CAMILA
Corro apresuradamente a través del bosque. Puedo escuchar los gritos feroces de la horda enardecida que se aproxima, si giro en la dirección equivocada, alguien podría alcanzarme, pero jamás me encontrarán. El bosque está tupido y oscuro, pero lo conozco bien, puedo esquivar las rocas filosas y los troncos caídos, pues sé exactamente dónde están ubicados. He explorado estos senderos durante muchas noches como esta, pero el tronido de las hojas secas que piso a mi paso podrían delatarme.
- ¡Camila, detente!
“Vaya, quién lo diría, este idiota me encontró”. Me detengo un momento, solo por diversión. Giro lentamente para ver su rostro, y el hombre que veo frente a mi bien podría ser un niño, se puede ver el terror en su rostro. Es fácil darse cuenta que esta cacería es demasiado para él, le falta malicia para enfrentarse a alguien como yo. Con una leve inclinación de mi cabeza, empiezo a sonreírle, lo que para él debe parecer una sonrisa retorcida, “Tienes sonrisa de tiburón Camila”, me decía mi mamá.
Me parece increíble pensar en mi mamá en este preciso momento, ¿a qué se deberá?. Y me empiezo a reír juguetonamente, no del chico, sino del recuerdo de mi madre, de aquél día en la cocina en que muy seriamente me dijo que debía parar. “Corazón, esto ya se te está saliendo de control. Entiendo que a tu edad te de curiosidad investigar sobre estos temas tan extraños, pero esto es demasiado”, y en ese momento puso sobre la mesa mi colección, como si en una partida de póquer ella trajera una escalera. Pero era tan predecible la pobre, yo ya sabía que estaba hurgando entre mis cosas y dejé precisamente ahí, mi colección de muñecas, para que ella la encontrara.
Eran muñecas bastante bobas la verdad. Estaban hechas con huesos y pelos de gatos que utilizaba para hacer mis pequeños rituales, en los cuales siempre parecía fallar algo. Pero no esta vez. Sé que ahora todo salió bien pues todo estaba bien planeado y contaba con todos los elementos para que Él viniera, todo fue seleccionado cuidadosamente, incluso los factores externos fueron previstos con extrema precaución.
Entonces me gustaba usar gatos por que era divertido acecharlos, cazar al cazador. Además necesitaba algo con qué practicar. Me escondía entre los arbustos, y podía pasar horas ahí callada, esperando a que un gato pasara. La primera vez que atrapé uno, lo llevé a mi casita en el jardín, la que mi papá me construyó antes de que se muriera, mi refugio. Ahí, oculta detrás de las cortinas de princesas que mi mamá colocó, con Bella, Cenicienta y Aurora quienes fueron testigos de mis más íntimas atrocidades, mis placeres malditos. Pero sus maullidos desesperados me inquietaban, afuera no había nadie, pero cualquier ruido extraño me podía delatar con algún vecino chismoso, y sin que yo me diera cuenta hubiera podido asomarse alguien a mi casita y observar lo que yo hacía y decírselo todo a mamá. Así que con miedo de ser descubierta, y sin pensármelo dos veces, le troné el cuello.
Fue una sensación liberadora, primero la conmoción del gatito prisionero, amarrado de sus patitas, maullando desesperadamente, luchando por liberarse. El llanto y el dolor, fueron como música para mis oídos.
Crac y silencio.
La contemplación de la primera víctima perdura eternamente en la memoria de su ejecutor, y siempre existe la añoranza de aquél momento. Se pueden recordar claramente los colores, los aromas, los sonidos todo amplificado por una intensa sensación de poder.
Después del tronido, me invadió la adrenalina y me empecé a reír incontrolablemente, como si hubiese perdido la razón. Como no había planeado realmente lo que quería hacer con el gato una vez muerto, pues todo lo fui haciendo sobre la marcha, empecé a contemplar lentamente cada detalle de su cuerpo inanimado, tratando de tomar una decisión. Lo tomaba entre mis brazos y flexionaba sus patitas y su torso. Ahora era mi juguete, y podía hacer con él lo que quisiera, quemarlo, aplastarlo, devorarlo, lo que yo deseara, él estaba a mi disposición.
