Mi hermanita es muy rara.
Viste y se pinta toda de negro, igual que mamá, que siempre va por ahí con esos largos vestidos oscuros.
Tiene un osito que siempre lleva consigo, y habla con él cuando cree que nadie la escucha. Suele hacerlo de noche y en tono bajo. Al principio, pensaba que ella hacía la voz de su amigo peludo; ahora… estoy seguro de que está vivo, porque una vez vi pasar su sombra ante mi puerta. Pasó en un segundo, casi sin hacer ruido; pero apostaría mi colección de cromos a que era él. Por supuesto, intenté que hablase conmigo un día que me encontraba solo en la casa. No sirvió de nada: ni siquiera reaccionó después de clavarle una chincheta en el ojo. Muerto total. O eso quiere hacerme creer, el listillo, que está muerto total. Yo sé que es mentira.
Además del osito, en su cuarto hay un montón de juguetes porque mi padre se lo consiente todo; creo que le ha hecho algo raro. ¿Me habrá hecho algo también a mí? Ayer mismo, sin ir más lejos, se libró de comer brócoli gracias a una cucaracha que apareció en el plato. Fue extraño, pues nunca había visto cucarachas en la casa, y nunca volví a ver otra; sin embargo, ahí estaba, correteando con sus patitas sobre la porcelana. Qué asco.
Y lo anterior son boberías comparado con sus últimas travesuras. Menudo embrollo montó meses atrás, uno tan grande que nos obligó a mudarnos. Ocurrió rápido, muy rápido. Fue en el colegio, por la tarde. Había un chico que siempre la molestaba, tirándole de sus trenzas cada vez que la encontraba en el recreo; apareció desmayado y lleno de picaduras, picaduras de tarántula, creo que dijeron. Tarántulas… Recuerdo haber visto un documental de esos bichos en la televisión… con mi hermanita, que parecía estar encantada viendo cómo cazaban ratones. Sí que es rara, la niña. Ojalá fuese igual que las otras, ésas que sólo saltan a la comba, ríen, juegan a rayuela y se asustan con las arañas.
Mudarnos fue un desastre para mí, porque tuve que dejar a mis amigos; pero lo que ha pasado hoy… Mi padre, después de enterarse y quedarse blanco como la nieve, hizo que toda la familia entrase en el coche y pisó el acelerador, dejando otro pueblo atrás.
Mamá se lo dejó claro después de la mudanza: «No hagas nada que nos ponga en evidencia, hija, que es difícil empezar de nuevo». Entre mamá y ella hay una fuerte amistad, y creo que esconden secretos. Aunque no me gustan los secretos, poco puedo hacer para descubrirlos, porque son cuidadosas y no suelen dejar nada suyo a mi alcance, como esos libros raros que no me dejan tocar. Una vez encontré uno abierto encima de la mesa y vi dibujos rojos en las páginas: caras feísimas con cuernos. También había un texto rojo escrito en un idioma desconocido para mí; así que perdí rápido el interés. ¿Cómo pueden leer esas cosas? Vaya aburrimiento.
Pues mi hermanita estaba advertida de sobra y dio igual: volvió a armar un buen lío, a escandalizar, porque las hijas de nuestros vecinos, dos gemelas presumidas, le gastaron una broma pesada en el parque. Me encanta el parque: allí se juega a la pelota cada día, un partido constante, y cualquiera puede unirse si hace falta un jugador más, lo cual es algo que suele suceder con frecuencia. Mi hermanita me acompaña cuando voy, y mientras yo juego, ella se sienta en un banco y lee; no los libros extraños, por supuesto, sino esas novelas con espadas y reyes. A mí no me gustan. Tampoco me gusta que se ponga a leer en público: llama la atención que una niña tan pequeña haga eso en vez de peinar muñecas o ponis.
Las gemelas estaban columpiándose y chupeteando un helado, ya que hacía un calor espantoso. Yo sudaba a chorros en medio del partido, con ganas de terminar para refrescarme con el agua de la fuente. Nada indicaba que pasaría algo terrible; pero a las gemelas, en cuanto se les acabó el helado, no se les ocurrió nada mejor que quitarle la novela a mi hermanita y reírse de ella. Supongo que pensaron algo así: «Como somos más altas y mayores, y llevamos más tiempo viviendo en este sitio, tenemos el derecho de fastidiar a la cría sabihonda». Lo que no sabían es que esa novela, precisamente ésa, era un regalo que le dio la abuela antes de morir; incluso tenía una dedicatoria, «A mi amada nieta. Para que me recuerdes», que las gemelas leyeron en voz alta con un tono de burla.
Mi hermanita infló los morros, gesto extrañísimo en ella, alargó una mano y esperó. Si las gemelas creían que iba a suplicar por el libro, lo llevaban claro. Yo estaba asustado por lo que pudiese ocurrir, así que intenté llegar hasta ellas para quitarles el dichoso libro; pero fue tarde: las gemelas, aún sonrientes, arrancaron un montón de páginas y las tiraron por el aire. En cuanto vi eso, me detuve en seco; poco podía hacer ya.
