el escudo de la marca, partido de sinople y gules.
Cuando apareció el equipo de los licántropos el público comenzó una algarabía increíble: voces, saltos, movimientos de banderas...
Se enfrentarían a sus habituales rivales sparring humanos, otros cuatro equipos del doble de jugadores, uno por periodo del partido, auténticos e impresionantes jayanes, aunque enclenques comparados con los lupinos. Un auténtico ejército de deportistas al que, como casi siempre, vencerían.
***
El olor era fuerte pese al frío. La adrenalina de su presa, que indicaba el pánico que sentía, marcaba una senda a través del roquedal. Esa senda consistía en un pequeño canal cuyas paredes las formaban raíces de árboles, matorrales escuálidos, hierbas resecas y blandas por el invierno y pequeñas piedras lisas y húmedas por la escarcha. El fondo era de la misma naturaleza, pero aplastado por diez mil pasos.
Quizá no iba a ser tan entretenido como esperaba. Ni siquiera estaban un bosque auténtico, por muy grande que fuese el parque. Y la presa no se salía del sendero. Incluso cuando la vio a la luz de la luna quiso mirar hacia abajo para alargar el placer de la persecución.
Subían por una fuerte pendiente, por lo que la pieza iba prácticamente a gatas cuando la alcanzó. Lanzó una fuerte dentellada en la pantorrilla, frustrada en parte al escurrirse por los vaqueros. Si la entidad perseguidora hubiese sido un lobo, habría recibido una dura, durísima, patada en la cara con la otra pierna. Pero, por su naturaleza, logró disminuir la fuerza del impacto protegiéndose con el antebrazo. Por fin la presa se defendía en condiciones, aunque el cansancio y la pierna herida le hiciesen ir más despacio.
***
El capitán del equipo era el responsable de toda la representación, de toda la parafernalia en el estadio. A pesar de estar amenazados de muerte por el resto de comunidades de hombres lobo, por varios grupos humanos que les tenían miedo y por diversas congregaciones religiosas, había desarrollado un negocio y una forma de vivir que rompía con todas las tradiciones.
Se dedicaban cada luna llena, a veces incluso cuatro o cinco días al mes, a exhibir sus habilidades en hazañas deportivas como el partido que estaban disputando. En tales circunstancias podían ganar dinero y fama; podían ejercitarse hasta reventar, ebrios de libertad; podían alimentarse libremente con carne cruda legal, hasta hartarse; podían vivir fuera de la clandestinidad, sin tapujos. Las únicas reglas impuestas eran no dar a conocer sus identidades y no transformarse en público. Eran buenos tiempos para ellos y ya había voces progresistas en otras comunidades que se levantaban contra los lobos más conservadores.
***
La pantorrilla le ardía por la dentellada que le había regalado la bestia. Seguía corriendo por el caminito que ascendía hacia la salida del parque, aunque sabía que estaba a casi un quilómetro y cuesta arriba. El perseguidor era inteligente, le había atacado en pleno centro del parque y él, asustado, había comenzado a dar vueltas en círculo hasta que por fin encontró el sendero por el que hacía deporte todos los días y por el que podría huir.
Sí, estaba en forma, pero no era suficiente para hacer frente al monstruo que se había transformado delante de él a la luz de la luna.
Arrastrando la pierna podría llegar hasta el portón del parque y saltarlo en unos pocos minutos. Pero el bicho inmundo le seguía muy de cerca y la patada parecía no haberle afectado. Se notaba el corazón muy acelerado para el ejercicio que estaba haciendo, según su experiencia de deportista; y su cabeza no estaba demasiado clara. Demasiado: esa era la palabra. Demasiadas sorpresas, demasiado que asimilar, demasiada crueldad, demasiadas cosas nuevas en las que creer.
Demasiado miedo.
No lograba ver a ese animal peludo, pero sabía que no había parado la persecución y que era probable que hoy muriese a sus manos. Notó, al pensarlo, que se le encogía el esfínter anal y que un escalofrío electrocutaba su espalda. Se dio la vuelta y trató de otear desde un pequeño alto. Como de momento estaba tranquilo, intentó ver qué tenía en la pantorrilla. Justo al volverse hacia la pierna vio un palo, resto que parecía de la poda del arbolito junto al que estaba, y una piedra del tamaño de dos veces su puño. Y su puño no era pequeño. Tomó ambos, el bastón y el proyectil; esta vez se defendería si volvía a aparecer.
