Me paro en este restaurante de cocina experimental y pido la carta. Lo cierto es que no entiendo nada, aunque está escrito en correcto español. Pido un plato al azar y no tengo casi que esperar cuando ya lo tengo delante. El servicio es rápido, y he de decir que también amble. La presentación es exquisita y el plato se degusta con agrado. Tiene un sabor particular que enmascara el ingrediente principal. Desde luego no es dulce. Pido la cuenta con la intención de dejar una buena propina y no pregunto qué he comido. Prefiero mantener la sorpresa y volver otro día para pedir de nuevo otro plato al azar.
Por cierto, sobre el punto que va después del signo de cierre de admiración.
No sea la incomparecencia de Clochard una excusa para que falte la valoración de Intercambio..
Creo que un buen micro debe aportar unas gotas de “devanarse los sesos”. Los micros sin dobles lecturas, o que no exigen un poco al lector, a no ser que presenten alguna genialidad, suelen leerse con la sensación de “falta de algo”. Sin embargo, tan malo es el defecto como el exceso, y un relato que sea demasiado opaco puede llegar a extenuar. Hacia esta segunda parte se desliza Intercambio, al menos para este lector. No acabo de entender cuál es la historia que nos quiere presentar su autora. Vitubrio (¿Vitruvio?) es un nombre demasiado curioso para ser al azar, y su cercanía a la basílica está bien metida en la primera frase para llevarnos a la Edad Media, posiblemente frente a obispo (por lo de la bajeza moral). Y a partir de aquí, empieza la complicación. ¿Qué es lo que se reconoce? ¿Si es un obispo, no debería ser tratado de usted? ¿Qué es lo que intercambia? Creo que existen demasiados interrogantes en el micro, que posiblemente se ven claros en la mente de la autora, pero no así en el lector, dejando a la historia a medias. Le hubiese venido muy bien una presentación distinta para dar una mayor claridad a las palabras.