Esas dos niñas eran tontas de remate, y por tontas iba a pasarles lo que les iba a pasar: a una de ellas, la que sostenía el libro, le empezó a crecer una joroba en la espalda. Parecía un globo que se inflaba lentamente, hinchándole la ropa. Supongo que eso le debió de doler bastante, ya que se cayó de rodillas y chilló mientras se llevaba las manos al bulto. Pobrecilla, no creo que mereciese un castigo tan bestia aunque se lo buscase. Podría haberle dicho a mi hermanita que se detuviese, que se estaba pasando. Si no lo hice, es porque no hubiese servido para nada. La conocía de sobra.
En pocos segundos, la joroba le rasgó la ropa y salió a la luz. Era negra, brillante, era asquerosa. De ella salieron cuatro alas de bicho; recordé las libélulas que a veces yo perseguía en el jardín. En ese momento pensé que podría ser un regalo, la imaginé volando con aquellas alas. Qué bobo fui: después de lo que había hecho, ¿cómo iba a ser un regalo? Ni en broma. El castigo siguió: sus ojos se cayeron al suelo, uno tras otro, chof, chof, y fueron sustituidos por otros de mosca, o al menos a mí me parecieron de mosca. Esto atrajo público, por supuesto. Se había formado un círculo de gente, la mayoría niños, que la miraba con una mezcla de interés y grima. Cuando me di cuenta del peligro que corría mi hermanita, sentí un intenso deseo de llevármela, una voz me gritaba que la sacase de allí. Y eso es lo que intenté hacer… antes de que ella me lanzase una mirada de advertencia. Conocía esa mirada, vaya que sí. Significaba que debía quedarme lejos o me pasaría algo muy, muy malo, como esa vez que, sin saber por qué, tragué varios gusanos de tierra.
La piel de aquella niña se volvió negra por completo, y luego le salió un montón de pelo en su cuerpo. A partir de ahí, se volvió más y más pequeña hasta ser del tamaño de un puño. La otra gemela, la que veía de cerca el cambio, tenía una cara de susto impresionante, lloraba y le temblaban las piernas. Eso sí, ni gritó, ni vomitó, ni se lo hizo encima, como algunos espectadores. No sabía lo que le esperaba: mi hermanita, que estaba enfadadísima, hizo que cogiese al bicho y le diese un bocado; creo que nunca olvidaré la masa oscura que le ensució los labios, mezclándose con lágrimas y mocos. ¡Y de qué manera se retorcía el bicho malherido! Qué horror.
Al notar que los espectadores aumentaban, no pude resistirlo: cogí a mi hermanita por la cintura y, levantándola con fuerza, la saqué del parque. Afortunadamente, no me siguió nadie porque debían estar demasiado asustados; supongo que necesitaban un rato para recuperarse. Mientras nosotros escapábamos, esa voz que me machacaba el cerebro se volvió insoportable: «¡Vuelve a casa!», gritaba y gritaba.
Y hala, a huir en coche otra vez. Mi hermanita va sentada atrás, conmigo, y apoya su cabeza en mi pecho; yo se la acaricio con suavidad.
Sí, mi hermanita es muy rara, y sé que debería darme miedo; pero la quiero, la quiero muchísimo. Cada vez que me mira la quiero más.
Veo que soy la primera :)
Este relato en concreto me ha llamado la atención por el estilo del narrador: me parece buena idea que esté contado desde el punto de vista de un niño cercano a la pequeña bruja. Sin embargo, esa idea presenta algunos "peros" que no me terminan de convencer. Da la sensación de que no llegas a delimitar la información que tiene el niño a cerca de su hermana y la relación que existe entre ambos. Al comienzo parece que él es menor que ella y juegas con esa inocencia infantil para explicar los tejes y manejes de las brujas en la familia. Eso está bien. Pero, ya llegados al final, cuando suceden todos esos desastres, parece que el niño deja de sentir curiosidad y reacciona de manera normal a todo ello, como si ya supiese la verdad. ¿Me explico? Y eso podría suceder perfectamente, pero no explicas el proceso.
Ese es el mayor fallo que le veo al texto. Además del cambio de tono narrativo que va ligado con lo anterior; unas veces parece ser un niño de seis años (aproximadamente) el que habla, y otras un hombrecito de once o doce. Tampoco queda claro la edad de la protagonista.
Son detalles insignificantes para la historia pero, en mi opinión, creo que deberían estar mejor marcados si quieres que tenga efecto jugar con el punto de vista infantil, la imagen de la bruja mostrada en pequeñas dosis, etc.
Por otra parte, la historia en sí me parece original, no demasiado trabajada, eso sí, y tampoco cuentas nada nuevo, pero orginial. También es verdad que me habría gustado saber más detalles sobre la vida de esa familia. Da la sensación de que intentas profundizar pero tu niño narrador te lo impide y de ahí esa falta de coherencia que te comentaba antes. Con unos días de reposo y una corrección final habría quedado muchísimo mejor.
En cuanto a ortografía y demás tengo poco que decir. Está bien escrito aunque el final me parece un poco flojo con referencia al planteamiento inicial y el misterio que envuelve a la muchacha. Creo que la narración en primera perspectiva se te da bastante bien y sabes encontrar el tono infantil para relatar historias.
Te doy ★★☆☆☆ y te animo a valorar los otros relatos. Se aprende muchísimo y a todos nos gusta conocer las opiniones de los compañeros. Para eso participamos ;)
Un saludo
Giny Valrís
LoscuentosdeVaho