Los relatos

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Coon
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Bote dijo:

Coon, tu cuento refleja un momento dramático en el que la tristeza y la melancolía son el principal acicate. Consigues que importe poco el motivo de la muerte de ella y que te centres en ese momento, esos pensamientos de él que son barridos... Sí, lo voy a decir: "Como lágrimas en la lluvia"

Está muy bien.

Muchas gracias Bote. Era justo lo que intentaba conseguir. 

A ver si saco un rato y os comento a todos, que llevo unos días un tanto acupados U_U

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Bote
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No hay prisa, Coon.

Bueno, aquí os dejo a mi pequeño niño cena...

 

NIÑO CENA

 

«Dos días sin comer es suficiente castigo» Pensó Clara, otra vez.

La Isla era un cuadrado perfecto. Lo sabía porque la había recorrido por sus bordes varias veces. Eran, exactamente, trescientos veinte pasos por cada lado. Un cuadrado perfecto en medio del océano.

«Si al menos me dejarais recordar mi delito» Volvió a pensar Clara.

Se había aburrido de hacer aquellas preguntas en voz alta, dirigidas al poste metálico sobre el que se encontraba la cámara de vigilancia. Ahora solo las pensaba para sí misma, como si ellos pudieran estar en su cabeza del mismo modo que habían estado para borrarle sus recuerdos recientes.

La Isla era de cemento, o de hormigón, no podía distinguirlo. Estaba pelada de todo rastro de vida, excepto la que crecía en algunas grietas. Eran malas hierbas llegadas de fuera. No eran comestibles y, si de algún modo podían llegar a serlo, ya habían desaparecido mordisqueadas durante el primer día de su estancia en aquel lugar.

En el centro de la Isla había una caseta metálica. En el centro de la caseta ardía un fuego que no se apagaba. En el techo colgaba una esfera negra con, posiblemente, una cámara de vigilancia dentro. También había un cuchillo de carnicero, grande y afilado, pegado a una de las paredes de la caseta. Podía cogerlo y llevarlo a cualquier lugar de la Isla. Había intentado varias veces arrojarlo al mar, pero el cuchillo se quedaba pegado a su mano derecha. La única forma de soltar el cuchillo era dejándolo en ese lugar exacto de la pared, entonces podía abrir la mano y liberarse de él. Cogerlo con la izquierda no funcionaba y, si lo intentaba, el cuchillo permanecía adherido, inamovible.

Clara volvió a mirarse la palma de la mano. Allí estaban los finos hilos que le habían introducido debajo de la piel.

«Tecnología al servicio de la barbarie» pensó Clara, otra vez.

Justo al lado de la caseta había una pequeña fuente de agua que funcionaba en todo momento. El agua surgía de un pequeño caño que salía del suelo y caía en un cuenco horadado directamente en el cemento. El cuenco estaba siempre rebosante y el agua sobrante se desbordaba formando un pequeño riachuelo que terminaba cayendo por un extremo de la Isla. Al otro lado de la caseta estaba el poste, de unos cinco metros, con la esfera de cristal negro en la cúspide. Desde allí vigilaban sus movimientos. Eso suponía Clara, que imaginaba una cámara de video dentro.

Y eso era todo.

Su último acto de rebeldía consistía en permanecer quieta, tumbada al sol. Si alguien estaba disfrutando con aquello tendría que conformarse viéndola yacer en silencio.

A Clara le habían dejado un vestido, de ese color azul marino que se identificaba con la reclusión o el trabajo. Estaba descalza, lo que a ciertas horas le impedía poder caminar por la Isla, debido al excesivo calor que el cemento adquiría. Clara había usado el cuchillo para cortar el faldón del vestido en dos largas tiras. Se las enrollaba en los pies en esos momentos del día, aunque lo mejor era meterse dentro de la caseta para que el sol no siguiera enrojeciendo su piel, antes blanca.

«Si pudiera recordar lo que hice, si pudiera recordar porqué estoy aquí» Pensó de nuevo Clara.

Atardecía. En pocos minutos empezaría el frío y tendría que meterse en la caseta, al calor del fuego. Antes de esconderse por tercera vez desde que despertó en la Isla, Clara, quiso asomarse al mar.

Los bordes de la Isla consistían en una caída de dos metros hasta el agua. Clara había pensado varias veces en tirarse y nadar, para llegar a algún lugar, o morir. Pero aun no estaba tan desesperada. Desde el agua no podría volver a la Isla si se arrepentía de su acto. Dos metros de altura eran más que suficientes para evitar que ese pensamiento terminara convirtiéndose en una realidad.

Clara observó de nuevo el océano, azul y frío y se dijo que, tal vez, al día siguiente se arrojaría.

Fue hasta la caseta, entró por su única puerta, se acurrucó en el suelo, al lado del fuego, le hizo un gesto obsceno con el dedo a la cámara y se durmió.

Soñó que su madre le colocaba delante un plato de espagueti con salsa boloñesa y que ella lo rechazaba. Era un sueño basado en un recuerdo lejano, de su infancia, cuando la posibilidad de comer espagueti todavía existía. Su madre se enfadaba y le decía que tenía que comer, que comer era lo más importante, que la gente que no come es gente insatisfecha. Su madre le hablaba, le decía cosas, pero no podía escucharla porque el sonido de un helicóptero lo impedía. Era un sonido claro y potente al otro lado de la ventana, como si las aspas del aparato pudieran llegar a tocar las paredes del edificio. Clara le pedía a su madre que hablara más alto, pero ella meneaba la cabeza reprobatoriamente y retiraba el plato.

Despertó.

Las legañas en sus ojos eran tan espesas y se habían secado tanto que no podía abrirlos. No le importó. La realidad era igual de espesa y la asaltó justo en el momento de adquirir consciencia. Sabía dónde estaba y cuál era su situación. No tenía ninguna prisa.

Alguien respiraba a su lado.

Clara pensó que continuaba soñando y no quiso darle mayor importancia pero, a medida que pasaban los segundos, aquel sonido de respiración seguía activando sus tímpanos.

Se incorporó pesadamente y se frotó los ojos. Despegar los parpados le resultó difícil, pero al fin pudo abrirlos. La luz de la mañana era deslumbrante y no podía percibir su entorno con claridad. Allí, en el techo, estaba la esfera oscura, allí, en la pared, brillaba el cuchillo. El fuego calentaba un pequeño cuerpo desnudo. Era un niño.

—¿Pero qué clase de malnacidos sois? —Dijo, dirigiendo sus palabras a la esfera negra.

El niño se despertó al oír la voz de Clara. Se desperezó lentamente, la miró y sonrió.