Comencé a preguntarme, cómo sería por dentro mi nueva marioneta. Así que empecé a desollarlo poco a poco, con una navaja que había robado de la caja de recuerdos de mi padre que mi mamá guardaba en el ático de la casa. Batallé un poco para hacer el primer corte, el cual hice en su garganta. Después de un rato al terminar de cortar, empecé a jalar vorazmente, la sangre me salpicaba mientras rasgaba poco a poco su piel, hasta quitársela por completo. Mis mejillas blancas ahora eran rojas, y mi vestido de algodón estaba teñido en sangre también. Podía sentir el calor de su interior invadir el frío de mi cuerpo por tanta emoción.
Mickey, no sabía su nombre, pero así lo llamé después para recordarlo con el respeto que se merecía, después de todo Mickey, debía ser la mascota de alguien, supongo. Los restos los tiré en el canalón cerca de la iglesia, junto con el vestido.
Este cabrón está frente a mi, apuntándome con su arma mientras espera que me rinda y lo deje tomar el control de la situación, y en lo único que puedo pensar es en el recuerdo de Mickey y aquél día en que mi mamá me enseñó las muñecas que preparé con los huesos, pelos y dientes de la suma de las víctimas que llegaron después de él. La colección que yo dejé a su alcancé porque quería ver su reacción. Debía saber si había alguna posibilidad de que ella fuese como yo, y la única forma de saberlo era mostrándome tal cuál era yo frente a sus ojos. Con mi alma desnuda, sin ningún disfraz.
Pero me equivoqué. Y después de ese día, no había más que miedo en su mirada, y preocupación, pues la tonta no sabía qué hacer conmigo después. Y por su propia debilidad, me dejó ser y hacer lo que yo quisiera. Lo cuál desembocó en los hechos que acontecieron aquella noche.
- No me la pongas difícil Camila, realmente no intentamos lastimarte. Solo queremos que vengas con nosotros y platicar un poco sobre lo que pasó hace rato. ¿Me dejas platicar contigo?
- No me chingues, ¿enserio?
“Este güey debe estar muy pendejo si cree que me voy a ir con él.” En ese momento, ya cansada de huir y frustrada porque Él no llegaba aún, decidí atacar.
Sin pensármelo dos veces, me lancé hacia el policía como un animal salvaje. Una vez más, cazando al cazador. Encima de ese estúpido, arañando su rostro y dándole mordiscos, descargué toda mi furia y desesperación. “¿Por qué no ha llegado? Hice todo al pie de la letra”. Los chorros de sangre brotaban por todos lados y el policía gritaba sin cesar.
Fue entonces, cuando llegaron los demás y entre todos me sometieron.
- ¡PURSON! ¿Por qué no llegas?
Y perdí el conocimiento por completo.
En ese momento repasé en mis sueños el ritual, nada pudo haber fallado. El Jueves de Samaín regido por el planeta de Júpiter a la una de la madrugada, con la luna iluminando mi ofrenda con sus destellos tenues de luz. El círculo de invocación tenía las dimensiones exactas y dibujado con carbón, en el exterior, inscritos los caracteres y su nombre, rociado también el exterior del círculo con agua bendita, tal cual debiera ser, el Pentáculo de Salomón.
Yo, desnuda bajo una túnica negra de terciopelo, el primer día de mi periodo menstrual, y con la sangre chorreando entre mis muslos. Mi piel blanca cubierta de símbolos dibujados con mi propia sangre, lo cuales evocaban a mi invitado de honor. Los pezones duros como flechas. Mi melena negra y enredada cubriendo mi rostro y meneada por el frío viento, con hojas secas y tierra en el cuero cabelludo.
En medio del círculo estaba parada, con mis ojos verdes perdidos en el horizonte, escuchando los susurros del viento, que me decían: “Ya estás lista”, y me daban valor. A mi lado, el macho nacido ese mismo día y que no paraba de llorar. Ese primogénito que robé de su madre, que las autoridades debían estar buscando y que cuando lo sostenía movía sus labios como tratando de mamar algo, tenía hambre. Su llanto me recordaba a los maullidos de Mickey. Lo sostengo con mi mano izquierda de su pie y lo elevo desnudo, mientras él se agita y chilla desesperado. Elevo al cielo la daga de plata con su nombre inscrito en la cuchilla con mi mano derecha y exclamo.