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Por supuesto, los licántropos les estaban dando una paliza a sus sparring, a pesar de lo mucho que se esforzaban éstos en plantarles cara. El público, alborotado hasta el extremo, seguía aplaudiendo, saltando, gritando. Los publicistas se daban palmadas en la espalda unos a otros al ver el éxito de la campaña: Licántropos, C.B. no defraudaban nunca.
Quedaban una decena de minutos para el final del partido cuando el capitán y director general de los hombres lobos pidió el cambio y se dirigió a la tribuna. Algo había pasado, sin duda.
Este ejecutivo era algo más bajo y menos corpulento que el resto del equipo. Y no era tampoco el más inteligente, pero sí el más activo y violento de todos. Por eso era el alfa. Y por eso, cuando vio a la policía preguntando en el foso del equipo, pidió el cambio y se acercó a indagar qué ocurría.
Tras una breve conversación, se les añadieron el delegado del campo y los gerentes de los publicistas.
Llamaron al árbitro para parar el partido que luego se suspendió. El público, que no sabía que estaba ocurriendo, desalojó el campo entre elucubraciones de toda clase, alentadas por la ruinosa declaración que se había hecho a través de megafonía.
Después de una larguísima hora, sobre el césped quedaron el equipo de los hombre lobos y un escuadrón de policías dirigidos por un inspector de uniforme. El abogado y representante de los Licántropos, C.B. también permanecía junto a ellos.
***
Por fin parecía que tomaba la iniciativa. La loba miró a su presa desde su escondite y vio cómo se armaba. Si estaba algo más tranquilo, y así lo parecía, puesto que se había orientado, más empeño pondría en la lucha. Movió la cabeza y sacudió las patas traseras para llamar su atención. De esa manera miraría hacia ella y vería la luz reflejada de la luna en sus ojos.
Y así fue. El miedo volvió a poseer a su víctima; comenzó a correr renqueando hacia la salida. Ella dio dos saltos y se puso al trote al lado del hombre. Éste era alto y fuerte. De hecho, le había parecido guapísimo cuando lo conoció. Corpulento, bien formado, con unas facciones duras pero agradables y buena conversación. Le propuso ir al parque para hacérselo allí. Con su pinta gótica no debió extrañarle nada; más aún, pareció muy excitado cuando saltaron la valla y se internaron en la arboleda. Después de tres o cuatro orgasmos, ella se transformó; sí, la cara deformada por el susto también le había hecho disfrutar, pero aún quedaba terminar la sesión con una buena cacería.
Él saltó hacia el lado contrario en el que ella corría cuando la crueldad le sonrió desde sus ojos. La estrategia ancestral de atacar los corvejones para debilitar a la presa parecía no funcionar con él desde ese momento. El miedo le pinchaba el alma y le hacía volar.
Al final del caminito, ya cerca de la verja en la zona más antigua del parque, el bosque se espesaba en viejas arrugas arbóreas, tremendas, añejas, casi viscosas.
Él reaccionó volviéndose y arrojándole la piedra, guardándose la espalda con un tronco enorme. De nuevo, si ella hubiese sido un simple lobo, la cabeza o el lomo habrían recibido aquel trozo de la vieja tierra y se habría convencido de terminar la cacería. Pero supo esquivar y se lanzó al vientre de su presa. Él intentó primero darle con el bastón agarrado a dos manos, y ella esquivó.
Cuando sintió los colmillos clavados en los músculos de su abdomen, él se defendió golpeando y clavando el palo en el lomo de la loba. Pero su cuerpo reaccionó apartando las manos de la guardia que mantenía y encorvándose por el dolor cuando el continuo abrir y cerrar de las fauces llegó hasta las vísceras. El cuello estuvo por fin al alcance de la bestia. Mordió la tráquea hasta aplastarla, cortándole la respiración.
Esos pocos segundos antes de la muerte los golpes sin fuerza, los estertores, la orina, la sangre, la desesperación, le excitaban; frotaba la entrepierna al cuerpo del moribundo sin aflojar las mandíbulas. Gotas de sabor ferroso se escurrían hacia su garganta, aumentando el placer.
Ahora, se alimentaría.