—¡Hola mami! —Dijo.

Clara no dijo nada. Se puso en pie como pudo y salió al exterior con la intención de beber unos sorbos de agua. No sentía hambre. Hasta la noche anterior la había torturado con su presencia, insistente y real como la isla misma.

—¡Será que a partir del tercer día sin comer se deja de sentir hambre y empiezan las alucinaciones! —Exclamó en voz alta— ¡Qué bonito! ¡Qué bien pensado!

Se arrodilló ante el caño y dejó que el agua llenara las palmas de sus manos.

El niño salió de la caseta.

Era un pequeñuelo gordito que no debía tener más de cinco años. Su cabello era negro, su piel blanca, su barriguita redonda. Sus ojos expresaban una extraña alegría.

—¡Mami!

Clara se aplicó el agua a la cara y se la restregó con fuerza. Estaba fría. Había dejado de preguntarse de donde diantres salía, pero en su situación no tuvo más remedio que agradecerla. Querían matarla de hambre, no de sed.

—Mami, ¿Por qué no contestas? —Preguntó el pequeño con tristeza.

—Déjame ya. Tú no existes.

—Sí que existo, ¿no me ves?

Clara se incorporó y se quitó el vestido. El niño abrió mucho los ojos y se llevó las manitas a la boca, riendo.

—¡No puedo creerme que seáis tan malvados como para haber traído a un crio! —le gritó a la cámara.

—¡Pero mami...!

—Espero, de verdad, estar alucinando, pequeño.

—Maaami...

—Si de verdad estas aquí... Pero ¿Qué puedes haber hecho tú?

Introdujo el vestido en el cuenco. El calor amenazaba con volverse insoportable y mojarlo era una buena forma de combatirlo. Se frotó el cuerpo con agua.

—Yo no puedo recordar mi crimen. Habrá tenido que ser algo muy grave para hacerme esta putada..., pero...

Se volvió hacia el niño.

—Pero... ¿Quién eres tú?

El pequeño dio dos fuertes palmadas, riendo alegremente.

—¡Soy el niño cena!

—¿Cómo que eres el niño cena? ¿No tienes nombre?

—Ahm... No.

—¿Eres un niño sin nombre aparecido de la nada? De veras que estoy alucinando.

—No, mami, no he aparecido de la nada. Me trajeron por la noche en un aaaviiión —dijo el niño cena al tiempo que ponía los brazos en cruz y correteaba alrededor de Clara.

—Anoche soñé con un helicóptero.

—Aaaaviiión.

Clara se puso el vestido mojado. Estaba frío.

—Pues —dijo— no entiendo en qué consiste el castigo. Pensaba que se trataba tan solo en matarme de hambre.

El niño cena se detuvo.

—No, mami, no. Ellos no quieren que te mueras de hambre. Por eso me han mandado hasta aquí.

—¿Y qué puedes hacer tú que evite que me muera de...?

La idea le sobrevino repentinamente, clara y resplandeciente.

El niño cena sonreía.

—¡Oh, no! No, no, no... Eso no puede ser... No...

—¡Claro que sí, mami!

—Esto no puede ser mi castigo... No tiene sentido.

—Sí que lo tiene, mami.

—¿Cómo? ¿Tengo que pagar mi crimen con otro... aún más aborrecible?

—Tú no sabes que crimen cometiste, mami. ¿Cómo sabes que no fue peor que comerme?

Estaba claro. Había dicho, “comerme”.

—¿Y pretenden castigarme obligándome a asesinar a un niño?

—Es que, verás, mami, yo no soy un niño de verdad.

—Oh Dios.

—Abrí los ojos por primera vez ayer.

—¿Eres un... clon?

—No, un clon no. Soy un niño artificial.

—¿Un robot?

—¡No! ¡Un robot no! ¡No seas tonta, mami! ¡No podrías comerte a un robot!

El cansancio había desaparecido. Algo en el interior de Clara se había activado.

—¿Entonces qué eres?

—Pues... —dijo el niño cena y alzó los hombros mientras ponía una graciosa cara de perplejidad— Pues un niño artificial.

—¡Un clon entonces...!

—Que nooo, maaaami. Un clon es una copia de otra persona y yo no soy la copia de otro niño.

Clara perdió la paciencia, le hizo un gesto de rechazo al niño con ambos brazos y caminó hasta el borde de la Isla.

—¡Bah! —dijo— No estoy para más gilipolleces.

Se sentó en el borde, dejando colgar las piernas y mirando el agua. Aunque tenía ganas de echarse a llorar, no podía. Echó la vista atrás un instante, para asegurarse de que el niño cena seguía allí. Y allí estaba, pequeño y cabizbajo. Parecía triste.

—Esto no puede ser cierto. ¿Cómo va a ser cierto? Juegan con mi cabeza, con mi cerebro. Todo esto no es real.

Volvió a mirar al agua. La idea de que jugaban con su cerebro la había tenido desde el momento en que abrió los ojos por primera vez en aquel desquiciante lugar. Casi deseaba que fuera así, pero no podía estar segura de que la tecnología permitiera un nivel de realidad tan alto.

Echó de nuevo la vista atrás. El niño cena la miraba. Desde aquella distancia parecía aun más pequeño y desvalido.

—Cabrones —dijo en un susurro— Esto no se hace.

Volvió de nuevo la vista al agua. Estaba tranquila, sin oleaje. Desde el primer día pensó que era extraño que el mar no rompiera contra las paredes de cemento, que permaneciera tan estable, con apenas una leve subida y bajada constante.

Algo se iluminó en su mente. Le llegó de pronto, sin haberlo sopesado antes.

Entendió que aquello no era una simulación virtual implantada en su cerebro. La Isla era real, lo falso era el mar. Imaginó que estaba en una gran piscina y que por eso todos los objetos inmediatos tenían esa apariencia de realidad tan vívida, porque eran físicos. El horizonte era un decorado, una pantalla en la que se deslizaban el sol y las nubes, las estrellas y aviones. Por eso no había oleaje. Estaba en un gran estudio de televisión y todo aquello solo era una prueba.

—Bien —susurró— ¿Queréis jugar? Pues juguemos.

Se volvió hacia donde estaba el crio y sonrió. El niño levantó la cabeza. Ella alzó un brazo y le hizo gestos para que se acercase. El pequeño, como activado por un resorte, saltó y corrió hacia Clara, riendo.

—¡Maaami!

—Oh, sí, ven conmigo pequeñín.

El niño cena se sentó al lado de Clara y ella le abrazó, sintiendo la blandura de las infantiles carnes contra su cuerpo. No pudo evitar que la imagen de pedazos de chicha, asada al fuego de la caseta, dorados y crepitantes, la asaltara.