¡Te invoco, conjuro y ordeno, a ti, oh, Espíritu PURSON, para que aparezcas y te muestres en forma visible aquí, ante este Círculo, en forma clara y bella, sin artificio ni deformidad, en el nombre de ON, por los nombres Y y V, que fueron oídos y pronunciados por Adán! ¡Por el nombre Joth, que Jacob aprendió del Ángel en la noche en que luchó con Esaú y fue salvado de su ataque! ¡Por el nombre Emmanuel, que fue pronunciado por las tres criaturas Shadrarch, Meshach y Abednego en las llamas, y ellas se salvaron!
¡Y por los Tres nombres más Secretos y Santificados: AGLA, ON, TETRAGRAMMATON!
¡Por el Temible Día del Juicio! ¡Por el Móvil Mar de Vidrio ante el rostro de la Máxima Divinidad! ¡Por las Cuatro Bestias ante el Trono, con sus ojos delante y detrás! ¡Por el Fuego del Trono! ¡Por los Santos Ángeles del Paraíso! ¡Por el Poderoso Conocimiento de Dios!
¡Da respuestas precisas y verdaderas a mis preguntas, y lleva a cabo mis órdenes, en la medida en que tus funciones te lo permitan! ¡Y exprésate con voz clara y natural, a fin de que yo pueda comprender tus palabras![1]
Al terminar de pronunciar las palabras de invocación, entierro la daga en su pecho. Su piel rosada y su carne rolliza y tierna, se siente como perforar una barra de pan, recién salida del horno. Proclamo nuevamente el discurso que lo atraerá hacia mi, mientras la sangre del bebé se derrama en medio del círculo. Y espero pacientemente mientras el bebé se sacude, hasta quedar inerte, sin vida. Pero ningún soplo del viento parece hacerlo llegar, y ya comienza a amanecer. Y después de un rato el frío me invade y empiezo a mecerme dentro del círculo, como si arrullara al bebé, cuyo cuerpo está ahora helado entre mis brazos, y su piel ha perdido todo color.
De pronto, entre los árboles comienzo a escuchar que alguien se aproxima, y estoy segura de que es Él. Me levanto para recibirlo, con el cuerpo entre mis brazos a manera de ofrenda y con una sonrisa llena de expectativas. Al fin tendré el poder que me merezco y por el que he luchado y sacrificado tanto.
Pero no es Él quien viene sino ellos. En el momento en que me doy cuenta que no vendrá, arrojo el bebé al suelo, ya pálido y seco por el paso de las horas de espera en vano. Y comienzo a escapar, empieza la persecución. Corro rápidamente entre los árboles, los arbustos y las rocas, su filo lastima mis pies descalzos, y las ramas rasguñan mi piel. Y a pesar de que conozco el camino, mi persecutor siempre me alcanza en mis sueños, igual que aquella noche.
Todos mis días son iguales, aquí encerrada. Repaso todo lo sucedido en mis sueños y despierto conmocionada, esperando que si aquél día no atendió a mi llamado, ni tampoco los que han seguido después, hoy será diferente y llegará. Pues debe responder a mis súplicas interminables. Pero nunca viene, y prisionera entre estas cuatro paredes, comienzo a convencerme de que algo debió salir mal. Es la única explicación. O tal vez no soy digna.
La puerta se abre y me llevan los hombres de blanco. Estoy amarrada y así es sencillo para ellos sentirse superiores, aunque yo sé que no son más que cucarachas que me gustaría aplastar. Me llevan rápidamente por un pasillo hasta que llego con la mujer que me hace preguntas interminables sentada al otro lado de la mesa frente a mi. Preguntas sobre mi pasado, mis sueños y mis motivos. Quiere que le explique lo que pasó aquella noche con lujo de detalles. Y quiere que le hable de Él, mi príncipe de las tinieblas, Purson.
- Camila, buenos días. Te ves bien esta mañana, ¿cómo te sientes?
Pero ella no merece si quiera que la mire, mucho menos que le responda.
- No podemos avanzar si sigues así. ¿Sabes que tu juicio es pronto, no? Yo tengo que emitir una opinión sobre tus facultades mentales, y para poder hacerlo necesito que te comuniques conmigo.
