Ayer tuvimos una tempestad del copón. Pero del copón. Se iba la luz cada dos o tres minutos de todo el pueblo. Nosotros ya pensando que se nos iba a echar a perder toda la comida del congelador y que comeríamos como hombres de las cavernas hasta el lunes mientras el cielo se veía surcado por los esqueléticos dedos de un Thor fosco y tal. Lo típico por aquí, supongo.
El caso es que los críos mayores pidieron echarse a dormir en la misma cama (sí, de algún modo consiguen caber) y hasta ahí bien: se quedaron sopa relativamente pronto. Pero entonces a la cuarta (tres años) le subió la fiebre y se juntó el sonambulismo familiar con los delirios febriles para dar a luz al SALTAMONTES ASESINO ONÍRICO.
Nosotros ya estábamos echos polvo porque el bebé está también con fiebre y no nos había dejado dormir, pero a partir de las cuatro de la mañana la cosa ha degenerado pero bien. La pobre canija estaba aterrorizada. No había visto nada igual nunca, y mira que tenemos sonámbulos en la familia a punta pala. Se metió en la coscorronera que había un saltamontes en casa y estaba en pánico total. No había forma de convencerle de que no había nada. Diez minutos así. Cualquier cosa (el pelo, una sábana, un juguete, una sombra) era el saltamontes de marras.
Y cuando parecía ya que lo del saltamontes estaba controlado, ha empezado con que había PECES con BOCA en la habitación. Ya no sabíamos si reir o llorar. Qué desesperación.
El único consuelo es que no eran los escorpiones lo que le daba miedo.
Vamos, que no he dormido.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.