Empezó a salivar.

* * *

El día había transcurrido como los anteriores. El sol se alzó en el horizonte, pasando sobre sus cabezas, calentándolo todo, luego descendió, permitiendo que la temperatura se hiciera soportable.

Atardecía por tercera vez en la Isla. El niño cena jugaba con el agua de la fuente.

Habían pasado la mañana jugando al veo veo, cosa que terminó volviéndose aburrida. No había mucho que ver en la Isla. Después de dormir la siesta, a la sombra de la caseta, jugaron al escondite. Tampoco resultó ser demasiado divertido.

—¿Sabes? te voy a poner un nombre.

El niño cena dejó el agua y acudió raudo.

—¿Sí?

—Eres un niño artificial, así que te voy a llamar Pinocho.

—¿Pinocho?

—¿No sabes quién era Pinocho?

—Pues no.

—Era un niño artificial, hecho de madera.

—Ahm... Pero yo no estoy hecho de madera.

—Ya. Al principio, Pinocho, era de madera, pero después un hada lo convirtió en un niño de verdad.

—¡Qué raro es eso!

—Claro que es raro, es un cuento.

—¿Me lo cuentas, mami?

—Claro pequeño, siéntate.

—¡Y después me comerás!

—¡Cállate ya con eso, hostias!

—No te enfades, mami.

—¡Las mamis no se comen a sus pequeños! ¡Deja ya de decirlo!

—Jo, mami...

—No pasa nada, pero no lo digas más, ¿vale?

—Ahm… Vale, mami.

Clara empezó a relatarle el cuento. En su mente, sin embargo, repasó lo que el niño cena... lo que Pinocho le había estado diciendo durante la jornada. Respuestas a sus preguntas. Preguntas sobre su naturaleza.

Pinocho le había dicho que era un niño artificial, creado en una máquina. Estaba programado con recuerdos simples, en los que ella era su madre. Lo habían programado, también, con un deseo obsesivo, una misión que cumplir, algo que le daba sentido a su pequeña existencia.

Tenía que ser comido por mami.

Clara había adivinado la intención de toda aquella crueldad. Era una prueba, de eso estaba segura. Lo que fuera que había hecho en el mundo real estaba relacionado con la prueba y la única forma de superarla, creía, era evitar comerse a Pinocho. Solo eso. Preferir morir de hambre antes que asesinar a ese pequeño.

Y lo iba a hacer. Iba a superar la prueba, costase lo que costase. Aunque tuviera que morir de inanición en el intento. Ante todas las cosas. Ante toda su hambre. Ante todas aquellas imágenes de carne asada, irreconocible y deliciosa que la asaltaban a cada minuto.

Sí, jugaría con Pinocho, le daría agua de sus propias manos y dormiría con él. Le contaría cuentos, todos lo que hiciesen falta. Lo haría durante el tiempo que fuese necesario, hasta que sus celadores llegasen a la conclusión de que no era peligrosa, que podía soportar su tormento sin necesidad de recurrir al canibalismo.

—... Y el hada buena recompensó a Pinocho, convirtiéndolo en un niño de verdad. Y fueron felices para siempre.

—¿Y lo mataron, lo asaron y se lo comieron?

—¡Pinocho!

—Era una broma, mami.

—Mierda, Pinocho, no bromees con eso. Eres un niño de verdad,  ¿no lo entiendes?

—Es que no lo soy...

—¡Lo eres! Eres mi niño bueno.

Pinocho pareció meditar sobre aquello.

—Lo nuestro no tiene futuro, mami —dijo al fin.

—Lo tiene.

—¿Y qué futuro puede ser ese, mami?

Clara quedó bloqueada ante la inocente pregunta. ¿Qué podía contestarle?

—Mami —continuó Pinocho—, no te engañes. Ellos no quieren que me trates bien y me cuentes cuentos. Quieren que hagas lo que tu instinto te dicta.

—¡No...!

—¿Crees qué no sé lo que estas pensando? ¿Crees qué no sé qué te gustaría agarrarme, degollarme como a un cochinillo y asarme a fuego lento?

Clara se sintió enferma.

—Mami, eso que sientes no es solo producto del hambre. Está en tu naturaleza. Por eso te han enviado aquí.

Se puso tensa.

—¿Y tú que sabes de eso?

Pinocho no respondió.

—¿Sabes por qué estoy aquí?

—Ahm... Puede.

Quiso ponerse en pie, pero le fallaron las fuerzas. Por primera vez en tres días las lágrimas brotaron de sus ojos. No pudo evitar sentirse aterrorizada ante la posibilidad de saber, por fin, el motivo de su presencia en la isla.

—Hazme la pregunta, mami.

—¡No, déjame! ¡Vete!

—¿Y adonde quieres que vaya, mami?

—¡Al otro puto extremo de la isla! ¡Y deja de llamarme mami! ¡Yo no soy tu puta madre!

—Oh, mami, que cosas me dices...

—¡QUE TE VAYAS! ¡QUE DEJES DE MOLESTARME CON TUS GILIPOLLECES! ¡QUE ME DEJÉIS EN PAZ!

Pinocho se levantó, se echó las manos a la espalda como si se sintiera desolado y se alejó de Clara, cabizbajo. Antes de alejarse demasiado se volvió.

—Mami, creo que, en realidad, sabes lo que hiciste...

El final de la frase quedó ahogado ante el grito histérico de Clara. Un gritó que rompió el silencio y se perdió en la noche.

«Si esto fuera un estudio cerrado, habría habido eco» Pensó Clara.

* * *

Amaneció de nuevo, aunque esta vez la luz del sol no entraba por la puerta de la caseta.

Salió para comprobar que estaba nublado, con esas nubes grises que anuncian lluvia. Buscó con la mirada a Pinocho, pero no lo encontró. Un sentimiento de culpabilidad la inundó.

El hambre era una realidad latiente, visceral y tan presente, que no podía pensar en otra cosa que no fuera comer. Comer lo que fuera, ya, inmediatamente.

Escuchó un gritito, lejos, tras la caseta. Sus sentidos se activaron de pronto y una energía nueva la llenó. Supo entonces que quería saber, que podría con ello.

—¡Pinocho! —llamó.

—Maaami —se escuchó.

Apareció corriendo, feliz de ver a Clara.

—¿Ya no estás enfadada?

—No, mi amor, ya no estoy enfadada.

—¿Me comerás hoy?

El estomago de Clara se distendió.

—Ya veremos.

—¡Oh, mami! —Chilló Pinocho, dando nerviosas palmadas.