***
—Bueno, pues esto ya está despejado. ¿Vamos a tener que esperar mucho a que usted nos diga porqué hemos tenido que parar el partido, aparte de «porque ha sucedido algo grave»? —dijo el alfa.
—Mira lobito...
—Que sea la última vez que le falta el respeto a mis clientes. Su conocida animosidad hacia ellos no justifica la falta de consideración...
—Si me vuelve a interrumpir le hago detener, ¿está claro? —contestó el inspector jefe, amenazando con el dedo al abogado.— Usted, en este asunto, no tiene nada que ver ni que hacer. Le permito que esté aquí, pero nada más.
Después, y dirigiéndose de nuevo al alfa, que se contenía con bastante trabajo, continuó:
—Volviendo a lo que estamos. Un bombero ha sido hallado muerto.
—¿Y?
—Semidevorado.
—¿Y?
—Mira, lobito, no me toques las narices. Habéis sido vosotros.
—¿Está acusando a mi cliente de asesinato y antropofagia?
—¿Ha oído lo que he dicho antes? Las acusaciones ya llegarán por vía oficial, ahora estoy teniendo una agradable conversación con una estrella del deporte —respondió el jefe sin dejar de mirar hacia el alfa.— Y en todo caso, la acusación habría sido de homicidio y de mancillar un cadáver, ignorante.
—Mire, jefe, como le ha dicho mi abogado, si quiere nos acusa y listo, pero ahora nos vamos, si no le importa.
—Sí que me importa. Acabamos de encontrar el cadáver, como les he dicho. Un bombero. Un compañero. Y apenas lleva una hora muerto.
—¡Me cago en el viejo Licaón! Así queda todo resuelto. Llevamos en el estadio desde hace más de seis horas. Ya sabe, la parafernalia de la identidad y la transformación. Ahora, nos vamos. Y después, les denunciaremos y será la última vez que me molesta, que ya han sido demasiadas.
El jefe de policía hizo una seña, y una furgoneta apareció en el campo. La curiosidad hizo que los licántropos aguardasen en el césped. El furgón dio marcha atrás y el maletero se abrió hacia los protagonistas de la conversación. Una lobezna bellamente antropomorfa apareció desnuda:
—¡Hija!
—¡Papá!
—Veo que la conoce, lobito, ¿eh?
—¡Hija! ¿Qué has hecho?
—Papá, no lo pude resistir.
La lobezna corrió a abrigarse con los brazos de su padre.
Ahora, toda la fuerza policial encañonaba a los lobos. Puesto que las balas convencionales no les harían demasiado daño, algunos lupinos comprendieron la situación y comenzaron a retroceder.
—Bien, he hablado con el alcalde y somos de la misma opinión. Ustedes no son humanos, al menos en estos momentos. Son bestias inmundas que representan un peligro para la ciudad, como las ratas. Y a las ratas, las exterminamos.
La luna llena era un pálido fantasma que se desvaía al lado de los focos que alumbraban el estadio. Desde el césped, la soledad de las gradas impresionaba en su inherente vacuidad. El humo desprendido por las armas se elevaba al frío de la noche. No hubo aplausos.
Relato entretenido y bien escrito que a veces me daba cierta sensación de no pretender ser demasiado serio, no sé si me explico bien. Lo digo por el planteamiento, un partido de hombres lobo contra humanos ya suena a algo casi humorístico, aunque no sé si era esa la intención. Igual que otros detalles como el nombre de la marca del coche: Clorórrodo (vaya palabreja fea que se ha sacado usted, don torpeyvago).
Confieso que al principio he tenido que buscar tres palabras en el diccionario que no recordaba haber visto nunca: sinople, gules y jayanes. Aunque nada importante para sacarme de la historia.
En cuanto a errores (pequeños), en la frase: "Ni siquiera estaban un bosque auténtico", falta una preposición "en", nada importante. Y hay otra que me suena fea: "El capitán del equipo era el responsable de toda la representación, de toda la parafernalia en el estadio". Esos dos "toda" tan seguidos, me suenan redundantes. Yo quitaría el primero, por no considerarlo necesario.
A mí me hubiera gustado, aunque es opinión personal, más "oscuridad" y crudeza en el relato, pues parece moverse todo el rato entre la seriedad que se supone a un relato de este tipo y un tono más ligero, sin llegar a decidirse por ninguno de los dos.
Mi voto son tres puntos y cuarto.