- No importa que el juicio sea pronto, Él ya viene por mi, lo puedo sentir cada vez más cerca. Me liberará y estaré a su lado, seré su igual. Todos serán sometidos bajo el yugo de nuestro poder. Y gobernaremos juntos el imperio de agonía en el cual todos los hombres de esta tierra serán juzgados. ¡Y ese será el verdadero juicio, el día de Juicio Final!
Después de darle mi pequeño discurso, que le recito solo por el placer de escuchar mi voz, y para que Él vea que lo sigo esperando, que no he perdido la fe, la veo hacer sus anotaciones rápidamente en el legajo que tiene mi nombre. Trato de ver lo que escribe fingiendo desinterés, pero entonces ella lo nota, y hace una seña a los guardias que están fuera, en la puerta.
- Es todo por ahora Camila, muchas gracias.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquella última vez en que hablé con la mujer, pero estoy segura de que no ha sido poco. Comienzo a sentir cambios en mi cuerpo, es el efecto de las medicinas que me obligan a tomar constantemente. Ya no estoy tan alerta, me he vuelto más lenta, no solo físicamente sino también en mis pensamietos. A veces reacciono de un entumecimiento mental y me encuentro sentada en un rincón meciéndome sin cesar, balbuceando mi conjuro, con la saliva resbalando por mi barbilla. Trato de limpiarme la cara pero no puedo, estoy amarrada.
La luz de la luna entra por mi ventana y alumbra mi habitación vacía, con solo una colchoneta en el piso. Empiezo a llenarme de desesperanza, y dejo correr las lágrimas, sin vergüenza alguna pues soy solo un despojo de la mujer que solía ser, antes de llamarlo, cuando solo lo añoraba.
- ¡Purson! ¿Por qué me has abandonado? ¡Aún te espero mi amor!
Pero nadie me escucha, de pronto en las sombras, veo dos rubíes brillar en un rincón. Y me quedo observando enmudecida. Mi corazón parece haberse detenido y de mi boca no puede salir ahora ningún murmuro. Solo observo, ¿acaso me engañan mis ojos?
- ¿Por qué tardaste tanto? ¡Pero ya no importa, sabía que no me abandonarías, te amo! ¡Por favor, libérame y que nuestro reino del terror comience!
Pero sigue habiendo un silencio sepulcral en mi celda, y el tiempo parece detenerse. El miedo comienza a consumirme lentamente, pues los rubíes parecen intensificarse. Son dos llamas llenas de odio, un odio inmenso que nunca antes había experimentado. El calor invade mi cuerpo y temo que la habitación comience a arder, y yo con ella, pues ese odio sé que está dirigido hacia mi.
De pronto Él da un paso, y a pesar de que yo sé que viene a recolectar mi alma, estoy llena de un sentimiento de felicidad indescriptible, mi corazón palpita desbordante de amor y admiración hacia Él. Da un paso imponente, y la primera pata sale lentamente de entre la oscuridad, llena de su pelaje color cenizo, y su pezuña negra de cabra, e inmediatamente después una segunda. El sonido de sus pisadas es ensordecedor y siento temblar el piso. Y es así como lo veo por primera vez ante mis ojos, como realmente es, con toda su solemnidad y belleza. La luna lo ilumina, su cabeza de león con ojos de rubí que brillan como llamas de fuego y su melena abundante, sedosa. Cinco patas de cabra musculosas, una tras la otra de forma circular, como una estrella de cinco picos, girando sobre si mismo.
Purson, se queda ahí postrado frente a mi, sin decir ni una palabra, su mirada penetrante y llena de odio. Y yo frente a Él, inmóvil por el temor y la curiosidad de escuchar sus designios, pues yo soy su esclava.
De pronto, después de lo que parece ser una eternidad, Él lanza un rugido estrepitoso y su imagen desaparece.
- Doctora, aquí tiene el video de Camila. Hemos revisado y no se ve nada fuera de lo normal. Se ve como siempre balbuceando, y después de lo que parece ser un ataque de ansiedad, desfalleció.
- Gracias enfermera, es todo por ahora, si necesito algo más te llamo.
La doctora da toques nerviosos con la pluma sobre el legajo de Camila, el caso de esquizofrenia paranoide más extraño que se ha presentado hasta ahora en su carrera de psiquiatría, y que no pudo desentrañar.
[1] Extracto del Segundo Conjuro dirigido a los Espíritus Maldispuestos del Lemegeton
Relato admitido a concurso.