—Antes me tienes que contar una cosita.

Pinocho dejó de aplaudir. Contrariado y con el ceño fruncido, preguntó.

—¿Qué, mami?

—Me tienes que decir lo que sabes sobre mí.

—Que eres mi mami...

—¡No empecemos!

—Vale.

—Sabes lo que quiero decir.

—Ahm... Sí.

—¿Y bien?

—Es queeee... si te cuento eso y luego no me comeees...

—¿Y qué propones?

—Pues, que primero me comas y luego... —Se quedó pensando— Ah, pues eso no va a poder ser.

—¡Claro hombre! ¿Cómo vas a poder contarme nada después de que te coma?

—Jo, pero es queeee...

—¿No te fías de mí?

Pinocho la miraba. Parecía estar sopesando la situación. Clara se encaminó hasta el caño, dispuesta a llevar a cabo su higiene diaria. Su mente era ahora una afilada daga intuitiva. Había decidido que, después de todo, artificial o no, solo era un niño. Ella llevaría las riendas.

Introdujo las manos bajo el caño.

—Dijiste que lo sabías.

—Jooo, mamiii.

—¿Qué pasa? ¿Vas a ser también un mentiroso cómo Pinocho?

—¡No soy un mentiroso!

—Pues entonces, dime, ¿Por qué estoy aquí?

Pinocho se aproximó al caño y le dio una patadita al chorro de agua, de forma que esta salpicó la cara de Clara. Los dos rieron.

—Veeenga, mi niño —dijo Clara mientras le salpicaba también con el agua—. Dime lo que sabes y después te comeré.

Pinocho batió palmas de nuevo.

—¡Sí! ¡Y también quiero un perrito!

Clara exhaló una bocanada de aire. ¿Qué le pasaba al crío? ¿Por qué decía ahora que quería un perro? Recompuso la actitud de seguridad.

—Venga, vale, te compraré un perrito.

Pinocho frunció el ceño.

—¡Mentirosa! ¡¿Cómo me vas a comprar un perrito si yo voy a estar muerto y tú nunca saldrás de aquí?!

—¡Pero...! ¿A qué juegas?

Demasiada paciencia. Agarró al pequeño de un brazo y tiró de él en dirección al borde de la Isla.

—¡Mami, mami! ¿Me comerás ahora? —Gritó Pinocho histéricamente, entre la alegría y el nerviosismo.

—Primero —respondió Clara—, te voy a poner en remojo.

Llegados al borde lo arrojó al océano. Un vientecillo se había levantado y Clara pudo observar que el agua rompía, con cierta violencia, contra el muro de cemento.

—¡Mami! ¿Pero qué haces? Que no sé nadar...

El pequeño se manejaba en el agua con soltura y era capaz de mantenerse a flote.

—Anda, mira, pues sí que sé.

—Vale, Pinocho, hagamos un trato.

—Maaami...

—No llores y escucha.

Pinocho escuchó.

—Dime lo que sabes o te quedarás ahí hasta que te ahogues.

—¿Y tú que harás?

—Yo me moriré de hambre, pero habré ganado la partida a tus creadores. ¿Qué te parece?

—¡Creo que eres mala!

—Ahí te quedas.

Se quitó de la vista para hacer creer al niño que se había marchado y se sentó a menos de dos metros del borde. Esperó un minuto. Dos. Pinocho no hablaba, no gritaba, no pedía ayuda. Empezó a preocuparse. De pronto lo vio. Se había alejado nadando del muro lo suficiente como para llegar a divisarla.

—¡Te veo, mami, no te has ido!

Tranquilamente, Clara, se puso en pie y se alejó de allí.

El cielo se volvía más oscuro por momentos. A lo lejos podían verse relámpagos. Los truenos sonaban cada vez más cerca. Clara, esperaba.

Pasó tanto tiempo que llegó a creer que Pinocho se había ahogado. Una hora nadando en un mar que se iba embraveciendo era demasiado para un niño. Empezaba a lloviznar y la cosa amenazaba con ir a peor. Suspiró. Incluso la sensación de hambre se había atenuado en cuanto supuso que Pinocho estaba muerto. Después de todo él era la única posibilidad de comer y, de algún modo, su cuerpo lo sabía. No, no estaba orgullosa. Sentía que había ganado la partida a sus carceleros, aunque haciendo trampas. Se encontraba tumbada, mirando al cielo nublado, cuando comenzó la lluvia. Decidió que ya era hora de meterse en la caseta y se incorporó.

Entonces lo escuchó.

—¡Mami, por favor, por favor, por favor...!

Asombrada, se agachó de nuevo. Los grititos de Pinocho desaparecieron. Se levantó.

—¡...vor, por favor, por favor, mami!

Estando tumbada no había podido escuchar al niño pidiendo ayuda debido a la altura del muro.

—¡Mierda!

Impulsada por el deseo de ayudarle, corrió. Allí estaba Pinocho, bajando y subiendo junto con el agua, lo bastante alejado del borde como para evitar que el oleaje le golpeara contra la pared de cemento.

—¡Mami, ayúdame! ¡Seré bueno, lo prometo!

—¡Escucha! —Dijo Clara mientras se quitaba el vestido— ¡Acércate todo lo que puedas a mí y agárrate al vestido!

—¡Mami, mami, seré bueno!

—¡Vamos!

Pinocho se aproximó al borde, nadando como nadan los perros, pero cuando el agua retrocedió, después de golpear contra la pared, lo arrastró hacia atrás.

—¡No puedo!

—¡Vamos, sí que puedes!

Clara se había inclinado peligrosamente y largaba el vestido cuando veía al pequeño estar lo bastante próximo, pero siempre faltaban unos centímetros para que este pudiera alcanzar la tela.

—¡Un esfuerzo, mi vida! ¡Nada más fuerte!

—¡Maami!

—¡Te quiero mucho! ¡No me dejes sola aquí!

Las palabras surgieron solas, desgarradas por la desesperación y fueron sinceras. Eso pareció animar a Pinocho, que pataleó enérgicamente. Agarró el vestido. Clara tiró y por un momento, al retroceder el agua, pareció que Pinocho iba a soltarse, pero permaneció aferrado a la tela, colgando como un pescadito en el anzuelo. Así estuvieron durante unos segundos hasta que el agua arremetió de nuevo. Entonces, aprovechando el impulso Clara tiró con fuerza y asió la muñeca de Pinocho.

—¡Te tengo! —Gritó Clara, triunfante.

Permanecieron abrazados bajo la lluvia.

—Mami.

—¿Qué, mi niño?

—Que no sé por qué estás aquí.

—Está bien, no pasa nada.

—Tengo frío.

—Y yo. Vamos dentro.

El calor del fuego perpetuo les reconfortaba a medida que se iban secando. Pinocho yacía, abrazado a Clara, apretado contra su pecho desnudo. Dormía.

Ella miraba la abertura de la caseta. Los relámpagos se intensificaban y los truenos se iban volviendo ensordecedores. No sentía hambre. Pinocho era su niño pequeño, arrastrado por la fuerza a un mundo asqueroso en el que alguien había decidido que no debía ser otra cosa más que comida. Diseñado para desear ser el alimento de su propia madre, listo para morir en todo momento.

«Demasiado cruel para un niño, aunque... esté hecho de madera» Pensó Clara.

Se le cerraban los ojos y empezaba a tener suaves delirios olfativos. Un olor a piel y carne chamuscada al fuego. Olor a cochinillo asado. De niña, recordaba, había comido varias veces cochinillo. Eso había sido antes de... lo que quiera que fuese que tenía siempre en la punta de la lengua.

—Mami.

—Dime, mi niño.

—Duele.

—¿Qué duele?

—El pie, mami.

Clara vio lágrimas en los ojos de Pinocho. Caían a raudales, como si sintiera un dolor interno indescriptible.

—¿El pie?

Miró las piernas de Pinocho. Este había introducido directamente su pequeño pie izquierdo en la llama. Enormes ampollas se iban volviendo gigantescas.

—¡Mierda, Pinocho! ¿Pero qué haces?

Lo soltó, lo empujó lejos de sí.

Pinocho cayó al suelo. Lloraba. Su pie se había convertido en una llaga palpitante, churruscada y apetecible. El estomagó de Clara se activó, otra vez.

—¡Mierda, mierda!

—Duele mucho, mami.

—Oh, Dios Santo...

Todo había sucedido a la suave luz de la llama eterna. De repente, un relámpago rompió la penumbra. La escena cobró vida entonces, como si un segundo antes se hubiera tratado de un sueño y hubiera despertado para encontrarse con la cruda realidad.

Y la cruda realidad olía muy bien.

—¿Y ahora que vas a hacer, mami? Me saldrá gangrena...

—¡Calla!

—...Y tú no podrás hacer nada. Me moriré...

—¡No! ¡Yo cuidaré de ti... siempre!

—Me moriré sufriendo mucho.

Clara gritó. Necesitaba romper el momento con un gran sonido. Su grito quedó atenuado por el trueno, que rompió ensordecedoramente en aquel preciso instante.

Fue tan solo un segundo el tiempo que tardó en abalanzarse hacia el cuchillo y otro segundo para volver hasta Pinocho.

—¡ ¿Esto es lo que quieres?!

—¡Sí, mami!

—¡¿ESTO...?!

Alzó el cuchillo.

—¡¿...ES LO QUE QUIERES...?!

Descargó el cuchillo.

Pinocho reía.

* * *

El sol se escondía. Había estado todo el día secando los restos de lluvia, que había durado casi dos jornadas completas. Clara se hallaba sentada en el borde de la isla, observando la escena de la muerte del día, otra vez.

Se sentía bien. Estaba llena.

Seguía sin poder recordar el porqué de su presencia en la Isla, pero ya no le importaba. Estaba allí. Esa era su realidad y su castigo.

No hacía ni una hora que había tirado los restos apestosos del niño al océano. Dos días eran más que suficientes para estropear las vísceras.

Empezaba a refrescar. Había llegado el momento de esconderse en la caseta, otra vez.

Se echó en el suelo, al lado de la llama, poniendo especial cuidado en no hacerlo sobre la mancha marrón, la que olía tan mal.

Se durmió.

Soñó con su madre, otra vez. Esta le ponía delante un cochinillo lechal, con una manzana en la boca. Ella ignoraba la carne y se comía la manzana. Le encantaban las manzanas, eso podía recordarlo. Su madre se enfadaba, le decía que tenía que comerse la carne, que la manzana era el postre. El sonido del helicóptero atenuaba la monserga. Clara Intentaba hacerle entender a su madre que la carne no era problema y que ya no tendría que soñar más con ella.

Despertó.

En la entrada de la caseta había un niño pequeño, de hermosos rasgos asiáticos, mirándola sonriente.

—Hola, mami —dijo el niño cena.

—Hola, mi vida —respondió Clara.

El cuchillo despedía alegres destellos.

© Eduardo Delgado Zahino

 

Mírame a los ojos...

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Rapso
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Bote dijo:

Hablando de Minatura, me ha parecido ver por ahí a Rapso y a Antartica.

Por ahí nos hemos dejado caer, sí señor Gafas

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Bestia insana
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Yo es que no reconozco ningún nombre Mmmh

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Bestia insana
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Niño cena es otro cuento muy bueno, desconcertante otra vez, como tiene que ser. Muy bueno y muy de Bote. Delicioso Risa cachonda el personaje del niño.

Yo pongo aquí ahora el primer poema que me publicaron, en la misma revista, primero y por ahora último, aunque en el próximo número de la revista Alfa Eridiani, que está al caer, saldrá otro Sonrisa

Pd: lo acabo de releer y casi me da algo, vaya puta…, en fin, juzgad vosotros Mmmh

 

 

Después de 10.000 años

 

 

La noche se hunde, cae la alta

mole de sombra. Del borde del cielo salta

 

la luz: un tigre de dientes de sable.

Otro día amanece. Es lamentable.

 

Otra vez sale de la oscuridad

esta roca aplastada por la edad.

 

Y abro los ojos de estúpido batracio,

adaptándome al pulso del espacio.

 

Después de 10.000 años, el sol encuentra el modo

de arrancarme una risa de beodo.

 

El mayor anciano del universo

sonríe como un bobo ante un mal verso.

 

Se me afloja la boca, y yo quiero mi boca

torcida en su trazo duro de roca;

 

ser una esfinge, y no cantar borracho

tropezando en los muebles de un despacho.

 

Rodeado de insensatos objetos

y piezas de artefactos obsoletos,

 

miro las ruinas que he concentrado

en este planetoide devastado,

 

mientras hurgo entre la brillante escoria

de la que se compone la memoria,

 

y paso revista a mi población

de fantasmas. Porque he sido legión.

 

Qué no he sido. Casi no recuerdo el

tiempo en que fui peón de obra de Babel.

 

Fui un poeta menor en Macedonia

y luego granjero de una colonia

 

de Marte. He asistido al final de la historia

cuatro veces, si no me engaña la memoria.

 

He visto nacer especies, brotar

soles, caer imperios, secarse el mar

 

Atlántico. He visto cómo poblados mundos

se perdían en cuestión de segundos,

 

disueltos en el viento de la nada,

y después, en una hora alucinada,

 

recomenzar de nuevo la creación:

el eterno retorno de la historia.

 

De todo eso me queda la memoria,

esa galaxia en descomposición.

 

 

 

 

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Bote
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Tengo grandes defectos, y uno de las peores es que no sé apreciar la poesía. Lo siento, de verdad. De todos modos diré algo de la tuya, con mil perdones por delante:

Se aprecia bien el paso del tiempo, las experiencias vividas por el protagonista. Me ha recordado a La nave de un millón de años, de Poul Anderson, libro que leí hace pocos meses y que trata de inmortales en una situación parecida.

De veras, tratándose de poesía no doy para más. Angus

Mírame a los ojos...

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Bestia insana dijo:

Yo es que no reconozco ningún nombre Mmmh

Relatos 132 y 133. Yo soy el 98. Risa cachonda

Mírame a los ojos...

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Bestia insana
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Joder, hacía un tiempo que no entraba, no podía estar más claro, el mío es el 61 Risa cachonda

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Bestia insana
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Bote dijo:

Tengo grandes defectos, y uno de las peores es que no sé apreciar la poesía. Lo siento, de verdad. De todos modos diré algo de la tuya, con mil perdones por delante:

Se aprecia bien el paso del tiempo, las experiencias vividas por el protagonista. Me ha recordado a La nave de un millón de años, de Poul Anderson, libro que leí hace pocos meses y que trata de inmortales en una situación parecida.

De veras, tratándose de poesía no doy para más. Angus

Gracias por comentar, Bote, a pesar de todo. Decir que después de alguna relectura más, ya me he reconciliado con el poema. Más o menos. No me arrepiento de haberlo colgado, me apetecía compartirlo. Podéis leerlo, creo que no exagero si digo que no es malo del todo, algo, algún verso se puede salvar.

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Bestia insana dijo:

Bote dijo:

Tengo grandes defectos, y uno de las peores es que no sé apreciar la poesía. Lo siento, de verdad. De todos modos diré algo de la tuya, con mil perdones por delante:

Se aprecia bien el paso del tiempo, las experiencias vividas por el protagonista. Me ha recordado a La nave de un millón de años, de Poul Anderson, libro que leí hace pocos meses y que trata de inmortales en una situación parecida.

De veras, tratándose de poesía no doy para más. Angus

Gracias por comentar, Bote, a pesar de todo. Decir que después de alguna relectura más, ya me he reconciliado con el poema. Más o menos. No me arrepiento de haberlo colgado, me apetecía compartirlo. Podéis leerlo, creo que no exagero si digo que no es malo del todo, algo, algún verso se puede salvar.

¿Y por qué tendrías que arrepentirte? La pena, en realidad, es que gente que sepa apreciar la poesía no comente. A mí me gustaría leer esos comentarios.

El próximo que voy a colgar es cortito y participó en otro concurso. Nada, no gané, pero el relato a mí me gusta. Lo considero simpático.

EL CLUB DE LOS PAYASOS SIN GRACIA

Cuando mi madre dejó a mi padre, este ingresó en el Club de los Payasos Sin Gracia, una asociación de hombres abandonados que se reúne cada viernes para contar chistes malos sobre malas mujeres. Beben, fuman, esnifan y se comprenden los unos a los otros. Y todo esto vestidos de payaso, única obligación indispensable para ser admitido como miembro.

Al parecer, así es como se sienten, y no les puedo culpar. Vivir durante años con la misma mujer, ser un sinvergüenza y pretender eternizar la situación… Bueno, las cosas pasan, y el humor de algunos hombres puede llegar a ser muy negro.

Fue durante el cumpleaños de uno de los miembros cuando conocí a Elena.

Mi padre me había invitado, siendo yo mayor de edad desde hacía pocos meses, para que viera a que se dedicaban en aquellos viernes de desesperación varonil. Por supuesto, me negué  a disfrazarme, y tan solo acepté colocarme una de esas narices rojas. Los jóvenes tenemos más vergüenza que los viejos, digan lo que digan.

La tarta era falsa y enorme. En el momento en que acabaron de cantar el cumpleaños feliz, Elena surgió, completamente desnuda y sonriente, de su interior. Al verse rodeada de cuarentones y cincuentones ataviados de diversas formas payasescas, comenzó a gritar enloquecida. Lo peor vino cuando quisieron tranquilizarla, abalanzándose sobre ella, con las mejores intenciones, claro, intentando agarrarla para ayudarla a levantarse. La cosa se agravaba por momentos, así que decidí actuar. Me quité la ridícula nariz, me abrí paso a codazos, le tendí la mano y, después de cubrirla con mi camisa, la acompañé hasta la salida.

El hecho se comentó mucho en Internet durante los meses siguientes, debido al vídeo que alguien del club había colgado. Elena sufre de coulrofobia, o miedo irracional a los payasos; una de esas extrañas enfermedades psicológicas.

Y es que el destino puede convertir en héroe al “menos pintado”.

Hoy puedo decir que tenemos un hijo precioso, y no me preguntéis por qué, pero adora al cabronazo de mi padre. Sobre todo cuando le da por vestirse de payaso.

 

 

Eduardo Delgado Zahino

 

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Bestia insana
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Pues está muy bien, lo que tú dices, simpático. La pena es que nadie más comente, ¿los leerán por lo menos?

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Yo os tengo en pendientes.

Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.

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Lo siento, Bote y co., pero me apetece compartir este otro poema con vosotros, os fastidiáis y lo leéis (es cortito, no tiene ni título)

 

 

Yo que he luchado en las tierras remotas

de Cimmeria, esforzándome al lado

de Conan el Bárbaro, y he tumbado

cien hombres de un golpe de espada, rotas

 

columnas cediendo bajo mis botas;

que caí como un viento agigantado

barriendo el mundo como trastornado,

los ojos rojos, las muñecas rotas,

 

¿es posible que ya no salga de este

cuarto donde escribo, que esté perdido,

que ya no pueda más, yo que he podido

 

con países diezmados por la peste,

que he arrancado a Urga, la feroz,

cuando la amé, su ronco grito atroz?

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Si va la cosa de poemas, quiero dejar uno que escribí en uno de esos momentos regulares que todos atraesamos:

No More Mr. Nice Guy

Cuántas veces se ha escuchado
que recoges lo que has sembrado
Cuántas veces se habrá dicho
que el karma devuelve lo que has hecho
Cuánto tiempo lo habré creído 
que ser bueno siempre es bien recibido

Y sin embargo ya no me alcanza
la mente para falsas esperanzas
Y estoy harto de tanta mentira, de tanta falacia
estoy harto de ser correcto, de actuar recto
y que me despidan una vez más con "lo siento, aunque eres perfecto"

Estoy hasta la polla de poner la otra mejilla
de levantarme cada día para sentarme solo en la misma silla
estoy hasta las narices de mirar al futuro con una sonrisa
y seguir pensando que los buenos ganan, que no hay prisa
pero es todo mentira...

Estoy cansado de creer en las bondades,
cansado de ser un buen tipo ahogado en calamidades
¿de que me sirve al fin y al cabo?
Ahora miro alrededor y veo muy claro lo que hay...
No more Mr. Nice Guy.

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Mañana que no trabajo los leo detenidamente y os digo algo, poetas. Sonrisa

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Yo soy como Bote, no consigo apreciar la poesía. Intento verlo como canciones pero aun así...

Lo siento, no soy lector válido.

 

ps.- Coon, polla.

Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.

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El Club de los Payasos sin gracia. Está curioso, nunca había leído o escuchado el término coulrofobia en castellano, siempre el clownfobia del inglés. El motivo de las reuniones es ciertamente extraño, bastante rebuscado aunque tiene su punto. No es de lo mejor que has escrito pero se deja leer.

Con lo bien que escribes se podría aprovechar limando detalles que aportan poco o nada y metiendo sensaciones al lector para poder sentirlo de alguna manera. Se lee como muy desde fuera.

Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.

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Después de 10.000 años. Estoy en las mismas. Aquí incluso más desconcertado al ser todo pareados, excepto el cuarteto final (o lo que sea). También me deja con sensación extraña el poco apego de nuestros poetas Lengua a la métrica.

Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.

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La verdad, esto de la poesía es como la pintura para mí; no puedo decir que entienda, no puedo distinguir uno malo de uno excepcionalmente bueno, pero sí que soy capaz de sentir algo cuando miro un cuadro o leo un poema. La cosa es que, o no me dice nada, o me dice mucho.

El poema sin título de Bestia: Vale, en este caso puedo sentirme toralmente compenetrado con lo que has escrito, solo que en mi caso cambiaría a Conan por Lucky Starr, el personaje de Asimov. Sí, yo también he estado en lugares fantásticos, también he luchado contra formidables enemigos y he resuelto casos junto a ese personaje. He estado orbitando Júpiter, visitado los anillos de Saturno y he sentido la presión en una ciudad sumergida en los océanos de Venus. He estado en lugares que los que no son aficionados a este género no creerían. Me ha gustado.

No More Mr. Nice Guy, de Coon: De nuevo, puedo decir que he sentido eso mismo que se describe en el poema. Sí, ese sentimiento de “soy demasiado bueno y por lo tanto, demasiado tonto” me ha asaltado a lo largo de mi vida, más o menos hasta los veintitantos años. Ver como otros tipos que exponían su sinvergonzonería sin tapujos se llevaban a las muchachas y yo, sincero, buen chaval, me quedaba más solo que la una, reconcomiéndome y creyendo que siendo un poco más malo me iría mejor… Pero bueno, no voy ahora a contar aquí mis miserias adolescentes, que tampoco me fue tan mal al fin y al cabo. El poema me ha gustado y me ha llevado a otros tiempos a los que no volvería ni loco, excepto en el fantástico caso de poder hacerlo con lo ya aprendido. Lengua

Pues eso, que os he comentado.

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Gracias, Bote, por el esfuerzo. Vuestra opinión es la que más me puede interesar, porque cualquiera que lea poesía habitualmente dirá casi con toda probabilidad que esto es muy flojo. Por cierto, como me toque organizar otro reto, ya sabéis de qué va ir Risa cachonda

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Di más bien poetastro, Fly. Pues no en todos, pero justo en estos tuve el metro en cuenta: a no ser que contara mal, todos los versos son endecasílabos Irene

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Casi, casi... Heyhey

quehea-rran-ca-doa-ur-ga-la-fe-roz 9+1

 

Y no me hables de diéresis y sinéresis que te muerdo. Risa cachonda

En el de 10.000 años empiezas el primer verso con 10 sílabas y el segundo con 13 y ante tamaña ofensa en ese no he seguido. Lengua

Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.

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El día después del fin del mundo: Todo un clásico eso de despertar una mañana y que todo el mundo haya desaparecido, pero con tintes surrealistas que te obligan a seguir leyendo para averiguar qué demonios ha podido ocurrir y por qué. Me encanta el personaje del tipo que se dedica a quemar libros y la relación entre el protagonista y la chica, con esa tensión sexual entre lo sincero y lo “qué otra cosa podemos hacer en medio del fin del mundo” que se marcan. El que no se explique definitivamente el qué ha provocado la catástrofe no hace mella en el interés que el relato suscita.

Muy bueno. No me extraña que fuera seleccionado.

Gracias, Bestia, por ese libro, ese relato y esa dedicatoria.

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De nada Sonrisa

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Diréis que soy raro, pero a veces me dedico a meter en Google trozos de mis relatos para comprobar si se han publicado por ahí sin yo saberlo y tal. Lo normal es que no encuentre nada, excepto lo que ya sé que se ha publicado, o en algún caso me sale el relato completo, cosa que no me molesta siempre y cuando después salga mi nombre. Pocas veces ha ocurrido esto y siempre cuando he puesto el título entre comillas. Por eso, ya digo, a veces lo que hago es meter trozos al azar, trozos que supongo no pueden tener demasiadas coincidencias.

Pues voy y meto esto, así, entre comillas: "Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido"

Es un trocito del relato con el que se empezó este hilo, "La esperanza de Beni". Me sale el relato en el Sitio de Ciencia Ficción, me sale el relato de este hilo y, ¡TACHAM! me sale una tercera coincidencia.

Voy, me meto y me encuentro con esto:

PLANETA ROCOSO

Estaba solo en  la nave, recostado sobre la fría superficie del artefacto alienígena. Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido en el último segundo antes de ser abducido.Se veían tres lunas y el planeta estaba vacío,silencioso y rocoso.Tenía mucho miedo.
Se fijó en su desnudez y en los pegajosos tentáculos que lo inmobilizarían para siempre.

http://mydogsavedthequeen.blogspot.com.es/2010/08/planeta-rocoso.html

Lo comparo con el trozo de relato completo:

Estaba solo en una estancia de la nave, recostado sobre la cálida superficie del artefacto alienígena. Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido en el último segundo de su existencia. Se fijó en su desnudez al mirarse el cuerpo y también en las cinchas metálicas que le mantenían pegado al artefacto.

 

Y, digo yo, ¿de verdad existe gente que se dedica a esto? wink

En fin...

Mírame a los ojos...

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Bestia insana dijo:

De nada Sonrisa

El caso es que yo lo que quería era decirte que ya he leído Duna.

Muy tuyo, muy onírico. No tengo ni idea de arte, pero me ha recordado a un cuadro de Dalí.

Tal vez demasiado corto, eso sí, pero muy bueno.

Y, sí, la letra muy pequeña, pero eso no es culpa tuya. angry

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LCS
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Bote dijo:

Diréis que soy raro, pero a veces me dedico a meter en Google trozos de mis relatos para comprobar si se han publicado por ahí sin yo saberlo y tal. Lo normal es que no encuentre nada, excepto lo que ya sé que se ha publicado, o en algún caso me sale el relato completo, cosa que no me molesta siempre y cuando después salga mi nombre. Pocas veces ha ocurrido esto y siempre cuando he puesto el título entre comillas. Por eso, ya digo, a veces lo que hago es meter trozos al azar, trozos que supongo no pueden tener demasiadas coincidencias.

Pues voy y meto esto, así, entre comillas: "Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido"

Es un trocito del relato con el que se empezó este hilo, "La esperanza de Beni". Me sale el relato en el Sitio de Ciencia Ficción, me sale el relato de este hilo y, ¡TACHAM! me sale una tercera coincidencia.

Voy, me meto y me encuentro con esto:

PLANETA ROCOSO

Estaba solo en  la nave, recostado sobre la fría superficie del artefacto alienígena. Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido en el último segundo antes de ser abducido.Se veían tres lunas y el planeta estaba vacío,silencioso y rocoso.Tenía mucho miedo.
Se fijó en su desnudez y en los pegajosos tentáculos que lo inmobilizarían para siempre.

http://mydogsavedthequeen.blogspot.com.es/2010/08/planeta-rocoso.html

Lo comparo con el trozo de relato completo:

Estaba solo en una estancia de la nave, recostado sobre la cálida superficie del artefacto alienígena. Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido en el último segundo de su existencia. Se fijó en su desnudez al mirarse el cuerpo y también en las cinchas metálicas que le mantenían pegado al artefacto.

 

Y, digo yo, ¿de verdad existe gente que se dedica a esto? wink

En fin...

 

Me dejas sin palabras, Bote.

Si me hubiera pasado a mí, no sabría cómo reaccionar. Si montar la de Dios por el plagio o sentirme alguien importante porque ya han comenzado a plagiarme.

 

¿El relato era inédito? ¿Lo habías mandado a algún concurso? ¿Lo habías colgado en alguna web? ¿Cómo han podido acceder a él?

 

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Bote
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LCS dijo:

Bote dijo:

Diréis que soy raro, pero a veces me dedico a meter en Google trozos de mis relatos para comprobar si se han publicado por ahí sin yo saberlo y tal. Lo normal es que no encuentre nada, excepto lo que ya sé que se ha publicado, o en algún caso me sale el relato completo, cosa que no me molesta siempre y cuando después salga mi nombre. Pocas veces ha ocurrido esto y siempre cuando he puesto el título entre comillas. Por eso, ya digo, a veces lo que hago es meter trozos al azar, trozos que supongo no pueden tener demasiadas coincidencias.

Pues voy y meto esto, así, entre comillas: "Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido"

Es un trocito del relato con el que se empezó este hilo, "La esperanza de Beni". Me sale el relato en el Sitio de Ciencia Ficción, me sale el relato de este hilo y, ¡TACHAM! me sale una tercera coincidencia.

Voy, me meto y me encuentro con esto:

PLANETA ROCOSO

Estaba solo en  la nave, recostado sobre la fría superficie del artefacto alienígena. Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido en el último segundo antes de ser abducido.Se veían tres lunas y el planeta estaba vacío,silencioso y rocoso.Tenía mucho miedo.
Se fijó en su desnudez y en los pegajosos tentáculos que lo inmobilizarían para siempre.

http://mydogsavedthequeen.blogspot.com.es/2010/08/planeta-rocoso.html

Lo comparo con el trozo de relato completo:

Estaba solo en una estancia de la nave, recostado sobre la cálida superficie del artefacto alienígena. Su mente luchaba por intentar comprender qué había ocurrido en el último segundo de su existencia. Se fijó en su desnudez al mirarse el cuerpo y también en las cinchas metálicas que le mantenían pegado al artefacto.

 

Y, digo yo, ¿de verdad existe gente que se dedica a esto? wink

En fin...

 

Me dejas sin palabras, Bote.

Si me hubiera pasado a mí, no sabría cómo reaccionar. Si montar la de Dios por el plagio o sentirme alguien importante porque ya han comenzado a plagiarme.

 

¿El relato era inédito? ¿Lo habías mandado a algún concurso? ¿Lo habías colgado en alguna web? ¿Cómo han podido acceder a él?

 

Bueno, la fecha del plagio es del 2010 y la página está inactiva desde el 2013, así que montar el pollo, como que no, ¿para qué?

¿Sentirme importante? tampoco, porque la verdad es que el relato, el mío, no está demasiado bien escrito que se diga y como el plagio está aún peor, pues eso, que más bien lo que me da es vergüencilla.

El relato era inédito, fue el que quedó segundo en el Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas del 2011, eso sí, ex-aequo y que después me publicaron en una revista rusa. La primera vez que publiqué en papel y fui traducido a otro idioma, además de que fue la primera y única vez que he cobrado por un relato... Joder, la verdad es que le tengo cariño al puto relato. Pero vamos, que tuvieron que pillarlo del Sitio de Ciencia Ficción al poco de publicarse.

Mírame a los ojos...

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Bestia insana
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Bote, eso te pasa por ser tan bueno no. No, en serio, el tuyo es un relato cojonudo, no me  extraña que haya impresionado a más de uno. Entiendo tu enfado pero no le daría importancia, míralo como una especie de (retorcido) homenaje.

Gracias por leer con buenos ojos mi relato yes

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Entropía
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Bote dijo:

Y, digo yo, ¿de verdad existe gente que se dedica a esto? wink

Más de lo que pensamos. Yo he llegado a la conclusión de que se trata de algún tipo de desorden mental, piensan que son tan buenos que no tienen por qué escribir sus propios textos. Es absurdo pero funcionan así, si se lo recriminaras no entendería qué es lo que ha hecho mal.

Es como esa gente que va robando fotos de otra persona por las redes sociales y se monta su propia personalidad pública. Están mal de la olla.

Saludos,

Entro

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